Edición Nº 1034 - Viernes 9 de mayo de 2025

Un Grande

Edición Nº 1028 - Viernes 21 de marzo de 2025. Lectura: 2'

Nuestro periodismo, cuestionado tantas veces, tiene una larga historia ligada, como le es consustancial, a la historia de la libertad. En ella hay “grandes” de todos los tiempos. Del nuestro resalta César, “el negro” Di Candia, narrador, crítico, reportero excepcional y por encima de todo un republicano, un demócrata, un gran uruguayo.
Nunca coincidimos en una redacción, pero sí en misiones periodísticas, como la de Cuba en 1959. Llegamos allí al 26 de julio, en que arribaba a La Habana una multitud de cañeros con sus clásicos machetes, que reverberaban al sol cuando los chocaban el uno contra el otro. Camilo Cienfuegos entró a caballo. Fidel habló varias horas, explicando que acababa de asumir el gobierno, que hasta ese momento había eludido. Para ambos fue inolvidable y cada vez que nos veíamos de un modo u otro aparecía el recuerdo de aquellas jornadas históricas cargadas de esperanza. En un reportaje, no hace mucho, recordó el episodio y generosamente me regaló el mérito de haber puesto algunas premonitorias notas de escepticismo sobre lo que vendría más tarde.
Coincidimos en la amistad con Zelmar, al que él siguió en lo político y en lo periodístico, cuando fundaron “Hechos”. Fue su mayor adhesión política a un batllismo que a César le llegaba desde su padre, dirigente importante de Rocha, pero que él asumía desde las ideas y el sentimiento más que de la militancia.
En estos días tristes, la colectividad periodística, no siempre generosa, le ha hecho justicia. Ha evocado todas sus etapas, ha reseñado su largo recorrido, que incluye aventuras editoriales. Sus clásicos reportajes han sido con justicia el centro de esos comentarios, pero no ha de olvidarse el humor. El buen humor que tenía para la vida, su amabilidad satírica, su agudeza –a veces filosa– para encontrar el hueco que generaba la sonrisa sobre una flaqueza humana o una moda repentina.
En los últimos tiempos nos veíamos poco. Cada vez que algún motivo circunstancial nos acercaba, se revelaba esa larga amistad y, en nuestro caso, la renovada admiración de colega.
No es un periodista que tuvo su hora y pasó, como muchos, incluso buenos, que pese a brillos circunstanciales no ahondaron surcos. César dejó y deja. Será fuente histórica para quienes hurguen en el pasado del país con intención de verdad. Más que en lo político, en lo social, en lo costumbrista, en las telarañas de una sociedad. También motivo de gozosa lectura para quienes se aproximen a sus libros y a los que esperemos recojan mucho de lo que por ahí todavía anda suelto y merece ser recordado.
Deja, además, un magisterio.
J.M.S.



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