¿Yankees go home?
Edición Nº 1043 - Viernes 11 de julio de 2025. Lectura: 2'
Alguna vez gritaron “¡fuera el imperialismo yanqui!”. Hoy, lo invitan con café, medialunas y un decreto redactado a medida.
La ministra de Defensa, Sandra Lazo, anunció con desparpajo que el gobierno modificará la ley de derribo “vía decreto”, tras una amable conversación con el Jefe del Comando Sur de Estados Unidos. Sí, leyó bien: no tras un debate nacional, ni una consulta parlamentaria, sino como gesto de buena voluntad hacia Washington. Todo un símbolo…
La ley en cuestión, aprobada bajo la LUC, otorga a Uruguay una herramienta clave para la defensa de su soberanía aérea y el combate al narcotráfico: la posibilidad de interceptar y neutralizar vuelos ilegales. Una medida que no se sacó de la galera, sino que se alinea con las prácticas de seguridad vigentes en varios países de la región. Ahora, con la excusa de que no cumple “estándares internacionales” (léase: requisitos para que Estados Unidos venda armamento), se apuran en derogarla.
¿Y los principios? Bien, gracias.
Aquellos que durante años pintaron murales con consignas antiyanquis, que juraban no ceder jamás ante el “imperio”, hoy sonríen y firman compromisos con el mismísimo Comando Sur. ¿Será que cambiaron de opinión, o simplemente de lugar en la mesa?
Lo tragicómico es que el argumento no pasa por debatir la eficacia de la norma ni su adecuación al derecho internacional. No. Todo se reduce a una transacción: cambiar la ley para habilitar compras de armamento. Y en ese camino, lo que se negocia no es solo una norma técnica, sino la dignidad institucional del país.
El senador Javier García lo dijo con ironía justa: pasaron de gritar “¡Yankees go home!” a preguntarles en qué artículo de la ley desean cambios. Y no se equivoca: la señal que el gobierno está dando es de una docilidad vergonzosa.
Claro, en nombre de la diplomacia se puede justificar casi todo. Pero cuando la diplomacia se transforma en servilismo, lo que se pierde no es un párrafo en el reglamento aéreo, sino la capacidad de decidir por nosotros mismos. Y eso, ni el discurso más progresista puede ocultarlo.
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