Violencia intelectual: cómo el putinismo está infiltrando la educación rusa
Viernes 11 de julio de 2025. Lectura: 18'
En la Rusia actual, el Estado está nacionalizando al individuo (y también sus propiedades), pero el proceso no se ha completado, asegura el analista ruso Andrei Kolesnikov en una columna de opinión para Letras Libres que aquí reproducimos.
En la era del putinismo tardío, la violencia directa y el control de la sociedad, junto con una nueva moral basada en los llamados “valores tradicionales”, son un instrumento esencial de control social. Utilizar el sistema educativo y las instituciones culturales para adoctrinar a la población –sobre todo a los jóvenes– es de hecho una forma de violencia, solo que intelectual y espiritual en lugar de física.
En algunos aspectos, la represión política es mayor ahora que a finales del periodo soviético. Lo absurdo de las acusaciones e incluso el número de condenas basadas en cargos políticos recuerda cada vez más a la época de Stalin. El 27 de febrero de 2024, por ejemplo, el activista de derechos humanos Oleg Orlov fue encarcelado por actividades que promueven “odio a los valores tradicionales”. Estamos viendo cómo la ideología adquiere un significado práctico en la aplicación de la represión política.
La función de la ideología y de los organismos ideológicos –desde el Ministerio de Educación y el organismo de control de las comunicaciones Roskomnadzor hasta la Fiscalía General, el Ministerio de Justicia, el Comité de Investigación y el Servicio Federal de Seguridad (FSB)– es presentar una única visión posible del mundo y castigar todo lo que la refute o contradiga. Todos estos organismos se están convirtiendo en mecanismos de control de la ideología y la cultura.
Los jóvenes son una de las “corporaciones” más importantes para el régimen de Putin. Las autoridades consideran necesario trabajar en ellos porque el apoyo a Putin y sus iniciativas es menor en este grupo de edad, pero también porque el sistema de Putin –como cualquier régimen autoritario o totalitario– ve en los jóvenes una fuente clave de recursos humanos obedientes. Por eso el Estado se implica tanto en todos los niveles de la enseñanza: primaria, secundaria, superior y complementaria. La educación “patriótica” es cada vez más intrusiva, simplista y tópica.
Pequeños incendios en todas partes
Recientemente, el régimen ha comenzado a trabajar activamente con los estudiantes universitarios y de secundaria. Muchos ideólogos ultraconservadores y militaristas piensan incluso que el curso que se introdujo en las universidades en otoño de 2023, “Fundamentos de la estatalidad rusa”, así como los libros de texto de historia unificados publicados para los cursos superiores de secundaria para el año escolar 2023-2024 son medios insuficientes para convertir a los estudiantes a una única fe ideológica. En palabras de Aleksandr Dugin, jefe ultraconservador de la Escuela Superior de Política Iván Ilyín de la Universidad Estatal Rusa de Humanidades, “la inmensa mayoría de las instituciones educativas de Rusia reflejan en realidad el orden liberal de los años ochenta y noventa. Por lo tanto, lo que es necesario es la militarización de la educación, una ruptura brusca del vector –sobre todo en las humanidades– que se ha establecido en las últimas décadas bajo el control directo y a las órdenes de Occidente, con el que hoy estamos en guerra.”
Recientemente, se han dado varios ejemplos de una aplicación práctica de esta ideología. El 3 de abril de 2024, Andréi Ilnitski, asesor del ministro de Defensa, visitó la principal universidad rusa de física y matemáticas, el Instituto de Física y Tecnología de Moscú (MIPT), e impartió una conferencia conspirativa como parte de un curso sobre “procesos en la comunidad mundial”. Según los asistentes, dijo a los estudiantes que “al otro lado de las fronteras rusas se están tramando planes para sembrar el caos, socavar la soberanía y poner en peligro la historia, las tradiciones, los valores, las convicciones y la ideología de Rusia”. No hubo protestas en el MIPT, pero los alumnos vieron en la conferencia un intento de imponer una visión oscurantista del mundo en una institución cuyos graduados suelen emigrar de Rusia porque no ven un lugar para ellos en un Estado y una sociedad militarizados. Los antiguos alumnos, profesores y estudiantes de esta universidad se habían manifestado en contra de la llamada “operación militar especial” nada más comenzar. A principios de marzo de 2022, casi 3.000 personas firmaron una petición contra ella: una cifra significativa para una institución verdaderamente de élite.
