Edición Nº 1057 - Viernes 17 de octubre de 2025

Paradojas de la encuestitis

Por Julio María Sanguinetti

Un actor relevante de la política contemporánea son las encuestas de intención electoral. Ocupan un enorme espacio del escenario. En los últimos años, han tenido errores y clamorosos, desde el Brexit en Reino Unido, en 2016, pasando por la elección legislativa de los EE.UU., la nacional de Brasil (donde Bolsonaro obtuvo muchísimos más votos que lo previsto) y ni hablar en Paraguay, donde se hablaba de una derrota del Partido Colorado, que, por el contrario, obtuvo mayoría absoluta en las dos Cámaras.

A esta altura es evidente que hay un tema metodológico, para auscultar por medios electrónicos la opinión ciudadana. Los modos de comunicarse y expresarse de la gente han cambiado y resulta difícil diagnosticar su verdadero estado de ánimo.

Pese a esos defectos notorios, los medios de comunicación insisten en ellas, a veces morbosamente, proclamando poco menos que veredictos, en que se interpretan estados psicológicos de los candidatos al compás de los números mágicos. No decimos que sean despreciables, pero sí que hay que tomarlas como un insumo más, muy relativo, francamente relativo, dependiendo del porcentaje de quienes "no saben o no contestan" y un número secreto que es el de quienes ni responden a la encuesta pero luego votan en las elecciones. Hemos escuchado encuestas con un 25% de no definidos, lo que prácticamente invalida toda conclusión.

Ahora estamos ante una nueva dimensión, paradójica, del impacto de las encuestas. Resulta que un error clamoroso en las internas argentinas (PASO) produce un impacto sorprendente, por la diferencia con la expectativa que artificialmente habían creado.

Se dio un claro triple empate: La Libertad Avanza (Milei), obtuvo el 29,86 %; Juntos por el Cambio (Pro y Radicales), el 28 %; y Unión por la Patria (el peronismo), un 27, 38 %.

El hecho es que las encuestas preveían una bajada sustantiva de Milei, luego de haberse hablado de un triple empate hace unos meses. Su votación se transformó entonces en un éxito clamoroso, que produjo una oleada de euforia en el mediático candidato y sus seguidores. Al mismo tiempo, deprimió el campo de la candidata de Juntos por el Cambio, Patricia Bullrich, que hasta el momento era "la dura" del escenario, pasó a quedar instalada en el medio y con un segundo puesto desalentador.

De modo que el error enorme, tuvo una inesperada repercusión, pero a la inversa. Le dio un impulso al que se había instalado en bajada y lejos del espacio opositor democrático.

La expectativa era falsa. Y de esa falsedad se arrastra todo lo que sigue. Podrá decirse, como siempre, que una encuesta no es un pronóstico sino una fotografía de un cierto momento, pero si en la semana de las PASO 22 encuestas registraban una desventaja fuerte de Milei, está claro que la imagen estaba totalmente distorsionada. El clima comunicado era artificial. La paradoja está, entonces, en que el error se proyecta a la inversa.

Ahora vino la elección en la provincia de Santa Fe y las expectativas, por una victoria de Juntos por el Cambio, empiezan a cambiar, pero modificar sustancialmente el estado de ánimo creado va a requerir mucho esfuerzo y no menos aciertos en la campaña.

Mirado en una perspectiva institucional, el tema no es baladí. Inciden en el funcionamiento del sistema. A veces lo advertimos cuando se instala un gobierno, rodeado de expectativas esperanzadoras, y bastan uno o dos accidentes políticos para deslegitimarlo ante la opinión. Lo que el voto ciudadano, poder supremo de la democracia, atribuyó de modo fehaciente, se desvanece ante dos o tres encuestas que muestran al gobierno en caída de popularidad.

El tema da para reflexionar más que seriamente. Sobre todo para los medios de comunicación que son quienes expanden las encuestas de un modo tan invasivo que terminan siendo un actor real. Y, naturalmente, para los políticos, que suelen actuar en función de ellas, como si fueran la verdad revelada, un dato efectivo de la realidad. Que algo pueden indicar, de acuerdo, pero no más que eso. No deben sustituir el razonamiento, la convicción de quien actúa en la vida pública ni aun la apreciación empírica de la opinión que el propio dirigente político va haciendo en la medida que se va desenvolviendo un gobierno o desarrollando una campaña.

Para algo los líderes políticos son líderes. Intermediarios que escuchan pero conductores que orientan.




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