Edición Nº 1050 - Viernes 29 de agosto de 2025

Señal, sí, pero mala señal

Edición Nº 1049 - Viernes 22 de agosto de 2025. Lectura: 4'

Por Julio María Sanguinetti

Suspender un acuerdo académico con la Universidad Hebrea no es una simple señal política: es un gesto que compromete valores científicos y una tradición diplomática histórica.

Nuestro gobierno ha dejado en suspenso el acuerdo que se había suscrito entre la Agencia Nacional de Innovación y la Universidad Hebrea de Jerusalén. Ante la sorpresa, se pidieron aclaraciones y el presidente Orsi dijo que era una señal política dadas las circunstancias del momento, dejando —en su habitual estilo de prudencia— la puerta abierta a continuar en el futuro.

El tema es muy importante si lo observamos desde la perspectiva de la tradicional línea nacional de defensa de la existencia del Estado de Israel en fronteras seguras. Cabe entonces mirar el panorama.

Ante todo, es preciso aclarar que el actual conflicto no es un capítulo más del enfrentamiento árabe-israelí, porque los Estados árabes, en general, han reconocido a Israel o estaban en vías de hacerlo el 7 de octubre de 2023, en el marco de los Acuerdos de Abraham.

El conflicto real es entre Hamás —hoy gobernando la zona de Gaza— e Israel; es decir, entre un Estado democrático y una organización terrorista, así calificada no solo por los EE.UU., sino también por Francia, Inglaterra y la mayoría de Europa.

Esa entidad terrorista, en cuyas proclamas y estatutos figura como supremo objetivo la desaparición de Israel, en aquel trágico día de octubre perpetró el atentado más cruel, sanguinario y perverso que se pudiera imaginar contra una población israelí civil e inerme, sorprendida con tal saña que murieron 1.200 personas y fueron secuestradas 250. Muchas han muerto en cautiverio, otras se liberaron en acuerdos parciales y otras permanecen allí en deplorable estado.

Está claro entonces que aquí hay un agredido y un agresor. El agredido se ha defendido y legítimamente ha puesto como objetivo eliminar a la organización terrorista. Ésta, con astucia, lo ha entrampado por la vía de los rehenes, negociando prisioneros o cadáveres a cuentagotas para mantener viva la guerra. Los rehenes hacen imposible la paz porque ningún gobierno puede anunciar que se repliega y deja librado a su suerte a un núcleo de sus ciudadanos. El agredido ha reaccionado con fuerza y, desgraciadamente, esto ha costado sangre y dolor, pobreza y destrucción. ¿Es el responsable de que el agresor no entregue rehenes? Sin duda que no lo es, pero en un mundo en que la víctima siempre tiene razón, la balanza de la opinión mundial se inclina ahora por quien más sufre. Y sufre, sin duda, como sufrió el pueblo alemán cuando, conducido por la demencia del racismo nazi (teóricamente no muy distinto del antijudaísmo de Hamás), enfrentó a los Aliados.

Hamás sabe que no tiene ni por asomo la posibilidad de derrotar al ejército israelí, lo que hace que Israel ya no aparezca como el pequeño David, sino como un nuevo y poderoso Goliat, que obviamente no genera compasión ni solidaridad. Por eso, hace ya tiempo que la opinión pública mundial —donde Hamás hoy da la batalla— mira a Israel con ojos más críticos. En ocasiones con razón, porque la política del primer ministro Netanyahu no ha sido constructiva, y su afán por recolonizar Cisjordania revela su intención de sabotear el plan de los dos Estados. Estos errores, sin embargo, no cambian la naturaleza de un gobierno democrático ni legitiman al terrorismo, ni de ninguna manera exoneran a Hamás de su enorme responsabilidad en la masacre del 7 de octubre, que está en la esencia de todo lo que se vive, aunque suele olvidarse.

Si esto es así, un país como el nuestro, que hace 200 años forjó su independencia y, aun defendiéndola de ambiciones extranjeras, logró ser una democracia respetada, ¿puede sancionar al agredido?

Aquí aparece en toda su dimensión la trampa del terrorismo: no es sancionable por definición, ya que no es un Estado; la paz la sigue teniendo en sus manos el secuestrador, que extorsiona con los rehenes mientras su vida pende de un hilo. Si por intentar recuperarlos mueren, la responsabilidad sería entonces de los libertadores y no de los secuestradores...

Es una trama confusa de valores en juego. Por eso, ¿tiene sentido una señal política de censura hacia el país democrático agredido?

La señal, además, es la menos justificable porque no se refiere a un asunto político, sino a un valor científico. Es un acuerdo con una universidad hebrea, anterior al Estado de Israel, cuyo primer consejo incluyó nada menos que a Martin Buber, Albert Einstein, Sigmund Freud y Jaim Weizmann, y de cuyas aulas salieron 16 premios Nobel.

Si malo es censurar al agredido, peor es la naturaleza de la señal política que toma de rehén un acuerdo de colaboración científica.

Nos imaginamos que esto, en algún momento, se podrá revertir. No sin daño, porque esta decisión ha puesto en duda una política internacional sostenida desde que se creó Israel, con una importante participación uruguaya. Queremos creer que la duda se despejará, pero hoy es una muy seria preocupación.



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