Mientras tanto, en abril de 2024, más de 5.000 personas firmaron inmediatamente una petición estudiantil contra la creación de la Escuela Superior de Política Iván Ilyín, dirigida por Aleksandr Dugin, en la Universidad Estatal Rusa de Humanidades. Cuando empezó a difundirse la noticia de la petición, el número de firmas alcanzó más de 25.000 en cuestión de días, ya que empezaron a firmarla personas ajenas al alumnado de la Universidad Estatal Rusa de Humanidades y otras que no tenían relación con la universidad. La respuesta del rector y del propio Dugin fue previsible y acorde con las costumbres políticas actuales en Rusia: sugirieron, irritados, que la petición había sido orquestada por fuerzas proucranianas, “agentes extranjeros” y partidarios de “países hostiles”, todos ellos representantes de una opinión minoritaria.
Este es un aspecto clave. Para el Estado es importante mantener la sensación de que existe una mayoría: el régimen y sus unidades de propaganda se esfuerzan por hacer ver que la sociedad rusa –con la excepción de ciudadanos inconscientes y la quinta columna– está unida en su apoyo a Putin y su guerra. En particular, se supone que este apoyo se expresa en el 87%de votos a favor del eterno líder en las “elecciones” presidenciales. En una situación así, la opinión minoritaria solo la tienen los marginados, y la única estrategia sensata que les queda es unirse a la mayoría (aunque sea de forma poco sincera, como los conformistas pasivos que en realidad constituyen la mayoría sociológica de la población).
Sin embargo, la sociedad civil sigue viva, a pesar de la atmósfera de miedo, la represión directa y las purgas profesionales en el sector educativo (sobre todo en la enseñanza superior, y en particular en la Escuela Superior de Economía, que hasta hace poco era la universidad más liberal de Rusia). La sociedad civil no está luchando por el poder, está oponiendo una resistencia moral, como hizo en las últimas décadas de la Unión Soviética. Las acciones de los estudiantes son manifestaciones de esta resistencia moral al sistema.
Otra polémica en el sector de la enseñanza superior estuvo relacionada con la corporativización. De nuevo en abril de 2024, la administración de la Escuela Superior de Economía disolvió el consejo estudiantil de la universidad porque se negó a admitir como miembro a un representante de una organización juvenil pro-Kremlin, Movimiento de los Pioneros, que fue creada específicamente basándose en principios corporativistas. Por ahora, el Estado no exige a todos los estudiantes –o al menos a todos los miembros de los consejos estudiantiles– que se afilien a movimientos pro-Kremlin, y esto distingue al totalitarismo clásico del neototalitarismo de Putin (o totalitarismo híbrido).
Incubadoras del hombre nuevo
A medida que madura, a todo régimen totalitario se le ocurre la idea de construir un hombre nuevo. Este hombre nuevo se convierte en el modelo para el mercado laboral y las bien remuneradas profesiones de funcionario de los servicios de seguridad (los llamados silovik) o trabajador del complejo militar-industrial. La “operación militar especial” es la mejor escalera profesional y forja para los putinistas. También encaja bien en esta estructura corporativista utilizar un lenguaje patriótico y ejercer “violencia intelectual” –por ejemplo, acusar pomposamente a los enemigos extranjeros y nacionales utilizando clichés, e insertar la letra latina Z en las palabras rusas como símbolo de apoyo a la guerra (suelo llamar a este fenómeno “dialecto social Z”)–. Así es como se construyeron todos los regímenes totalitarios: desde el régimen de Stalin, que cooptó a toda la población en organizaciones juveniles, partidistas y sindicales, hasta los regímenes de Benito Mussolini en Italia y Antonio Salazar en Portugal.
