Cuando la Cancillería llega tarde y habla a medias
Viernes 19 de diciembre de 2025. Lectura: 4'
Cuando la diplomacia llega tarde y el lenguaje se vuelve impreciso, la condena pierde fuerza.
El atentado terrorista perpetrado en Bondi Beach, en Sídney, que dejó al menos 16 muertos y decenas de heridos, no solo sacudió a Australia y a la comunidad judía internacional. También expuso, en Uruguay, una reacción oficial tardía y conceptualmente deficiente por parte del gobierno, cuya Cancillería demoró su pronunciamiento y luego evitó nombrar con claridad la naturaleza antisemita del crimen.
La tardanza fue reconocida explícitamente por el propio canciller Mario Lubetkin. Este lunes, en diálogo con el periodista Leonardo Sarro, explicó que el Ministerio de Relaciones Exteriores recibió un informe de la embajada uruguaya en Australia, pero decidió no pronunciarse de inmediato porque existía la posibilidad de que hubiera ciudadanos uruguayos entre las víctimas. “Yo no quería que saliéramos por lo menos hasta tener la confirmación de que ni entre los muertos ni entre los heridos hubiera ciudadanos de nuestro país”, afirmó. Y agregó, en un razonamiento que relativiza la decisión: “Por suerte no pasó, pero es todo relativo porque pasó para ciudadanos de todo el mundo y nos podía haber pasado a nosotros”.
La explicación deja una sensación incómoda. Supeditar una condena institucional a la eventual presencia de compatriotas supone reducir la política exterior a un reflejo meramente consular, cuando en realidad se trata de un atentado terrorista de alcance simbólico global, dirigido contra una comunidad específica por su identidad religiosa. La condena no era menos urgente porque no hubiera uruguayos entre las víctimas.
Pero el problema no fue solo el tiempo. También lo fue el contenido. El comunicado oficial del gobierno expresó su condena al atentado, su solidaridad con Australia y su repudio “a todo acto de violencia injustificado, así como a las manifestaciones de odio, extremismo, racismo y antisemitismo”. Sin embargo, omitió un elemento central: que las víctimas fueron atacadas por ser judías, en el marco de una celebración de Janucá, y que el crimen fue un acto deliberadamente antisemita. La referencia genérica al antisemitismo, diluida en una enumeración amplia de males abstractos, evitó nombrar con precisión el hecho concreto.
Esa omisión fue particularmente llamativa frente a la claridad con la que se expresaron otros actores políticos y sociales del país.
El Partido Colorado habló sin ambigüedades de un “ataque antisemita”, manifestó su solidaridad con la comunidad judía en Australia y reafirmó la necesidad de combatir el terrorismo y el odio religioso como amenazas directas a las sociedades democráticas.
En la misma línea, el Partido Nacional condenó “el cobarde atentado terrorista”, repudió “toda expresión de antisemitismo” y convocó a una condena unánime del sistema político, recordando que hechos de esta gravedad remiten inevitablemente al 7 de octubre de 2023. Además, exhortó al gobierno a extremar medidas ante las crecientes manifestaciones antisemitas en Uruguay y expresó su solidaridad explícita con la colectividad judía.
Las organizaciones representativas de la comunidad judía fueron aún más categóricas. El Comité Central Israelita del Uruguay calificó el ataque como una “nueva demostración de antisemitismo visceral”, producto de discursos de odio frente a los cuales —advirtió— las autoridades no han prestado la debida atención. La B’nai B’rith llamó a unirse contra el antisemitismo y alertó sobre el crecimiento del temor y la violencia contra los judíos a nivel global.
Las críticas al comunicado oficial no tardaron en aparecer. Desde distintos ámbitos se señaló que, frente a un atentado de esta naturaleza, la neutralidad semántica no es prudencia, sino ambigüedad. Como se remarcó director de B’nai B’rith Latinoamérica, Eduardo Kohn, en el análisis difundido por Radio Carve, en estos casos “las cosas hay que decirlas claras”: cuando un ataque es antisemita, debe ser nombrado como tal, sin eufemismos ni diluciones que terminan vaciando de sentido la condena. “Decir gre gre para decir Gregorio es hasta un poquito ofensivo”, remarcó.
Lo ocurrido deja una enseñanza incómoda. En un mundo donde el antisemitismo vuelve a expresarse con violencia abierta, la reacción del Estado no puede ser tardía ni timorata. La política exterior no se mide solo por equilibrios diplomáticos, sino también por la capacidad de asumir posiciones morales claras frente al terrorismo y el odio. Callar un día de más o hablar a medias no es neutralidad: es una forma de ausencia.
Uruguay ha construido históricamente un prestigio internacional asociado a la defensa de los derechos humanos y a la condena inequívoca del terrorismo. Preservar ese capital exige algo elemental: llamar a las cosas por su nombre, hacerlo a tiempo y sin cálculos menores. Frente al odio, la claridad no es un lujo retórico; es una obligación democrática.
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