Relaciones peligrosas
Viernes 11 de julio de 2025. Lectura: 5'
Por Tomás Laguna
Una sensata política de inserción internacional implica ser muy cuidadosos, no solo en los vínculos y definiciones comerciales, sino también —y por encima de todo— en el cuidado al establecer nuestros posicionamientos estratégicos en materia de definiciones e intereses geopolíticos. Confundir o superponer ambos extremos, lo comercial y lo político, puede resultar catastrófico. Esto último es lo que ha hecho nuestro gobierno, colocando a nuestro país en la peligrosa condición de “observador” en la cumbre de los BRICS.
Tal vez sea reiterativo mencionar la obsesión por una adecuada inserción internacional como condición necesaria, nunca suficiente, para lograr acceder a los mercados más demandantes, exigentes y dispuestos a pagar por nuestros productos del agronegocio de exportación. Ocurre que, o bien exportamos bienes y servicios, o exportamos gente. Ya sabido y muy contundente concepto. Una sensata política de inserción internacional implica ser muy cuidadosos, no solo en los vínculos y definiciones comerciales, sino también —y por encima de todo— en el cuidado al establecer nuestros posicionamientos estratégicos en materia de definiciones e intereses geopolíticos. Confundir o superponer ambos extremos, lo comercial y lo político, puede resultar catastrófico.
Esto último es lo que ha ocurrido con la reciente y torpe concurrencia de nuestro país a la cumbre de los BRICS, acrónimo creado en 2001 por el ec. Jim O’Neill de Goldman Sachs para identificar al grupo de naciones con condiciones para ser determinantes en la economía mundial hacia 2050. Finalmente, la idea cuajó en 2010 y así Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica se coaligaron bajo un mismo interés político-estratégico a nivel global. Posteriormente adhirieron, ya sin cumplir la máxima de ser potencias económicas determinantes, Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Etiopía e Irán. El año pasado, alineándose tras el objetivo de confrontar al actual sistema económico imperante a nivel mundial, se sumaron Argelia, Bielorrusia, Bolivia, Cuba, Indonesia, Kazajistán, Malasia, Nigeria, Tailandia, Uganda, Uzbekistán y Vietnam.
Semejante aquelarre de naciones, de naturaleza y condiciones tan dispares, lo menos que representan es un bloque comercial. En su lugar, asistimos a un agrupamiento de países y regímenes dispares cuyo único motivo de integración lo constituye un interés político en común, contestatario del sistema económico que domina hoy el mundo. Como objetivo, reivindican un mayor peso geopolítico de lo que han dado en denominar el Sur Global. Se trata de una definición política, económica y social antes que geográfica, condición con la que no cumplen por cierto. Se reclama que aquellas naciones más postergadas, las que caerían bajo esta denominación, logren un peso geopolítico mayor al actual. Entre otras cosas, exigen la reforma del Consejo de Seguridad de la ONU, dándole ingreso a Brasil, India y África; del Fondo Monetario Internacional; del Banco Mundial; y de la Organización Mundial del Comercio, reivindicando el multilateralismo (razón con la que no podemos discrepar). El enemigo común es el imperialismo norteamericano, desmerecido en la credibilidad mundial luego de la muy torpe estrategia de su actual presidente, imponiendo unilateralismo y afectando así el comercio mundial.
Todos estos postulados de los BRICS son dulce música para los oídos de la caterva de tercermundistas, contestatarios antisistema y devenidos antiyanquis en su visceral odio, con el que se atosigan cada vez que mencionan al “imperialismo”. Enfermedad intelectual que cruza toda Latinoamérica y que fue tan bien definida en el Manual del perfecto idiota latinoamericano (Plinio A. Mendoza, Carlos A. Montaner, Álvaro Vargas Llosa, 1996). Es recomendable su lectura; el manual mantiene plena vigencia.
Así las cosas, en la conformación del BRICS confluye una corte de países de los cuales buena parte carecen de credenciales democráticas, mucho menos liberales, y son en extremo cuestionables en materia de derechos humanos. Esta aglomeración variopinta es la que procura revertir el sistema económico mundial, utilizando para tal fin una máquina de propaganda muy bien aceitada para el consumo de tantos incautos tercermundistas. En los hechos, ese Sur Global que pregonan no existe como convergencia real de propósito y grupo de poder.
Pues bien, en ese hervidero de despropósitos fuimos a meter la cabeza como “observadores”. Tanto es así que, en la agenda, se cuestionó el bombardeo a los apostaderos atómicos de la principal nación promotora del terrorismo islámico; se condenó una vez más a Israel por sus acciones de guerra en la Franja de Gaza y ocupación de los territorios palestinos; pero nada se dijo sobre la execrable y criminal invasión rusa a Ucrania. Faltaba más… La hemiplejia es significativa.
Es necesario recordar que nuestro canciller, el periodista Mario Lubetkin, realizó su ascendente carrera en la FAO cuando en la misma era su director general el Ing. Agr. José Graziano Da Silva (2011–2019), hombre del PT y exministro extraordinario para la Seguridad Alimentaria en Brasil durante el primer gobierno de Lula. En su euforia, el canciller confunde sus breves conversaciones bilaterales en el marco de la cumbre de los BRICS con apertura de mercados. Si así fuera, tal vez le sea más redituable la próxima Asamblea General de Naciones Unidas… Hasta poco original fue en su léxico cuando mencionó que nuestro país “volvió al mundo”, repitiendo así lo dicho por Lula tras el gobierno de Bolsonaro… A propósito, durante la dirección de Da Silva al frente de la FAO se responsabilizó a la ganadería como contribuyente del 20 % de los gases de efecto invernadero.
El gobierno de la República ingresa en un terreno peligroso si va a colocar a nuestro país entre el grupo de naciones contestatarias al orden mundial. Nada tenemos para ganar y sí mucho para perder en lo que debe ser un cuidadoso equilibrio entre los intereses en pugna en una humanidad como nunca resquebrajada desde la Segunda Guerra Mundial. Resulta extremadamente peligroso que los consabidos tercermundistas que pululan en nuestra sociedad sean quienes marquen el rumbo de nuestra política exterior. Ante tales extremos, todo está por perder para el agronegocio de exportación y, por extensión, para la economía de nuestro país.
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