Edición Nº 1043 - Viernes 11 de julio de 2025

Una política exterior sin brújula

Edición Nº 1043 - Viernes 11 de julio de 2025. Lectura: 4'

Es difícil exagerar la gravedad de lo que está ocurriendo con la política exterior del actual gobierno. En un contexto internacional volátil, con riesgos crecientes en materia de seguridad, comercio y derechos humanos, Uruguay parece haber optado por desdibujar su histórica línea de conducta para lanzarse, sin estrategia clara ni beneficios concretos, a los brazos de alianzas que comprometen su integridad democrática y su posicionamiento internacional. La reciente participación del presidente Yamandú Orsi en la cumbre del bloque BRICS es una muestra rotunda de esa triste deriva.

Uruguay tiene una tradición diplomática sólida, basada en la defensa del derecho internacional, el multilateralismo, la democracia liberal y los derechos humanos. En ese marco, ha sabido construir una reputación que supera su pequeño tamaño y le ha permitido sentarse en mesas relevantes. Por eso mismo resulta alarmante que hoy se busque un alineamiento con un bloque que congrega a algunos de los regímenes más autoritarios del planeta: Rusia, Irán, China, entre otros. ¿Qué comparte Uruguay con esos países en términos de valores políticos y principios democráticos?

El gobierno de Orsi ha intentado presentar su presencia en la cumbre de los BRICS como una mera instancia para mantener reuniones bilaterales. Pero nadie puede ser ingenuo. El simbolismo de sentarse junto a Vladimir Putin o a emisarios del régimen iraní no es gratuito. Envía un mensaje al mundo sobre cuáles son los nuevos socios que Uruguay está dispuesto a cortejar. Mientras tanto, la posibilidad de ingresar al banco del BRICS (el Nuevo Banco de Desarrollo), que había sido descartada por el gobierno anterior tras la invasión rusa a Ucrania, vuelve a estar sobre la mesa, con Dilma Rousseff operando como su principal promotora.

El argumento del gobierno es que se busca una mayor apertura internacional y diversificación de relaciones. Pero los hechos lo desmienten. Mientras se corre presuroso a los brazos de Lula y sus socios globales, se dilata cualquier avance en tratados con democracias consolidadas como Canadá, Japón o Chile. El ingreso al Acuerdo Transpacífico (CPTPP), por ejemplo, está paralizado. Uruguay, que debería estar mirando al Asia Pacífico como plataforma comercial, está atrapado en una agenda ideologizada que favorece intereses geopolíticos ajenos.

Y lo que es peor: el contexto internacional ya está comenzando a responder. Estados Unidos ha anunciado que aplicará aranceles adicionales del 10% a aquellos países que se alineen con el eje BRICS en posición antiestadounidense. Esta advertencia no es menor: nuestros productos podrían perder competitividad en un mercado clave, sin que tengamos garantías de compensación en otros destinos. Se compromete el acceso a mercados sin que se ganen ventajas claras.

Tampoco hay claridad sobre la naturaleza del bloque al que el gobierno parece acercarse. Los BRICS no son una alianza económica al estilo de la OCDE o el Mercosur. Son un foro geopolítico con pretensiones de disputarle poder a Occidente. Y su agenda está contaminada por regímenes autoritarios, sancionados por la comunidad internacional. ¿En qué lugar queda Uruguay si decide vincularse más estrechamente con potencias responsables de violaciones sistemáticas de derechos humanos?

Orsi y su canciller han intentado relativizar la participación uruguaya, diciendo que no implica membresía. Pero asistir a esa cumbre, promovida por Lula Da Silva, forma parte de una estrategia de inserción internacional completamente contraria a nuestra historia y a nuestros intereses. Es una subordinación vergonzosa a la diplomacia brasileña, que ha dejado de defender democracias para transformarse en patrocinadora de dictaduras.

A esto se suma una pérdida completa de iniciativa en otros frentes. El Mercosur ha vuelto a su parálisis habitual, con Uruguay repitiendo eslogans vacíos de “más y mejor Mercosur”. En los hechos, eso implica congelar cualquier posibilidad de apertura comercial real. Y en la OEA, el gobierno votó por un candidato oscuro solo por pedido de Brasil, renunciando a tener voz propia.

Lo que estamos viendo no es solo una torpeza diplomática. Es una renuncia deliberada a los principios que han guiado a Uruguay durante generaciones. Es optar por la conveniencia geopolítica de otros antes que por el interés nacional. Y es también una decisión riesgosa, que puede tener consecuencias comerciales, políticas y morales graves.

No estamos en contra de que Uruguay diversifique sus relaciones internacionales. Al contrario. Lo que reclamamos es que lo haga con una estrategia coherente, alineada con nuestros valores democráticos y en beneficio concreto de nuestros ciudadanos. Sentarse con Irán o con Rusia no aporta nada a la economía ni a la reputación de nuestro país.

El Partido Colorado ha manifestado su preocupación y lo ha hecho con claridad: no podemos sacrificar nuestros principios por un asiento en una mesa que no nos representa. Uruguay no necesita alinearse con potencias autoritarias para tener protagonismo internacional. Lo que necesita es coherencia, firmeza y una visión moderna y democrática del mundo.

El presidente Orsi debe rectificar el rumbo. Todavía está a tiempo de mostrar que puede tener una política exterior seria, independiente y centrada en el interés nacional. De lo contrario, estará hipotecando no solo nuestra inserción internacional, sino también nuestro prestigio histórico como nación respetada por su defensa de la libertad, el derecho y la democracia.



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