En todos los regímenes de este tipo, la ideología se basa en una teoría en la que el país debe tomar un camino especial que conduce a un desenlace glorioso. Un Estado totalitario se ve a sí mismo como un régimen “de todo el pueblo” o simplemente “del pueblo” y reclama el derecho a movilizar a la nación. A su vez, la nación se define a sí misma como una unidad especial, como la “nueva comunalidad histórica” en la URSS, Deutschtum (“germanidad”) en Alemania y los conceptos correspondientes de italianità en Italia e hispanidad en España. Si el Estado está implicado en una guerra, se rinde culto a los caídos y a la muerte heroica. Por ejemplo, ese es el tema y la letra de la canción “Let’s Rise!”, del popular cantante nacional-patriótico ruso Shaman:
Levantémonos, mientras Dios y la verdad estén de nuestro lado,
Demos gracias por concedernos la victoria.
Por los que encontraron su cielo y ya no están con nosotros,
Levantémonos y cantemos una canción.
No es muy diferente de las canciones de marcha estalinistas, el himno nacional alemán de la época nazi “Horst-Wessel-Lied”, la marcha de la legión española “El novio de la muerte” y el himno oficial del partido fascista italiano, “Giovinezza”. La unidad del pueblo y del líder es uno de los componentes fundamentales de la ideología de los regímenes totalitarios. Y la fuerza de una nación se mide por su capacidad para funcionar en aislamiento político y autarquía económica.
Las células corporativas son la base organizativa de tales sistemas. Idealmente, una red de estas células cubre la totalidad del espacio público. Las organizaciones de la Unión Soviética –los Pequeños Octubristas, los Pioneros, Komsomol y los diversos sindicatos– seguían el modelo de las de sus propios enemigos: los regímenes fascistas y de ultraderecha del siglo XX. Los Pequeños Octubristas y los Pioneros tenían mucho en común con la organización juvenil italiana Balilla, sobre todo los ejemplos didácticos de los niños héroes.
Sin embargo, las prácticas rusas actuales no son totalmente totalitarias, aunque se esfuerzan por serlo: los jóvenes sonrientes y uniformados de los carteles son víctimas de prácticas semitotalitarias, ya que no representan a todos los jóvenes. Por ahora, el régimen no ha sido capaz de incorporar a todos los jóvenes a sus movimientos juveniles modernos, que incluyen, entre otros, el Movimiento de los Pioneros, el Ejército Joven y los clubes estudiantiles Estoy Orgulloso.
Para un régimen semitotalitario (o neototalitario), el patriotismo significa ante todo la militarización de la conciencia. El Ejército Joven se creó dos años después de la anexión de Crimea, cuando el régimen ya había empezado a transformarse de un régimen puramente autoritario en uno semitotalitario.
Naturalmente, una organización militarizada debe representar la lucha entre todo lo que es bueno y todo lo que es malo; de lo contrario, ¿para qué necesitaría una sociedad moderna juegos de guerra para niños? Por eso la misión de la organización, como se indica en su sitio web, es “cultivar en los miembros del Ejército Joven la bondad, la compasión, la conciencia, la lealtad, la dignidad y el amor a la Patria. Ejército Joven se dedica a fomentar el respeto por la institución de la familia, por la memoria de los antepasados y por los mayores”. Los “ejemplos de casos” de su proceso educativo proceden casi en su totalidad del legado soviético.
El inicio de la “operación militar especial” aceleró bruscamente la formación de la ideología del Estado y su manifestación organizativa, incluso en lo que se refiere a los jóvenes. El Movimiento de los Pioneros se creó en 2022, y está basado en los Pioneros soviéticos, aunque el rango de edad de la nueva organización es mucho más amplio: de seis a veinticinco años, en comparación con el rango de edad de los Pioneros, de nueve a catorce.
Los buenos chicos y chicas que “siguen las tradiciones de nuestros antepasados” son un elemento natural del pathos del movimiento, que ve un brillante futuro en un oscuro pasado. Los detalles de las características clave del movimiento apelan a una historia gloriosa construida sobre una identidad negativa; insinúan un enemigo que socava la autopercepción de una trayectoria histórica única: “Los miembros del Movimiento estudian, conocen y protegen [cursiva del autor] la historia de Rusia, se oponen a cualquier intento de distorsionarla y denigrarla. Preservan la memoria de los defensores de la Patria.”
Los valores familiares son parte exclusiva de su tradición –es decir, supuestamente no son inherentes a otros países y pueblos–, y son un aspecto crucial de esta autoidentificación: “Los miembros del Movimiento comparten valores familiares tradicionales. Están orgullosos de la cultura rusa de la paternidad y la maternidad. Honran a las familias numerosas. Ayudan a los niños más pequeños, cuidan de los abuelos de la familia”.
