Edición Nº 1032 - Viernes 25 de abril de 2025

Perspectiva Personal

Viernes 22 de noviembre de 2024. Lectura: 7'

Por Julio María Sanguinetti

Don José Serrato, que tuvo larga vida, hablando de Don Pepe invocaba el “nostálgico privilegio de la edad”. Honestamente, en lo personal, vivo el privilegio de llegar en pocos días a los 89 años en plena actividad, escribiendo y hablando, acompañando al Partido Colorado que llevo en la sangre y viajado la semana que viene a México para reunir el Círculo de Montevideo que hace 28 años animamos junto a Felipe González y un grupo de políticos y pensadores. Lo que pueda haber de nostalgia -que lo hay- refiere a los tantos amigos que la vida se ha llevado, con los que he compartido aficiones, convicciones y sentimientos de fraternidad. En todo caso, siendo ambivalente, la nostalgia no sólo nos deja el pesar de lo perdido sino también la carga generosa de los recuerdos.

Esta reflexión se nos asoma cuando el lunes 25 se cumplirán los 40 años de nuestra primera elección presidencial. La de 1984, sin duda un momento fundamental en el proceso de la recuperación democrática. Volvíamos a votar después de 13 años y se abría un período de transición, con todas las incertidumbres del caso. Los tupamaros, que habían sido condenados en el período democrático, todavía estaban presos; en el Ejército, operaba un sector que se había resignado al camino de salida muy a regañadientes y estaba convencido de que recaeríamos en la inestabilidad del desborde sindical…. Lo peor, por su amenaza, era una crisis bancaria ya incubada que podía arrastrar todo si no lográbamos soslayarla, como felizmente se pudo. Fue el primer gran desafío y debo un tributo de reconocimiento a Ricardo Pascale y a Ricardo Zerbino, que manejaron la situación magistralmente, tanto como de gratitud a Wilson Ferreira Aldunate y al General Seregni. Entre ellos no había entonces una relación cordial, pero ambos, a su modo, ayudaron a capear el temporal.

Los dos estaban proscriptos todavía cuando la elección. Seregni lo había asumido como un hecho inevitable, dada su condición de militar, y desde el primer día de la salida de la cárcel afirmó que esa situación no era obstáculo para el diálogo que se abría. La situación de Wilson era distinta. Su estrategia era otra, convencido de que, golpeándola, la dictadura caería sola, cosa que nosotros controvertíamos. En mayo de 1983, nos reunimos con él en Santa Cruz de la Sierra y le expusimos claramente que tanto nosotros colorados, como el Frente y los cívicos veíamos una posibilidad cierta de una salida digna, exhortándolo a sumarse. Desgraciadamente no fue así y quedó marginado. Injustamente, pero como consecuencia de un camino que él había elegido. Personalmente, debo reconocer que Wilson siempre recordó esta gestión nuestra y que si bien no quiso, en 1985, que el Partido Nacional integrara el gabinete, su “gobernabilidad” ayudó a transitar ese tramo tan difícil. Es más, la discutida ley de “caducidad” fue su iniciativa, cuando, más tarde, irrumpieron las denuncias contra los militares que nos arrastraban a las turbulencias que estaba viviendo Argentina bajo el gobierno de Alfonsín.

La elección de 1984 hoy la podemos considerar fundacional. Esa condición se la da la perspectiva histórica, porque abrió el período más largo de estabilidad institucional de nuestra historia. En aquel momento tuvo el valor de una ratificación al Pacto del Club Naval y el camino emprendido, porque los grupos políticos que le apoyaron recibieron el 70 % de los votos. Hoy adquiere esa otra significación mayor al registrarse cuatro décadas en paz y libertad en que han gobernado los tres partidos políticos principales. De no ser así, otra sería su ubicación en la historia.

Todavía se siguen haciendo preguntas sobre el contenido del Pacto. Que fue el conocido y no hubo ninguna otra cosa por más vueltas que se quieran seguir dando. Hemos sido unánimes todos los participantes. Que el tema de las eventuales responsabilidades militares “sobrevolaba” sin duda, pero como estaba claro que plantearlo era liquidar el acuerdo, nadie lo hizo. Lo mismo que la amnistía a los tupamaros, que tampoco se planteó y nada se pactó. Este último tema estaba mucho más en la conversación pública y sin embargo, todos nos callamos. Lo dejamos librado a lo que vendría, que en el caso fue que a las dos semanas de instalado el gobierno ya estaban afuera de la cárcel todos los llamados “presos políticos”.

