Edición Nº 1066 - Viernes 19 de diciembre de 2025

Trump y la retórica de la Pax Americana

Edición Nº 1066 - Viernes 19 de diciembre de 2025. Lectura: 5'

Entre afirmaciones grandilocuentes y realidades contradictorias, Trump insiste en un discurso polarizador, que apela a emociones primarias, típico de los líderes populistas.

El 17 de diciembre de 2025, el presidente de Estados Unidos, Donald J. Trump, pronunció un discurso a la nación desde la Casa Blanca que fue retransmitido en horario de máxima audiencia. La alocución, de carácter político más que estrictamente institucional, estuvo centrada en ensalzar los logros de su primer año de gobierno, advertir de riesgos y proyectar una visión de Estados Unidos como fuerza incomparable en el mundo.

La narrativa de “hemos ido de lo peor a lo mejor”

El discurso fue dominado por una narrativa repetida a lo largo de su carrera: la idea de que su gestión ha resuelto, o está resolviendo, problemas que otros presidentes no supieron atender. Trump insistió en que heredó una situación catastrófica y que, bajo su liderazgo, los Estados Unidos han pasado “de lo peor a lo mejor”.

Aunque este tono triunfalista buscó proyectar confianza, numerosas exageraciones fueron señaladas por la prensa internacional. Por ejemplo, se hicieron afirmaciones amplias sobre la economía y la inmigración sin un sustento claro en datos verificables, repitiendo el estilo de discursos anteriores donde se mezclan hechos con interpretaciones altamente tendenciosas.

Un enfoque autocentrado y polarizante

En su dirección, Trump dedicó gran parte de su retórica a culpar a su predecesor, Joe Biden, por la situación económica y otros desafíos internos. La crítica explícita al “desorden” dejado por los demócratas se combinó con promesas vagamente formuladas sobre un “boom económico” futuro y beneficios como un pago de $1.776 a miembros del servicio militar antes de Navidad, que relacionó con ingresos arancelarios, aunque con pocos detalles concretos.

En materia de inmigración, el presidente recurrió a una retórica de confrontación, acusando a inmigrantes indocumentados de “robar empleos” y aumentar costos para los contribuyentes —un argumento repetido en discursos previos y que carece de respaldo empírico sólido según múltiples informes económicos independientes.

La “pax americana”: proyección de poder y tensiones globales

Si bien gran parte del discurso se centró en asuntos internos, el contexto internacional no estuvo ausente. Los últimos días previos al discurso estuvieron marcados por una escalada de tensiones con Venezuela, donde la administración Trump anunció una “bloqueo total” de buques petroleros sancionados y desplegó activos navales en la región, una medida que ha sido interpretada por críticos como una forma de presión encubierta más que como una decisión estratégica clara.

Estas acciones refuerzan una idea de Trump de una “pax americana” basada en la capacidad geoestratégica y militar de Estados Unidos, en la que Washington se sitúa como árbitro global capaz de imponer condiciones y castigar gobiernos que considera adversarios. Esta lógica remite a concepciones tradicionales de supremacía estadounidense —una interpretación de influencia global que puede entenderse como derivada de la Doctrina Monroe, el rol de grupo occidental tras la Segunda Guerra Mundial y, más recientemente, de la hegemonía posterior a la Guerra Fría—, pero adaptada a una visión mucho más unilateral.

Falsedades, simplificaciones y megalomanía retórica

El discurso de Trump no fue ajeno a exageraciones y afirmaciones cuestionables —una característica que se observa en muchos de sus discursos anteriores, tanto en contextos de campaña como institucionales—. Por ejemplo, las descripciones de un futuro económico resplandeciente, o la atribución de todos los problemas anteriores a un solo gobierno demócrata, carecen de la contextualización o matices necesarios para ser considerados análisis rigurosos.
Históricamente, investigaciones sobre el estilo discursivo de Trump muestran que utiliza patrones repetitivos, lenguaje polarizador y acusaciones simplificadoras que tienden a enfatizar lo conflictivo y lo emocional por encima de lo analítico. Este tipo de retórica es consistente con estudios que encuentran un uso atípico del lenguaje político, caracterizado por mayor antagonismo y repetición de frases breves que apelan a emociones fuertes.

Lo que refleja políticamente hoy

El discurso recogió la tónica actual de la política estadounidense: una sociedad dividida, con un presidente que busca energizar a su base argumentando que está rescatando al país de un caos previo y que su liderazgo es indispensable para el futuro. Esta narrativa se sostiene en la polarización política: el adversario —ya sea un partido o un grupo demográfico— es presentado como causa de casi todos los males, mientras que el propio liderazgo se idealiza sin suficientes explicaciones concretas o planes detallados.

Esa estrategia comunica una visión del poder en la que Estados Unidos debe ser grande de nuevo, no solo internamente, sino externamente a través de la fuerza y la presión política y militar. La proclamación de una supuesta “pax americana” autoimpuesta no solo remarca la confianza en la superioridad estadounidense, sino que también sugiere una disposición a ejercer liderazgo global sin mucha consulta multilateral, lo que puede tensionar relaciones con América Latina, Europa y Asia.

Expectativas futuras: ¿estabilidad o mayor polarización?

Políticamente, este estilo discursivo tiene dos efectos simultáneos: por un lado, consolida el apoyo del núcleo duro de su base electoral, al presentarse como la figura que se enfrenta a enemigos internos y externos; por otro, amplía la brecha con sectores moderados y opositores que ven en este discurso una falta de realismo y una tendencia a simplificar problemas complejos.

En términos de políticas públicas, la combinación de mensajes grandilocuentes y declaraciones a veces poco precisas dificulta la construcción de consensos amplios, tanto dentro de Estados Unidos como en el plano internacional. Esto plantea un futuro político en el que las divisiones internas podrían traducirse en una diplomacia más asertiva o incluso más confrontacional, con menor margen para la cooperación tradicional que caracterizó a la política exterior estadounidense durante décadas.



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