¿Qué piensan los Estados Parte del Mercosur y cuál es su proyección?
Edición Nº 1066 - Viernes 19 de diciembre de 2025. Lectura: 4'
Por Alvaro Valverde Urrutia
En el interior del Mercosur conviven hoy miradas distintas sobre el sentido del proceso de integración y sobre su futuro. Aunque ningún Estado Parte cuestiona abiertamente la existencia del bloque, sí existen desacuerdos profundos acerca de su funcionamiento, su grado de apertura y su capacidad de adaptarse al contexto internacional actual.
El Mercosur fue concebido como un proyecto de integración profunda, con la idea de coordinar políticas económicas, productivas y comerciales de manera sostenida. Sin embargo, la práctica ha mostrado tensiones permanentes entre la protección de intereses nacionales y la búsqueda de beneficios colectivos regionales. Cada Estado Parte proyecta una visión propia sobre el bloque, y estas diferencias condicionan sus decisiones y expectativas futuras.
Argentina concibe al Mercosur, en términos generales, como una herramienta de protección económica y política. Para el Estado argentino, el bloque sigue siendo clave para sostener sectores industriales, resguardar el empleo y evitar una apertura comercial considerada riesgosa para su estructura productiva. Desde esta mirada, la integración regional no debe debilitarse en favor de acuerdos bilaterales que puedan erosionar el arancel externo común o fragmentar al bloque. Sin embargo, esta postura suele ser criticada por su tendencia a priorizar intereses internos de corto plazo, lo que termina afectando la dinámica regional.
El reciente alineamiento político de Argentina con Estados Unidos, a través del vínculo entre los presidentes Milei y Trump, genera efectos mixtos dentro del bloque regional.
Por un lado, puede ser percibido como positivo, ya que funciona como señal de apertura externa y presión para modernizar el Mercosur, mostrando que los Estados Parte podrían explorar nuevas dinámicas comerciales y políticas sin quedar paralizados por consensos internos rígidos. También refuerza la visibilidad de Argentina en escenarios internacionales y puede incentivar debates sobre flexibilización y eficiencia en la toma de decisiones.
Por otro lado, existen riesgos claros para la cohesión del bloque. La orientación bilateral hacia Estados Unidos acentúa tensiones con socios tradicionales, que podrían percibir un debilitamiento del compromiso argentino con el arancel externo común y la integración regional. Esto podría generar desconfianza y ralentizar negociaciones conjuntas, al mismo tiempo que expone al Mercosur a fragmentaciones o rivalidades internas si otros países buscan alternativas externas.
En síntesis, el acercamiento entre los presidentes Milei y Trump no rompe formalmente al Mercosur, pero introduce un factor de presión política y estratégica que podría acelerar reformas si se maneja con cuidado o agravar las fricciones internas si se interpreta como un desafío a la unidad regional.
Brasil mantiene una posición más ambigua. Por un lado, reconoce al Mercosur como un espacio estratégico de liderazgo regional y como una plataforma de negociación internacional. Por otro, sectores políticos y económicos brasileños consideran que el bloque se ha vuelto lento y poco funcional frente a un mundo cada vez más competitivo. Brasil no plantea una ruptura, pero sí muestra interés en un Mercosur más flexible, capaz de negociar acuerdos externos sin quedar paralizado por consensos difíciles de alcanzar.
Paraguay y Uruguay expresan con mayor claridad su malestar con el actual funcionamiento del bloque. Para ambos países, el Mercosur ha dejado de ser una herramienta eficaz de inserción internacional. Consideran que el exceso de normas, las decisiones demoradas y la rigidez del esquema comercial limitan sus posibilidades de crecimiento.
Uruguay, en particular, ha planteado la necesidad de habilitar acuerdos comerciales por fuera del bloque, mientras que Paraguay comparte la crítica al estancamiento, aunque con una postura diplomática más moderada.
Estas posiciones reflejan un problema de fondo: el Mercosur fue concebido como un proyecto de integración profunda, pero nunca logró avanzar de manera sostenida hacia una verdadera coordinación económica y productiva. El resultado es un bloque que protege, pero no integra plenamente, y que negocia, pero con grandes dificultades.
La pregunta central es si el Mercosur seguirá estancado o si existen posibilidades de renovación. La respuesta no es simple. El estancamiento es una posibilidad real si persisten las desconfianzas internas y la falta de consensos estratégicos. No obstante, también existen oportunidades de relanzamiento, especialmente si los Estados Parte aceptan una reforma gradual que combine protección regional con mayor flexibilidad externa, integración productiva y reglas más claras.
En definitiva, el futuro del Mercosur dependerá menos de los discursos formales y más de decisiones políticas concretas. Renovar el bloque es posible, pero implica asumir costos internos, redefinir prioridades nacionales y aceptar que el modelo actual muestra signos de agotamiento. Persistir en la inercia puede resultar, a mediano plazo, más costoso que encarar las reformas que hoy se postergan.
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