Cuando se compara lo que vivimos nosotros con lo que pasó alrededor, nuestro camino luce. Argentina no tuvo un día de paz y si Alfonsín propició el juicio a la Junta Militar, luego hubo de resignarse a una ley de “obediencia debida” y otra de “punto final”, en un clima que le envenenó toda su gestión de gobierno con una inestabilidad de penosas consecuencias, aun en lo económico. Chile y Paraguay tuvieron que esperar cinco años más, y la dictadura de Pinochet impuso condiciones que durante años mantuvieron en el período democrático sobrevivencias militares que aquí no se dieron. En Brasil, todo ocurrió adentro del Parlamento y nadie habló de juzgamientos a los militares, protegidos por una amnistía votada bajo la dictadura. Algún tímido intento de cambio, fue cortado de cuajo por pronunciamientos militares.

Aun con imperfecciones, la elección uruguaya de 1984 fue fundamental. En la campaña hubo total libertad de movimientos y de expresión de pensamiento. No obstante su legítima protesta, que proclamó todo el tiempo, el Partido Nacional participó y con una fórmula (Zumarán-Aguirre) de gran respetabilidad, que se arropaba además en el sentimiento de solidaridad generado por la injusticia de la prisión de Wilson. No fue fácil para nosotros hacer esa campaña. Legítimamente puede pensarse que la presencia personal de Wilson podía haber cambiado las cosas, como a la inversa estimarse que la emoción que provocaba la injusticia de su prisión poseía un valor mayor en el sentimiento ciudadano. Todo es especulación hoy. En lo personal puedo decir que tuvimos entonces, y tenemos hoy, la tranquilidad de conciencia de haberle advertido personalmente lo que ocurriría, de no cambiar él su actitud. Y de que Wilson -repetimos- lo reconoció siempre.

En este contexto, es importante observar también el comienzo de cambio de los movimientos de izquierda. La locura guerrillera de los años 70, que está en la base de varios golpes de Estado, había pasado. Entre nosotros, la legitimación del Frente la comenzamos en el Acto del Obelisco, en que los partidos tradicionales, al incorporarlo, arriesgamos sin duda, pero convencidos de que si en ese momento el régimen no nos detenía, todo se haría imparable. Como fue.

Estos días, la mentada “academia” soslaya la responsabilidad guerrillera en golpes de Estado como el nuestro. Es un razonamiento ideológico sin sustento histórico. De buena fe, es insostenible que la guerrilla tuviera el menor sentido en el Uruguay democrático de 1963, como también lo es que el golpe se justificaba en 1973 para combatir una guerrilla derrotada. Pero el hecho es que nadie puede explicar la irrupción militar sin un período previo de violencia que le regaló protagonismo a las Fuerzas Armadas. Que hubo concausas, por supuesto, pero el factor excluyente en el derrumbe fue esa irrupción de la violencia que se desconocía desde 1904. Sin ella, el relato es ininteligible.

Poco después, en 1989, caería el Muro de Berlín y en ese ámbito, nuestra democracia pudo encontrar un clima nuevo, de apertura comercial y diálogo político, tanto en Europa como en los EE.UU. Atmósfera que, digámoslo también, hoy se ha enrarecido a un punto en que ya la libertad comercial está en cuestión por la regionalización geopolítica, las democracias asediadas por los populismos y la paz en vilo por dos guerras en curso, con capacidad de expansión.

Fue aquel un momento apasionante en América Latina. Con Alfonsín en Argentina y Sarney en Brasil, pudimos acompañar la salida paraguaya y ser testigos de cargo de algo muy relevante: el fin de los recelos entre Argentina y Brasil, exteriorizados incluso con la visita del mandatario argentino al programa de desarrollo de energía nuclear de Brasil, al que se quitaba toda connotación militar. Con ellos, además, pudimos mostrar al mundo una América Latina madura y respetable, en que se consolidaba el valor de la democracia. Colombia y Venezuela tenían gobiernos prestigiosos y la potencia norteña, México, con Miguel de la Madrid estrenaba un PRI abierto y tolerante.

Este soliloquio podría continuarse largo rato. Dejémoslo aquí, como un testimonio de gratitud a todos quienes de un modo u otro participaron en aquel momento de reencuentro en las urnas hace cuarenta años. Con un lugar especial para nuestros compañeros de partido, Enrique Tarigo, Jorge Batlle, Jorge Pacheco Areco, Amílcar Vasconcellos, Manuel Flores Silva, Juan Adolfo Singer y Raumar Jude, que hicieron posible la victoria del Partido Colorado. Y protagonizar una gesta histórica en su largo trayecto, iniciado por Fructuoso Rivera cuando abrió nuestra República a la vida de las instituciones democráticas.



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