Edición Nº 1064 - Viernes 5 de diciembre de 2025

¿Quién podría suceder a Putin?

Edición Nº 1064 - Viernes 5 de diciembre de 2025. Lectura: 5'

El futuro del poder en Moscú vuelve a quedar envuelto en mensajes calculados y silencios significativos.

La sucesión de Vladimir Putin es, desde hace tiempo, una cuestión que circula por los pasillos del poder y las salas de redacción, y que el propio presidente admite tener “siempre en la cabeza”. En público ha sugerido que quiere que haya candidatos para que “el pueblo ruso tenga una elección”, pero también ha subrayado que —en última instancia— la decisión la deben tomar los rusos. Esa mezcla de retórica y control personal resume el núcleo del problema: la transición sólo será posible si el aparato político que él ha articulado lo permite.

La lista informal de posibles sucesores incluye perfiles diversos: tecnócratas de la administración fiscal, figuras del entorno de seguridad y militares, dirigentes regionales con trayectoria pragmática, e incluso nombres emergentes de la nueva generación política que se han ido visibilizando en los últimos años. Medios que han sistematizado esos nombres coinciden en que no existe una figura obvia y unánime; hay candidaturas posibles —Mikhail Mishustin, Sergei Shoigu en distintos momentos, gobernadores relevantes, e incluso figuras inesperadas del mundo empresarial o de los servicios— pero todas comparten la condición de depender del margen que el propio sistema “putinista” conceda.

Varios factores estructurales hacen que la sucesión rusa sea singularmente compleja. Primero, el diseño institucional: la Constitución prevé que, en caso de incapacidad del presidente, el primer ministro asuma interinamente, pero no resuelve quién emerge como candidato con respaldo efectivo de los aparatos de poder. Segundo, la personalización del régimen: durante dos décadas Putin ha concentrado capacidades de nombramiento, recursos y redes clientelares que erosionan la autonomía de cualquier rival potencial. Tercero, el contexto de guerra y sanciones: la guerra en Ucrania refuerza la lógica de seguridad y el peso de los servicios y militares en cualquier alternativa. Estos condicionantes hacen que la sucesión no sea sólo un problema de legitimidad electoral, sino una operación de ingeniería política entre élites políticas, FFAA y oligarquías.

El abanico de escenarios posibles puede sintetizarse en tres grandes caminos. El primero es la sucesión planificada y controlada: Putin designa o impulsa un relevo acomodaticio (un “putinista moderado”) que garantice continuidad en las líneas estratégicas y protección a las redes creadas. Ese escenario minimiza riesgos inmediatos de fractura pero puede profundizar la falta de legitimidad popular del nuevo líder. El segundo escenario es la sucesión por emergencia institucional: una caída brusca por salud o shock político que convoca al gobierno y al Consejo de Seguridad a imponer una solución técnica —por ejemplo, el primer ministro como presidente interino—, que podría disparar luchas internas entre clanes. El tercero es la competencia restringida: un relevo que pase por una campaña “controlada”, con candidaturas supervisadas y una votación gestionada desde arriba, destinada a conferir una pátina de legitimidad formal mientras se preservan los equilibrios de poder. Los riesgos de este último son la erosión de la confianza y la persistencia de tensiones no resueltas en la élite.

Resulta es útil diferenciar perfiles. Los tecnócratas (por ejemplo, figuras como el primer ministro o ministros con gestión visible) atraen por su reputación administrativa y porque pueden ofrecer cierta normalidad económica; los militares o ministros de Defensa proyectan fortaleza en un país en guerra, lo que les facilita apoyos en las redes de seguridad; los gobernadores robustos disponen de bases territoriales y experiencia ejecutiva; y los “outsiders” (empresarios o figuras del sector tecnológico) podrían ser considerados para encubrir una modernización económica bajo tutela política. Sin embargo, ninguno de esos perfiles reúne al mismo tiempo legitimidad popular, control del aparato coercitivo y aceptación entre las élites, lo que explica la persistente ausencia de un candidato único.

El factor externo también incide. La competencia entre grandes potencias —y la instrumentalización de lazos comerciales, energéticos y militares— convierte la sucesión en una cuestión de geopolítica: socios estratégicos (China, la Unión Europea en sus matices, y actores regionales) observarán con atención; cualquier desplazamiento brusco puede alterar compromisos y sanciones, con efectos directos sobre la economía y sobre el margen de maniobra del futuro liderazgo. Aquí la lección es clara: la sucesión en Moscú no es sólo un asunto interno, sino un evento de alto riesgo sistémico.

¿Qué peso tienen las señales públicas de Putin? Su insistencia en la necesidad de candidatos y en “dejar la elección al pueblo” puede leerse como un gesto instrumental: abrir la puerta a una sucesión con apariencia competitiva, sin renunciar al control de las reglas del juego. Pero la repetida afirmación de que la sucesión “siempre está en su mente” también funciona como recordatorio para las élites: la transición será supervisada y, en última instancia, condicionada por la centralidad de Putin como árbitro último. Ese doble juego —aparente apertura y control efectivo— es la matriz que ha guiado todas las tomas de decisiones relevantes en la era pos-Yeltsin.

Para la oposición, los analistas y los actores internacionales, las implicancias prácticas son claras: cualquier sucesor con el sello del Kremlin garantizará continuidad en las líneas estratégicas exteriores, pero mantendrá la fragilidad política interna. Si la sucesión se produce por desgarro elite-elite, el riesgo es la inestabilidad y la volatilidad en la conducción de la guerra y la economía. Si, por el contrario, se gestiona con éxito una transición ordenada, el precio será probablemente la preservación de los privilegios y redes políticas existentes, con cambios limitados en la gobernanza real.

En conclusión, la sucesión de Putin es un rompecabezas de piezas desiguales: una Constitución con lagunas, un aparato de poder personalista, un país en guerra y una economía bajo presión internacional. Los nombres circulan, los escenarios se debaten, pero la variable decisiva seguirá siendo una: hasta qué punto la élite acepta una elección que no garantice la preservación de sus intereses. Mientras esa respuesta no esté resuelta, la “sucesión” será menos un proceso político transparente que una operación de equilibrio entre fuerzas y favores concentrados en el Kremlin.



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