No se trata de nada nuevo. Apenas registramos la noticia como ratificación de lo que en el mundo entero se comprueba desde hace años y años y se ratifica constantemente: que la marihuana es muy dañina y que afecta más cuando el consumo comienza en la etapa adolescente con un cerebro aun en formación. No hay debate sobre sus efectos relevantes en la memoria, la atención, la capacidad cognitiva y la tendencia a las alteraciones esquizofrénicas. Todo esto no ofrece dudas. Éstas, en cambio, se hacen enormes cuando nos preguntamos qué hacer.
Como es notorio, el Uruguay inició una experiencia hace una larga década, sobre la idea de que regulando el consumo y ofreciendo el Estado una droga algo más confiable, se produciría el doble efecto de reducir el mercado del narcotráfico y mitigar los eventuales daños. La ley se presentó básicamente dentro de un programa de lucha contra la inseguridad.
Hoy está claro que ninguno de esos efectos se logró. Todas las encuestas oficiales muestran un aumento del consumo, que alcanzaría aproximadamente a 250 mil personas. Hay registrados 70 mil para consumir en las farmacias, más 12.00 autocultivadores y 13 mil usuarios de cannabis.
Mientras tanto, el Instituto de Regulación y Control de Cannabis trata de fidelizar a sus usuarios, aumentando los porcentajes del THC para que no emigren hacia la venta ilegal. En diciembre de 2022 lo hicieron, con una variedad que llegaba al 12% del THC. Fue un acto desesperado porque venian disminuyendo rápidamente sus compradores, al no “pegar” lo suficiente la marihuana legal, con un porcentaje bajo del ingrediente que produce el efecto psicoactivo. Como la carrera continúa, ahora el Instituto informa que a fin de año el Estado uruguayo ofrecerá una marihuana con un THC cercano al 15%, o sea alto, aunque aun más bajo que la media de los clubes cannábicos.
En una palabra, seguimos corriendo detrás de los consumidores y perdiendo siempre en la carrera. Todo sigue adelante, mientras se consolida la idea de que la marihuana es inocua y se va disminuyendo la percepción del riesgo sobre el uso de drogas en general, al punto que ya es común hablar de ampliar la llamada “regulación” a la cocaína.
Entendemos al pobre Instituto, metido en un proceso dinámico de alarmante complejidad. Pero no podemos seguir haciendo como que no pasa nada.
A esta altura de la aplicación del sistema legal, está claro que no se quitó mercado al narcotráfico sino que al ampliarse el consumo, vende más el Estado y vende más la clandestinidad. Sus eventuales efectos benéficos sobre la seguridad, obviamente tampoco se produjeron. Y seguimos en esta carrera diabólica en que festejamos, desde el Estado, que estamos en condiciones de ofrecer drogas aun más dañinas.
No es posible que no nos detengamos a reflexionar un instante. Estamos en campaña electoral y no se trata de lanzar propuestas al voleo, pero sí poner una muy fuerte luz amarilla sobre el tema. Una vez que se elijan las autoridades, es impostergable sentarse a reexaminar toda la situación, en sus diversas implicaciones. No podemos seguir ignorando que hay cada vez más gente en situacion de calle con una implicación creciente de las drogas, que se suma devastadoramente a la tradicional del alcoholismo. Tampoco, que en la baja de concentración de los estudiantes liceales es evidente que la marihuana esta haciendo un efecto, tal cual lo demuestran datos que indirectamente van llevando a esa conclusión.
A cuenta de todo lo que se pueda pensar, urge informar. No me canso de repetir que cuando mi generación iba al Liceo ni idea se tenía del efecto cancerígeno del cigarrillo. Hoy está claro y quien fuma por lo menos lo sabe y los médicos constantemente se lo están señalando. No es el caso de la marihuana, que es “canchera” y simpática, “cool”. El cigarrillo es más o menos viejo, casi de derecha. Por lo menos hay que pensar en abrir el nuevo período con una formidable campaña, aun más amplia que la que se hizo con el tabaco, porque éste daña a la salud pero no altera la conducta de la gente ni afecta la convivencia social como si ocurre con la marihuana y todo lo que a su alrededor se ha ido agregando. Si no implicamos al sistema educativo, a todo el sector de salud y a los medios de comunicación, continuaremos aumentando los centros de rehabilitación y de salud mental, pero no detendremos la expansión del mal.
Se trata de advertir, informar, divulgar. No hablamos de prohibir. Mientras se llega a fondo en la investigación sanitaria y sociológica de la situación, nada inhibe a que -con la evidencia ya comprobada- generemos la real conciencia en que hemos puesto a la nueva generación en un peligroso camino de declive.