Ceremonias y rituales
El adoctrinamiento a nivel escolar es fácil de implantar, porque el Estado es libre de hacer lo que quiera: desde imponer libros de texto de historia unificados hasta celebrar “Conversaciones sobre cosas importantes” como primera clase de los lunes. El sitio web del programa “Conversaciones” contiene material temático y metodológico, frecuentemente vinculado a fechas concretas. Cada tema es desarrollado por un ponente especializado en la materia, a menudo con textos extraños y farragosos. Por ejemplo, la lección sobre “Crimea y Sebastopol: diez años en su puerto natal” (una frase que se ha convertido en un cliché propagandístico) es impartida por el obispo ortodoxo Tikhon Mollard, a menudo llamado “el confesor de Putin”. Su libro Muerte de un imperio (descrito como una obra “sobre los mecanismos de los cataclismos en Rusia”) se ha convertido en otra arma ideológica del régimen.
En el marco de la simbiosis de la escuela y el Movimiento de los Pioneros se desarrolla una “lengua de madera”, un dialecto social que habla de “valores”. Esto también ha sido siempre típico de los regímenes totalitarios. Además, el adoctrinamiento se afianza mediante ceremonias (en particular, el izado de la bandera en las escuelas) y rituales. Como parte de la iniciativa “Carta a un soldado”, por ejemplo, diseñada para crear la impresión de continuidad entre la Segunda Guerra Mundial y la “operación militar especial”, se supone que los estudiantes deben felicitar a los participantes del conflicto actual en la festividad del 9 de mayo, Día de la Victoria. A nadie parece importarle que el pueblo de Ucrania tiene el mismo derecho a celebrar la victoria sobre la Alemania de Hitler en la Segunda Guerra Mundial.
También hay una campaña obligatoria (o al menos fuertemente alentada) en todo tipo de centros educativos de todo el país para fabricar suministros para la guerra. Estos esfuerzos se han elevado a la categoría de importante causa común. En la primavera de 2024, por ejemplo, el ministro de Educación y Ciencia de Daguestán, Yahya Buchaev, dio instrucciones a las escuelas para que enseñaran a los alumnos a tejer redes de camuflaje y a fabricar velas de trinchera como parte de sus programas extraescolares.
Páginas que desaparecen
El proceso general de censura y autocensura en editoriales y librerías se ha extendido al plan de estudios de literatura en las escuelas, incluidas las listas de lecturas complementarias. Sin embargo, esto es solo una parte del panorama general de lo que está ocurriendo en el mercado general del libro, sobre todo porque las listas de lectura (y las listas de libros cuya lectura no se recomienda) incluyen muchos libros no infantiles.
En el mercado general del libro se ha creado un “centro de expertos” para evaluar si las ediciones impresas y electrónicas cumplen las leyes, sobre todo las que prohíben la “propaganda LGBTQ”. Ahora existe una verdadera agencia de censura que complementa las denuncias y los esfuerzos de las fuerzas del orden. No se trata de una censura que impida la publicación, sino de inspecciones y prohibiciones retroactivas de libros ya publicados, a veces como consecuencia de advertencias de la fiscalía.
También existe otro enfoque de la censura: la traducción rusa de Pasolini. Morir por las ideas, la biografía de Roberto Carnero sobre el cineasta italiano gay Pier Paolo Pasolini, que llegó a las librerías y tiendas online en mayo de 2024, está censurada explícitamente; los fragmentos relacionados con la sexualidad de Pasolini están tachados.
Otro ejemplo importante y revelador fue la iniciativa de los diputados de la Duma estatal de enmendar una ley sobre servicios bibliotecarios para prohibir el préstamo de libros de “agentes extranjeros”, “terroristas” y “extremistas”. Por supuesto, muchas bibliotecas y librerías ya han dejado de prestar y vender libros de “agentes extranjeros”, aplicando un conformismo preventivo. Algunas editoriales también han dejado de firmar contratos con autores que han sido declarados “agentes extranjeros”, ya que temen represalias y son conscientes de la dificultad de vender libros de esos autores.
