Por Jorge Ciasullo
Quienes ya somos "mayorcitos" o de tercera edad, no podemos menos que sentir nostalgia por el Montevideo que conocimos y disfrutamos.
En todos los barrios había ruidos característicos, que hacían a la esencia de los mismos. Nos referimos, por ejemplo, al anuncio de la presencia del afilador, del canto del canillita y porque no, al tan-tan del tranvía.
Hoy todo eso ha desaparecido bajo otros sonidos, tan perturbadores como agresivos, entre ellos, motos con escape abierto, automóviles, cuyos conductores, ante cualquier detención imprevista, la emprenden a insistentes bocinazos.
Los automovilistas y motociclistas que así proceden, no tienen en cuenta, ni consideración alguna, en que dicha actitud altera la necesaria tranquilidad no sólo del barrio en general, sino de aquéllos que, por edad, o por estar sufriendo alguna patología, su tranquilidad no debe, en lo posible, ser afectada.
La bocina, parecería obvio, sólo debe ser utilizada, en situaciones especiales o de emergencia, lo contrario, como se sabe, es sancionable, particularmente, en países del primer mundo.
Se agrega, en los últimos tiempos al ruido de las máquinas a explosión, cortadoras de césped, así como las llamadas bordeadoras y sopladoras, comunes en particular fuera del centro de Montevideo.
Parecería llegada la hora de iniciar una campaña de advertencia y educación, por cierto, tiempo, para luego proceder a practicar sanciones económicas.
Como el dicho, "cuando duele el bolsillo se aprende"...