Recuerdo y Compromiso

Por Julio María Sanguinetti

En estos días de abril, se ha conmemorando el trágico episodio de la matanza de armenios, a manos de un ejército turco que, comandado por Mustafá Kemal Ataturk, había alumbrado la esperanza de una Turquía más tolerante, luego de las guerras balcánicas de 1911. Su propuesta de Estado laico así lo hacía pensar. Sin embargo, fue más fuerte el viejo prejuicio, que se arrastraba por lo menos desde 1893-1895, en que se produjeron más de 330 mil víctimas de una persistente intolerancia.

El hecho es que desatada la Primera Guerra Europea, y alineada Turquía con Alemania, hace 109 años, en abril de 1915, se desató esa furia destructiva, de inequívoca definición genocida. El método empleado fue el aniquilamiento físico y la confiscación generalizada. Se eliminaba sistemáticamente a la población masculina al tiempo que se imponía la deportación masiva de ancianos, mujeres y niños, obligados a recorrer cientos de kilómetros sin protección alguna, asediados de penalidades, para terminar en campos de concentración, en Alepo, o aun de exterminio como el Deir-ez-Zor. Se estima que murieron 1 millón 200 mil personas. El propio Kemal Ataturk reconoció una cifra de 800 mil, al término de la guerra y ya caído el Imperio Otomano, en medio de fuertes convulsiones.

Nos importa el concepto de genocidio, en el que encaja este dramático episodio histórico. Porque él se configura no por un simple enfrentamiento, por más duro que sea, sino por la reconocida voluntad de destrucción de un pueblo hasta su desaparición. Es lo que ocurrió. El propio Ministro del Interior del régimen, Talaat Pasha, se lo expresó sin cortapisas el Embajador norteamericano Henry Morgenthau, figura de incuestionable relieve y honestidad: "Hemos liquidado ya la situación de la tres cuartas partes de los armenios"; "no queremos ver armenios en Anatolia". Será bien claro el Embajador: "el gobierno está aprovechando la oportunidad, cuando todos los países están en guerra para destruir a la raza armenia".

No bien termina la guerra, los países occidentales condenaron estos episodios y en los últimos años, luego de tiempos de olvido o reticencia, se ha reiterado. El Parlamento Europeo en 1987 reconoció el genocidio y pidió a Turquía "crear las bases para una reconciliación". En 2002 lo reitera, incluso proponiendo formar un comité internacional de historiadores que colaboraran con Turquía para que asumiera ese capítulo de su historia. No ha sido así. Y hasta hoy la negación es absoluta. Es más: se produce esa diabólica transformación de la víctima en verdugo, cuando se pretende hacer responsables a los armenios de los ataques rusos a Turquía en la Primera Guerra Mundial, con la presunta colaboración de los armenios... de modo y manera que, a la inversa, se estarán defendiendo...

Es lo que ha pasado también con los planteos que se hacen antes y después de las Shoah judía. Hoy mismo, cuando una organización terrorista, Hamas, que proclama la destrucción del Estado de Israel, el 7 de octubre lanzan un cruel ataque contra la población civil y mata 1200 personas y secuestra otras 200, pasa de verdugo a víctima al producirse la legítima reacción defensiva. ¿Cómo hace Israel para impedir la prosecución de los ataques y procurar la hasta ahora frustrada liberación total de los rehenes? Un grupo que desprecia la vida de los demás y no teme usar de escudos humanos, a sus propios niños, inmolados en el fanatismo de una causa religiosa, acusa ahora de genocidio a quien se está defendiendo. El agredido ahora es agresor y en esta actitud le sigue buena parte de una opinión mundial que no termina de entender que bastaría liberar los rehenes, para que el conflicto cesara. Podrá haber excesos en la reacción armada, pero nada que se parezca a un genocidio.

El negacionismo es diabólico, como también lo es la banalización del concepto. Ahora aplicado a diestra y siniestra, cuando él describe una situación claramente caracterizable y que no puede degradarse usándolo como agravio de fácil uso.

Uruguay ostenta, en el caso armenio, el timbre de honor de haber sido el primer país que por ley reconoció el genocidio. Fue un proyecto presentado por los diputados batllistas de la lista 99, Dres. Enrique Martínez Moreno, que lideró el debate, Zelmar Michelini, Hugo Batalla y Aquiles Lanza. Felizmente contó con apoyo de todos los partidos y de una notable repercusión en toda la prensa nacional. La ley 13.326, de abril de 1965, votada en ocasión del cincuentenario de los trágicos episodios, al establecer el 24 de abril como fecha de recordación, marcó un hitó y fijó, para siempre, una determinación que el país ha sostenido en todos los foros internacionales. Naturalmente, Turquía es un Estado muy importante, integra la OTAN, concita muchos intereses políticos francamente respetables y representa una cultura histórica. Por lo mismo, su persistente negación, obliga a mantener vivo el tema, para que se termine por imponer la verdad histórica.

Los armenios uruguayos son parte constitutiva de la identidad nacional de un Uruguay, forjada en una amalgama que, a partir de la historia sociedad hispano-criolla, se enriqueció con italianos, gallegos, judíos, valdenses, libaneses, rusos, ingleses, franceses, alemanes y por supuesto, una legión de armenios, en todos los sectores de la actividad nacional. A muchos podríamos recordar, pero como viejo periodista que soy, me complazco en señalar aquellos con los que he compartido años de oficio como Asadur Vaneskahian (hoy continuado por sus hijos), Avedis Badanian, toda la familia Rupenian de la que sigue Berch con la bandera y nuestro viejo compañero de estudios Nishan Sarkissian. Incluso los dos primeros fueron protagonistas del famoso debate que en 1980, en Canal 4, fue un punto de inflexión en el referéndum que comenzó la apertura democrática.

Recordar a veces es, como en el caso, materia obligada. Pero ese recuerdo supone, además, compromiso. El de no decaer en el sostén de la verdad.




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