Veinte años perdidos
Con ese título, el semanario Búsqueda publicó ayer en su editorial un comentario –que aquí reproducimos– muy elocuente sobre la paralización de la reforma educativa.
Cuando cualquier analista de la realidad uruguaya revisa lo que está pasando en el país, inevitablemente acaba haciéndose una pregunta: ¿qué pasó acá que antes era ejemplo para América y el mundo por su sistema educativo público, donde se aseguraba igualdad de oportunidades en el punto de partida para pobres y ricos? ¿No se dieron cuenta de que eso garantizaba la estabilidad de la democracia porque, como decía José Pedro Varela, “para que haya república tiene que haber republicanos”?
Algunas respuestas a este panorama actual dio la semana pasada en Búsqueda la exconsejera de la Administración Nacional de Educación Pública (ANEP), Carmen Tornaría, quien coprotagonizó durante el segundo gobierno de Julio María Sanguinetti (1995-2000) la reforma impulsada por el entonces presidente de la ANEP, Germán Rama.
El motor de aquel plan fue “tratar de recuperar las bases varelianas de la educación uruguaya: el universalismo y la reciprocidad entre la gratuidad y la obligatoriedad, que refleja un gran pacto entre la ciudadanía y el Estado”. Y sus ejes enfocaron tres problemas: la educación pública había dejado de ser el motor de equidad social y de igualdad de oportunidades, tenía debilidades en cuanto a calidad y, también, debilidades profesionales.
Para enfrentar el desafío, Rama y sus compañeros procuraron innovar en tres direcciones: 1) en Primaria, impulsaron la preescolarización en 3, 4 y 5 años, así como la creación de 100 escuelas de tiempo completo; 2) en Secundaria, trataron de extender el tiempo de clases y de turnos, actualizando contenidos de planes y programas, separando el primer y el segundo ciclos, e introduciendo herramientas de alfabetización como informática e inglés. Y en UTU, los bachilleratos tecnológicos; 3) en formación docente, crearon centros regionales de profesores en el interior —Salto, Rivera, Colonia y Maldonado—, en condiciones de igualdad con los estudiantes de Montevideo.
Hace 20 años, aquellos cambios fueron bombardeados con toda la artillería por la “máquina de impedir” del Frente Amplio y los sindicatos. “Algunos sectores mezquinos de la izquierda no podían meter en su cabeza que la reforma necesaria en el Uruguay se desarrollaba durante un gobierno colorado. Toda esta resistencia no fue contra la reforma ni contra Rama; aquello era contra Sanguinetti”, explicó Tornaría, una votante del Frente Amplio.
Desde entonces, según la experta, la educación pública uruguaya ha transitado por “veinte años de pérdida de tiempo y eso es muy grave para Uruguay. Para transformar la educación se necesitan tres cosas: un liderazgo, un plan claro y un equipo que crea en él y lo impulse para llevarlo adelante. Hoy esas tres cosas están faltando”.
“El drama para la tradición educativa del país es que se siga perdiendo tiempo. No es suficiente hacer una reformita por acá y por allá, algo cosmético. Hay que darles soporte político a los que saben y tienen capacidad de liderazgo”, dijo. Y concluyó con una triste realidad que está a la vista de todos: “Yo creo que al Frente Amplio le falta valentía para encarar una reforma educativa impostergable”.
Tornaría cree que el costo social de no hacer nada serio en educación “es como un homicidio. En educación, el no hacer nada o hacer cosas salpicadas y no en torno a un plan, es comprometer a las familias y a los chiquilines: está comprometiendo al país”.
Tan sencillo como dramático.
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