No es de izquierda
Edición Nº 1058 - Viernes 24 de octubre de 2025. Lectura: 5'
Por Julio María Sanguinetti
Entre la nostalgia revolucionaria y la resignación pragmática, la izquierda uruguaya atraviesa una crisis de sentido.
Se escucha con cierta frecuencia el comentario de militantes radicales del Frente que afirman que el gobierno que preside Yamandú Orsi no es de izquierda.
La pregunta entonces es: ¿qué quiere decir, en el mundo de hoy y aquí en Uruguay, ser de izquierda?
Para ese grupo, hoy se reduciría a la simpleza de imponer un 1% al patrimonio de los más ricos y afectarlo a combatir la pobreza infantil. Si pensaran un poco, advertirían que la pobreza infantil es la pobreza de sus familias y que la pobreza infantil no es un fenómeno autónomo. Se trata, entonces, de algo más amplio que involucra a todas las políticas del gobierno, y que se supone debe mejorar empleo, salario, educación, asistencia en salud, etcétera. Podemos repartir dinero, como ya se hace, pero no por ello transformaremos la matriz productiva del país, que está en la base de todo. Lo único que significaría ese discriminatorio 1% añadido al patrimonio es desalentar la inversión, al contradecir el mensaje permanente del gobierno en busca de quienes puedan generar empleo.
Así lo ha dicho el gobierno, y de ahí el desaliento militante.
El problema es que para el Frente Amplio en 1971, izquierda era romper con el Fondo Monetario Internacional, desconocer la deuda externa, monopolizar el comercio exterior y la banca, hacer una reforma agraria y desarrollar una política exterior antinorteamericana, basada en la confraternidad con la Unión Soviética y la Cuba aún con cierto ropaje revolucionario.
Desgraciadamente, la otra izquierda, la armada, desde 1963 había renunciado a la acción política democrática y, con sus secuestros, asaltos y asesinatos, sacó a los militares de los cuarteles luego de sesenta años. Por supuesto, nada justifica el golpe de Estado que dieron esas Fuerzas Armadas embriagadas por su victoria, luego de haber liquidado el movimiento tupamaro en ocho meses. Tampoco tenía la menor explicación ese desestabilizador movimiento armado, que pretendía liquidar la institucionalidad democrática para marchar hacia algo parecido a Cuba. En 1961, con todas las letras, les dijo aquí en Montevideo el Che Guevara que era una locura, pero siguieron adelante y deslizaron al país a ese esquema de violencia que terminó como terminó.
Luego del golpe, los viejos guerrilleros, encabezados por Mujica, se sumaron a la vida normal de la democracia y, con Eleuterio Fernández Huidobro ministro de Defensa, hasta defendieron la ley de caducidad que amnistiaba a los militares por los delitos cometidos en la dictadura. Se horrorizaban los militantes, pero soportaban… ya no sabían dónde había izquierda.
Los otros frentistas, los de la línea política, entendieron también el mensaje y, de la mano de Astori, se terminaron todos los eslóganes. El Dr. Vázquez se filmó con Astori en la puerta del Fondo Monetario Internacional anunciando que se sumaban al mundo capitalista y sus reglas, al comenzar su campaña electoral de 2005. Así ganó y así gobernó.
Gobernaron 15 años. Iban a sacudir las raíces de los árboles y no lograron —en la mayoría de los casos ni intentaron— sacudir ni una hoja. Eso sí, malgastaron en aventuras la mayor bonanza del comercio internacional en medio siglo. En el presente, ya lo dijo el presidente Orsi: no vinieron a revolucionar nada.
Pese a todo, a la gran mayoría les queda vigente, explícita o sin que se den cuenta, la vieja mentalidad frentista, y por eso suelen jugar con las reglas cambiadas, no ya las del capitalismo. Como si jugaran al fútbol con las manos.
Cuba está en la ruina de las ruinas. No hay ni energía. Es la demostración más rotunda del fracaso de la idea socialista. Pero Cuba es Cuba, y está el “bloqueo” norteamericano. ¿Qué bloqueo, cuando pueden comprar y vender al mundo entero y desde EE. UU. no solo vienen los medicamentos y buena parte de los alimentos, sino la plata de los familiares, que es la mayor entrada? Mientras Rusia pudo, subsidió. Mientras Venezuela pudo, regaló petróleo. Ahora no hay tutela y está al desnudo el fracaso, pero no se asume.
Venezuela es un esperpento dictatorial. Y cuando se le da el Premio Nobel a una luchadora heroica de la democracia, se callan, se esconden o —como el propio presidente— dicen que más vale hubieran dejado desierto el premio… Es realmente increíble que ni siquiera se respete a quien ha arriesgado la tranquilidad de una cómoda vida profesional para luchar por la libertad.
No es para asombrarse. La izquierda, como izquierda, siempre fue autoritaria. O totalitaria, como en la Unión Soviética y todos sus satélites. Vituperaban los derechos humanos porque eran solo las libertades “formales” de las constituciones burguesas, que de nada valían si había pobreza. Descubrieron los derechos humanos cuando los perdimos todos durante la dictadura. Ahora los invocan, como si fueran sus creadores, pero cuando se trata de defenderlos en un país presuntamente de izquierda, allí vuelven a no importar. Si la dictadura es de izquierda, es buena. Pinochet es el ogro; Fidel, Chávez y Maduro, “compañeros”… como lo fue Stalin hasta que se cayó el Muro de Berlín en 1989.
Debo reconocer que comprendo a esos muchachos todavía socialistas y marxistas. Es verdad que sus gobiernos son burgueses, actúan dentro de las reglas del capitalismo, aunque no crean en ellas y solo actúen por resignación, como consecuencia administrando mal. Tienen todo el día que tragar sapos. ¿Ustedes imaginan un presidente socialista vetando una ley de despenalización del aborto? El único conocido es el Dr. Vázquez. Intentamos levantar el veto (estábamos en el Senado entonces), pero no pudimos, y recién en el gobierno de Mujica se pudo hacer.
O sea, todo es contradicción. Ahora están con Hamás y el gobierno palestino de Gaza. Es increíble que mujeres y militantes LGTB levanten esa bandera cuando el radicalismo islámico condena todas las formas de libertad sexual de un modo drástico y ni hablar de la condición femenina, reducida a una condición de esclavitud doméstica. Solo se explica porque EE. UU. apoya a Israel y porque, en el fondo de los fondos, aflora el viejo antisemitismo de los tiempos estalinistas.
Para un muchacho de izquierda que se cree el discurso, es verdad que la vida no es fácil.
Los más lúcidos e hipócritas se refugian en el batllismo y dicen ser sus continuadores. Pero aplauden a Maduro, al que don Pepe habría crucificado.
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