Un polémico retorno a Cancillería
Viernes 13 de junio de 2025. Lectura: 3'
Aprovechando las discusiones en torno a la designación de dos ex jerarcas de la Coalición como embajadoras, el Frente Amplio acaba de consumar una nueva afrenta a la carrera diplomática: Rosario Portell fue nombrada embajadora de Uruguay en Rusia. Sí, otra vez. Y sí, hablamos de la misma Portell que ya fue cesada en varias oportunidades por distintos gobiernos (del propio frentismo), por razones que van desde el escándalo administrativo hasta la ineptitud funcional. Pero, como bien lo sintetizó Leonardo Haberkorn en un reciente editorial para Telemundo, hay personas que parecen tener una llave maestra para volver siempre. Aunque hayan dejado todas las puertas hechas trizas.
Portell no es una figura técnica ni diplomática. Su carrera en la Cancillería comenzó en 2005 por decisión política de Reinaldo Gargano, que la ubicó con rango de ministro desconfiando de los funcionarios de carrera. Desde entonces, su paso por el servicio exterior ha sido errático y lleno de controversias. Ya en 2008, fue cesada por el gobierno de Tabaré Vázquez “por razones de buena administración y contención del gasto” tras su escandalosa actuación en la Expo Zaragoza. Allí, trabajadores se quejaron de condiciones laborales infrahumanas, problemas de visado y un manejo completamente desprolijo.
Pese a ello, Portell resurgió como figura cercana al MPP, con vínculos directos con Lucía Topolansky. En 2010 fue premiada por Mujica con una embajada clave: China. ¿Y cómo le fue? Opiniones divididas, aunque uno de sus propios segundos en la embajada, el comunista Leonardo Traversoni, la calificó como “la embajadora más incompetente, arbitraria y corrupta” que había conocido. “Era el hazmerreír porque creía que hablaba inglés y decía cualquier cosa”, escribió. Había incluso exigencias de volar en primera clase y otras frivolidades impensables en alguien con tan escasa formación.
No importa: sobrevivió. Cuando Tabaré volvió al poder, quiso alejarla de nuevo. Pero Topolansky —ya vicepresidenta— intercedió personalmente. Y ahí la tuvimos otra vez: embajadora en Vietnam. Con un nivel de inglés bochornoso, al punto de viralizarse un video con su discurso ridículo. La defensa vino, previsiblemente, por dos flancos: Mujica dijo de ella que “puede ser que no tenga mucha capacidad, pero puede ser una hormiga trabajadora” (¡literal!) y la bancada femenina del FA denunció que las críticas eran por ser mujer. Así se hace carrera en la izquierda: por afinidad política, no por mérito.
Pero hay más. En 2021, ya fuera del servicio, Rosario Portell tenía una deuda millonaria con la Intendencia de Montevideo por un fallido proyecto inmobiliario en un terreno de 300 metros en la calle Tabaré, donde había una subestación de UTE, que compró en una licitación abreviada. ¿Qué hizo la IM? Le perdonó más de un millón de pesos. La doctora Morales, del departamento jurídico, dejó claro que no existía justificación legal para semejante regalo. Pero Carolina Cosse igual lo concedió. Porque, otra vez, el mérito no importa. Importa la cercanía política. La lealtad. La pertenencia tribal.
Ahora, Portell vuelve. Nombrada para representar al país en Moscú, en un momento geopolíticamente delicado, en una embajada que exige templanza, formación y claridad conceptual. Nada de lo que ella ha demostrado tener. Mientras se polemiza por las designaciones de Beatriz Argimón y Carolina Ache, el Frente Amplio desliza por debajo de la mesa a una figura de su peor repertorio. Nadie dice nada. Nadie se sonroja.
El país no se merece este tipo de representación. Ni en Rusia, ni en China, ni en ningún lugar. El servicio exterior debe estar al servicio del Estado, no de los favores políticos ni de las militancias eternas. Pero mientras la vara del Frente Amplio sea la obediencia y no la capacidad, seguiremos viendo estos despropósitos. Portell es el símbolo de esa lógica perversa: siempre vuelve, aunque no haya hecho nada bien. Y lo peor es que seguirá volviendo, mientras nadie se anime a decir basta.
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