¿“Se la llevan” o “la dejan...”?
Edición Nº 1023 - Viernes 14 de febrero de 2025. Lectura: 6'
Por Julio María Sanguinetti
El cierre de la planta japonesa de insumos automotores “Yazaki”, multinacional proveedora fundamentalmente para el Grupo Toyota, ha desatado, para variar, unos debates airados en que todo se discute en blanco o negro.
El hecho concreto es que una empresa que emplea aproximadamente el 40% del personal de su ramo, se aleja del país luego de muchos años y deja sin trabajo a 800 personas en Colonia (donde es un impacto muy fuerte) y 300 en Las Piedras. Estamos hablando de un sector autopartista que exporta del orden de los 170 millones de dólares, de los cuales 72-73 millones, corresponden a la empresa en cuestión.
La decisión, tomada en Japón, alega dificultades de competitividad y la constante paralización por motivos sindicales que perturbaban la regularidad de las exportaciones. Aún a la distancia de la situación particular, no creemos que ninguno de los dos factores aislados explique la situación. En tiempos de competitividad normal y ganancias razonables, puede haber más tolerancia para el forcejeo sindical, pero no cuando la situación es tensa. No dudamos que los exaltados dirigentes sindicales hablan convencidos porque en su pensamiento está estampado que toda empresa, y más si es extranjera, “se la lleva”. No se les pasan por la cabeza los reales factores económicos que operan, no miden que una empresa extranjera, si se ha instalado en un país de pequeño mercado pensando en la exportación, es porque está para convencida de que su seguridad jurídica, el acceso a ciertos mercados y algunos beneficios estatales, le ofrecen condiciones favorables. El desafío es que la exportación es muy exigente, los márgenes de ganancia difícilmente son amplios y la puntualidad en las entregas, un factor sagrado. Cuando esta difícil cadena empieza a rechinar, el hilo se corta por lo más delgado, o sea el país en que no hay razones de tamaño de mercado para persistir. Y ahí es donde nos empezamos a preguntar si es que “se la llevan” o “cuánto dejan” en salarios, impuestos y actividad nacional que se pierden.
El problema es que no estamos ante un caso aislado. Ya ocurrió con otra empresa multinacional del sector y en estos días estamos leyendo lo mismo respecto de una tradicional fábrica de fertilizantes.
Partimos de esta reflexión ante la perspectiva de un nuevo gobierno que tiene que tener claro donde están las fortalezas y debilidades del país. Como decía nuestro querido amigo Ricardo Pascale, hemos caído en la “trampa del ingreso medio”, o sea que, habiendo alcanzado la categoría de país de “renta alta” para el Banco Mundial, un mundo en acelerado cambio tecnológico nos reclama una producción de mayor valor para sostener lo que se tiene. Y ahí está nuestro país, con 22 mill dolares de ingreso per capita (a valores nominales), por encima de Argentina y México, que andan por 14 mil, Chile y Costa Rica 17 mil y Brasil en torno a los 10 mil, según el mismo Banco Mundial. En una palabra, lucimos como los ricos del barrio pero tenemos por delante un tiempo extraño y desconcertante que se ha abierto luego de la llegada del Presidente Trump a la Casa Blanca, no ya con la foto del demócrata Franklin Delano Roosevelt a su costado como Biden, sino con la de Andrew Jackson, el hombre fuerte de la conquista del Oeste y William McKinley, célebre por levantar los aranceles a la importación y llevar adelante la guerra contra España, de la que resultó la incorporación de Puerto Rico a los EE.UU. y la independencia de Cuba.
Recientemente, Ceres publicó su “Monitor de Desarrollo” que, si bien nos compara con un conjunto de países desarrollados discutible en su configuración, nos pone en todo caso delante de un espejo que, aun con América Latina, nos devuelve una imagen desafiante. Partimos, naturalmente, del mayor PBI, pero la “apertura comercial” es el 53% de nuestro PBI cuando en América Latina es el 65%. Este indicador mide el porcentaje del comercio exterior en el conjunto de la economía. Si miramos las inversiones, observamos que nuestro país anda siempre en torno al 17-18% en los últimos años cuando América Latina alcanza un promedio del 21%. Si observamos el crédito, palanca de crecimiento, indicador de dinámica, éste no pasa del 24-29% del PBI, cuando en América Latina es el 55%.
Estas cifras no contradicen nuestro nivel de ingreso, pero nos están diciendo que para mantener el nivel social alcanzado debemos lograr más inversiones y más apertura. La pobreza es del orden de 10%, en una región con 31%; nuestra expectativa de vida al nacer son 78,1 años, tres más que el conjunto y la tasa de mortalidad infantil es del 7%, frente a un 12% de América Latina. Nuestro nivel de desarrollo social, entonces, aun cuando está lejos del mundo desarrollado, se destaca a nivel regional, pero queda claro que hoy enfrentamos un desafío mayor para poder sostenerlo.
Nuestro país no ha alcanzado esos niveles sociales por casualidad. Su distribución del ingreso es también la mejor de la región por la amplia cobertura de riesgos sociales que nuestro vilipendiado Estado Batllista construyó a lo largo de medio siglo. Pero hoy estamos en el mundo que estamos y la globalización que nos prometía apertura comercial y reglas de juego claras, se desvanece con el retorno con fuerza del proteccionismo norteamericano y un nuevo alineamiento geopolítico que se expresa dramáticamente en las dos guerras en curso.
El Frente Amplio, cuando gobernó, gastó mucho e invirtió poco. Desde la represa de Paso Severino que inauguramos en nuestra primera presidencia, no se agregó un metro cúbico de agua al sistema de la capital y en los 15 años del Frente, se habló y habló, como siempre, se proyectó, pero no se ejecutó, tal cual lo reconoció nuestro colega Mujica. Otro ejemplo mayor es Montevideo, una ciudad hermosísima, con una Intendencia transformada en una gran cooperativa de sueldos, que no mantiene bien ni el pavimento ni de la rambla. La necesidad de inversión es clamorosa. Y eso, pensado en escala del país, con los datos que hemos visto, es el mayor dilema que tendrá enfrente nuestro Presidente Orsi, con un elenco que está pronto para aumentar el gasto y no le oímos hablar de los caminos para estimular la inversión extranjera y nacional.
Si hoy tenemos riesgos para retener a los inversores que ya están en el país, es enorme el desafío de estimular a otros. Todos se alejarían despavoridos si el Uruguay se dispone a ser el único país del mundo que baje la edad de jubilación como reclama el PIT CNT.
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