Edición Nº 1060 - Viernes 7 de noviembre de 2025

Y tú, Izquierda, ¿dónde estás ahora?

Viernes 7 de noviembre de 2025. Lectura: 5'

Por Jonás Bergstein

Cuando el silencio sucede al grito, lo que queda expuesto no es la causa, sino la impostura.

El capítulo de Génesis titulado La vida de Sara comienza precisamente relatando su muerte. En la sabiduría judía se interpreta esa paradojal circunstancia —a saber: que un texto dedicado a la vida de una persona comience nada menos que narrando su muerte— en el sentido de que es sólo con la muerte, y sólo en esa fracción de segundo, que recién podemos aquilatar en toda su misión la vida de cada uno de nosotros. Recién en el instante en que se produce el tránsito de la vida a la muerte es que adquirimos esa visión póstuma (que todo lo aclara) de la vida de la persona.

Algo de esto nos pasó a nosotros cuando el 9 de octubre el presidente Trump anunció el acuerdo de cese de fuego en Gaza, refrendado algunos días más tarde en Sharm el-Sheij. En un abrir y cerrar de ojos todo se hizo más claro. Fue como si en un instante hubiéramos visto la luz, como si en ese instante hubiéramos visto desfilar en nuestra retina la larga sucesión de imágenes de los últimos dos años: el ataque del 7 de octubre; los festejos (sic) del 8 de octubre; la efervescencia en los campus universitarios en Estados Unidos (y en tantos otros); el papelón de las rectoras en el Congreso de ese último país; la cancelación de Spektorowsky (by the way: ¿qué pasó al final con el curso que de todas maneras se iba a hacer?); el monstruo diabólico del 8M y el inaudito archivo del expediente penal por la fiscal Puppo; los amigos que se hicieron a un lado (también los otros, que sí se dieron cita justamente en ese momento); y, muy especialmente, las marchas por 18 de Julio, salpicadas de banderas palestinas por doquier, clamando a los cuatro vientos por el genocidio israelí, con todos sus consabidos condimentos: "Israel, Estado genocida", "colonialista", "imperialista", "sionista", "fascista", "supremacista" , y cuantos otros "istas" pudieran andar por la vuelta.

Después de tanto alboroto, uno hubiera esperado que, producido el cese de fuego —por frágil que fuera—, esos mismos que tanto fustigaron a Israel hubieran salido a festejar, con ímpetu no menor, el fin de la guerra o, al menos, el fin de las hostilidades que, según ellos, tanto dolor y sufrimiento les causaban.

Sin embargo, nada de eso sucedió: el apagón fue total y generalizado. ¿Será que no se enteraron de los acuerdos alcanzados? Difícil. ¿Será que no quieren enterarse? Muy probable. El siguiente episodio ilustrará el punto. El 9 de octubre fue un jueves. Por uno de esos azares del destino, terminé participando en la marcha del 9 de octubre, la marcha de protesta contra el (pretendido) genocidio en Gaza (no resisto la tentación de transcribir los cánticos alusivos que se escuchaban: "¡Orsi, sionista, sos el terrorista!" ; o este otro: "¡A romper, a romper, relación con Israel!" ). Cuando me acerqué a una joven que portaba un cartel para preguntarle si sabía que ese mismo día se había anunciado la paz, su respuesta fue simple: "Ni idea" . Y, preguntada por el sentido de la ideología sionista-fascista que propone Israel —tal como ella misma la había definido, me respondió con toda espontaneidad: "Ah, eso tenés que preguntárselo a mi compañera de al lado" .

Quiere decir que se había abierto un rayo de luz y de esperanza, pero los compañeros no querían saber de nada: lo importante en ese momento —y, agregamos nosotros, en todo momento— no era la paz, sino que lo importante era marchar, protestar, manifestar. ¿Contra quién? No importa. Contra todo y contra todos: contra el Estado, contra el establishment, contra la sociedad organizada, contra los de arriba, contra el opresor, contra los que se la llevan de arriba, contra los judíos, contra los opresores. En fin, contra un largo "los", que nunca supe muy bien quiénes eran. (Hoy, sin embargo, creo empezar a intuir quiénes son: los "los" —si se nos permite el giro— lisa y llanamente no existen. Son una creación de la mente humana, un mito que un sector de la sociedad necesitó construir para depositar en él la fuente de todos los males, la fuente de todo). A fin de cuentas, es mucho más fácil trasladar al otro y al Estado la responsabilidad de nuestra vida que asumirla nosotros mismos y así erigirnos en los forjadores y protagonistas de nuestro propio destino.

Pero volvamos a lo nuestro. Para esos mismos manifestantes de marras —siempre tan bien dispuestos cuando de condenar a Israel se trata—, ¿no será que ahora tendría más sentido que salieran a las calles a celebrar la paz? ¿No tendría sentido que salieran a celebrar la supervivencia del pueblo palestino ante la inminencia de su apocalíptico genocidio? ¿O, aunque más no sea, para bregar por la consolidación de los débiles puntales que hoy sustentan el endeble statu quo? ¿O será que acaso el fin de las hostilidades dejó a unos cuantos sin asunto?

Desde nuestro punto de vista, las conclusiones saltan a la vista: mucho más importante que la paz, mucho más importante que la salud y el bienestar del pueblo palestino —en suma, mucho más importante que las personas, que los hombres de carne y hueso— es el rechazo a Israel y a los judíos; es la necesidad de descargar la ira contra aquel Estado; es el imperativo casi impostergable de dar rienda suelta a lo peor que hay dentro de nosotros.

Señor lector: es muy triste y dice mucho de nuestra condición humana. Pero, desgraciadamente, me temo que es cierto.



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