Una elección que desmiente al relato
Viernes 16 de mayo de 2025. Lectura: 4'
Concluyó el ciclo electoral uruguayo y el veredicto es contundente: el Frente Amplio sufrió una derrota política, por más que algunos pretendan ocultarla bajo porcentajes brutos o relatos edulcorados. Como bien señaló Óscar Bottinelli, al que nadie podrá acusar de “hacerle el juego a la derecha”, los resultados encierran una advertencia nítida para la izquierda: los votos no acompañan la épica autocomplaciente. Y, al mismo tiempo, marcan una oportunidad clara para la Coalición Republicana: ampliar su presencia como alternativa nacional, también en el terreno municipal.
Lo primero que hay que destacar es lo que no sucedió: el Frente Amplio no logró ninguna “ola progresista”. No hubo efecto arrastre de su regreso al poder nacional. No logró ampliar su control territorial. Apenas retuvo lo que ya tenía —Montevideo y Canelones— con menos votos y mayor desgaste. Y en departamentos donde aseguraba tener ventaja, como Salto, Florida, Rocha o Soriano, fue derrotado. En Río Negro, su único avance, se benefició más por los errores ajenos que por méritos propios. La realidad electoral, una vez más, le dio la espalda a la soberbia de su comando político.
Bottinelli, sin tapujos, habló de “mala votación” para el Frente Amplio. Y lo explicó en números que deberían llamar a la reflexión incluso a los más fanáticos: 39% de los votos en todo el país, el mismo resultado magro de octubre de 2019, cuando la ciudadanía les dio la espalda tras 15 años de gobierno. Pero lo más relevante no es ese 39%, sino que es una caída respecto al 44% alcanzado en octubre pasado. En apenas siete meses, cinco puntos menos. Y eso que ahora están en el gobierno.
Peor aún: perdieron votos en 18 de los 19 departamentos, con la única excepción de Lavalleja, donde ganaron por apenas 116 votos y aún deben esperar el escrutinio de los observados. ¿Qué parte del mensaje no entienden? ¿Qué más necesitan para admitir que el electorado les está marcando límites?
Montevideo, su bastión histórico, les habló claro. No sólo perdieron casi tres puntos respecto a 2020, sino que buena parte de esos votos no se fueron a la Coalición, sino a las filas del desencanto: blancos y anulados. La ciudadanía frenteamplista empieza a cansarse de la inercia, del inmovilismo, de un gobierno municipal que hace 35 años promete soluciones que nunca llegan. La izquierda está gestionando una capital que siente que le han robado la esperanza.
Y lo mismo sucedió en Canelones, donde la caída fue de casi cinco puntos. Allí, la Coalición Republicana logró instalar una candidatura competitiva, y el voto de castigo frente a la continuidad se manifestó con fuerza. La única razón por la que retuvieron ese departamento fue el peso inercial del aparato, no por convicción popular.
Pero fue en Salto donde quedó más clara la lección: cuando la Coalición se presenta unida, gana. En 2020, el Partido Nacional y el Partido Colorado fueron separados y perdieron. En 2025, con el mismo caudal de votos, pero agrupados bajo el lema común, triunfaron. No se trata de fórmulas mágicas, sino de aritmética política. La Coalición, cuando actúa con sentido estratégico, se convierte en alternativa real.
Lo mismo puede decirse en sentido inverso respecto a Río Negro, donde fueron divididos y perdieron con el Frente Amplio por una diferencia ínfima. De haberse presentado juntos, como en Salto, la historia podría haber sido otra. El mensaje es claro: el Frente Amplio ya no es invencible, ni siquiera en departamentos donde supuestamente tenía el viento a favor. Pero para consolidar esa tendencia, la Coalición debe actuar con inteligencia, amplitud y unidad.
Y eso es, quizás, la gran tarea del futuro inmediato. El ciclo electoral demostró que la Coalición Republicana no sólo es viable, sino necesaria. Que el país necesita una alternativa firme, con presencia territorial, con ideas claras y con voluntad de representar a los sectores productivos, a las clases medias, a los ciudadanos hartos de los relatos ideológicos sin gestión concreta.
El cierre del ciclo no es solo una foto electoral: es una radiografía política. Y esa radiografía muestra a un Frente Amplio más débil de lo que quiere admitir, más dividido internamente de lo que proyecta, y más alejado de la sensibilidad popular de lo que supone. Las ilusiones triunfalistas de octubre se estrellaron contra los hechos de mayo.
La Coalición, en cambio, tiene razones para mirar al futuro con esperanza. No porque haya barrido el mapa, sino porque ha demostrado que cuando se articula con inteligencia, puede ser competitiva en todo el país. Que puede gobernar en departamentos diversos, con identidades distintas, con realidades sociales y económicas múltiples. Que puede —y debe— ser más que una alianza parlamentaria: debe ser un proyecto nacional.
Por eso, este resultado debe ser leído no solo como una derrota del frentismo, sino como una oportunidad para la República. Una oportunidad para consolidar una visión de país que no se rinda ante la resignación, que no dependa de slogans vacíos, que no se oculte detrás del miedo al “otro”. La Coalición tiene el deber histórico de ser eso: una alternativa real, firme, democrática y moderna. Con todos los partidos, en todo el país.
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