Aprender en casa y en la escuela
Nunca es fácil alcanzar la totalidad, ni siquiera en la regulación de la literatura infantil. Es más fácil vender cuadernos y otros materiales escolares con imágenes “patrióticas” –como los cuadernos lanzados en abril de 2024 con retratos de una tripulación de tanques alabada por sus hazañas en Ucrania– que controlar todo lo que leen los alumnos.
También hay cambios en los programas escolares. Algunos libros que habían sido fundamentales para la formación de la identidad del individuo soviético, como La joven guardia de Aleksandr Fadéyev y Así se templó el acero de Nikolái Ostrovski, se han recuperado del pasado soviético, que ahora parece arcaico, y se han incluido en el plan de estudios de undécimo curso. La ya mencionada Muerte de un imperio, del obispo ortodoxo Tikhon, también ha entrado en la lista de literatura recomendada: impulsada por la propaganda y por las librerías, se ha convertido en un éxito de ventas. Algunos libros antisoviéticos (y principalmente anti-Stalin) siguen en la lista de lecturas, como El archipiélago Gulag de Aleksandr Solzhenitsyn y Un día en la vida de Iván Denísovich. Otros han sido eliminados de la lista, por ejemplo El fiel Ruslan, de Gueorgui Vladímov, Relatos de Kolimá, de Varlam Shalámov, y La casa del malecón, de Yuri Trifonov.
La literatura se está convirtiendo en una asignatura tan ideológica como la historia, un instrumento de adoctrinamiento en la escuela. En virtud de un decreto del Ministerio de Educación de abril de 2024, el número de horas lectivas asignadas a la enseñanza de la historia está aumentando considerablemente. En otras circunstancias esto podría ser positivo, pero no en una época de libros de texto “unificados” y de politización y mitificación de la historia. Naturalmente, todavía depende mucho de cada profesor, como ocurría en la Unión Soviética. Sin embargo, el propio sistema está presionando a los profesores, incluso a los mejores, que se ven obligados, igual que los alumnos, a adaptarse a las circunstancias.
El mismo decreto del Ministerio de Educación redujo drásticamente el número de horas lectivas para estudios sociales: en los cursos sexto a octavo, la asignatura fue simplemente eliminada. Tal vez esto se deba a que la realidad entra en una contradicción catastrófica con los fundamentos democráticos y constitucionales de la estatalidad rusa y los derechos y libertades del pueblo y los ciudadanos protegidos por la Constitución. Yana Lantratova, diputada de la Duma estatal, explicó los cambios en el programa de estudios sociales de la siguiente manera: “Si nos fijamos en los conceptos que se estudian en este periodo de tiempo, se trata principalmente de conceptos occidentales, que dicen que una sociedad que respeta la religión, las familias numerosas y los valores tradicionales es una sociedad atrasada, y que el único modelo ideal es el modelo estadounidense.”
Operación especial antropológica
La violencia intelectual y la opresión espiritual se están convirtiendo en algo rutinario en la vida de los rusos. También se están volviendo cada vez más intrusivas e intentan abarcarlo todo. Todavía es posible resistirse a esta opresión ignorándola o fingiendo ajustarse a sus normas. Sin embargo, el Estado satura cada vez más la vida cotidiana de propaganda e ideología: por ejemplo, el gobernador de San Petersburgo, Aleksandr Beglov, ha prometido cambiar masivamente el nombre de las escuelas de la ciudad por el de participantes en la “operación militar especial”.
El régimen de Putin parece ser eterno, y por eso muchos rusos que están alcanzando la mayoría de edad encuentran natural hacer uso de los ascensores profesionales que ofrece el Estado. Los requisitos para utilizar estos ascensores incluyen la lealtad política, una mentalidad mitificada y una conciencia orientada a la defensa.
En la Rusia actual, el Estado está nacionalizando al individuo (y también sus propiedades), pero el proceso no se ha completado. En esta “operación antropológica especial” la violencia intelectual tiene una enorme importancia práctica. La sociedad civil aún no ha perdido la batalla antropológica por los corazones y las mentes de los rusos, en particular de los jóvenes rusos. El Estado no dará marcha atrás, pero la ciudadanía seguirá luchando para conservar su dignidad humana. Será una prolongada guerra interna de desgaste, y el resultado es impredecible.
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