Mercosur: bloque sin brújula o tablero de disputa geoeconómica
Viernes 17 de octubre de 2025. Lectura: 4'
Por Alvaro Valverde Urrutia
El Mercosur vive un momento definitorio que deja al descubierto no solo sus limitaciones estructurales, sino también las tensiones internas entre los países miembros que, lejos de actuar como bloque, muestran estrategias comerciales y políticas cada vez más dispares. En lugar de coordinar una posición común frente a un escenario global incierto, los socios del Mercosur parecen empujados por agendas bilaterales, apuestas ideológicas y urgencias económicas propias.
Bajo la presidencia pro tempore del Mercosur, Brasil ha desplegado una ambiciosa agenda de negociaciones internacionales que incluye conversaciones con India, México, Singapur, Vietnam y hasta con los Emiratos Árabes. El objetivo no es solo diversificar mercados, sino reposicionar a Brasil como actor global con autonomía frente a las grandes potencias.
Este impulso no ha pasado por el Mercosur, sino que lo ha bordeado. Aunque las gestiones se presentan como iniciativas del bloque, lo cierto es que las decisiones se toman desde Itamaraty y no desde Montevideo. El bloque, en la práctica, sigue sin una política comercial común. Brasil negocia por su cuenta y luego intenta incorporar a los demás. Es un liderazgo, sí, pero sin consensos ni institucionalidad real.
Mientras tanto, Argentina se mueve con lógica de supervivencia económica. El gobierno de Javier Milei ha reorientado su política exterior hacia un alineamiento ideológico con Estados Unidos, dejando en segundo plano la relación con China y desdibujando su rol en el Mercosur. La preferencia explícita del sector industrial por un acuerdo con Donald Trump antes que con China revela no solo una visión política, sino también una lectura del mundo anclada en el corto plazo.
Esta mirada, sin embargo, está tensionada por la realidad: la industria argentina arrastra caídas de producción de más del 10% anual, enfrenta tasas de interés insostenibles y un mercado interno deprimido. En este marco, la apertura comercial no parece parte de un proyecto industrial, sino más bien una respuesta defensiva: priorizar relaciones bilaterales que contengan mínimamente el deterioro productivo.
Uruguay mantiene una postura firme a favor de la apertura comercial, pero no espera al bloque. Ya ha manifestado su disposición a avanzar de forma individual si el Mercosur no acompaña. El nuevo gobierno ha intensificado su diplomacia comercial en Europa y en Asia, presionando para que se firmen acuerdos estratégicos que rompan con el estancamiento regional.
Este camino no es nuevo, pero hoy tiene más respaldo interno y externo. Uruguay se muestra como el país más decidido a actuar por fuera del corsé institucional del Mercosur, entendiendo que las reglas actuales no le permiten aprovechar sus ventajas competitivas. A su favor juegan su estabilidad macroeconómica y su reputación de país confiable.
En lo que respecta al acuerdo comercial con la Unión Europea, los miembros del Mercosur muestran posturas claramente diferenciadas. Uruguay, como ya se ha dicho, lidera las gestiones para cerrar el tratado con Bruselas y está dispuesto a firmar aún sin el resto del bloque, si fuera necesario. Brasil también expresa su interés en avanzar, aunque prioriza una mirada estratégica que incluye otras regiones. Argentina, en cambio, adopta una actitud más ambigua: por un lado, respalda formalmente el acuerdo, pero en la práctica su estrategia apunta hacia un realineamiento con Estados Unidos, sin entusiasmo real por la agenda europea. Paraguay, aunque con bajo perfil, se ha mostrado históricamente favorable a la apertura y actúa en línea con Brasil. Así, el acuerdo con la UE, lejos de unir posiciones, ha profundizado las diferencias internas del bloque.
El diagnóstico es claro: el Mercosur no actúa como bloque ni tiene una estrategia coordinada. Cada país persigue sus propios objetivos, responde a aliados diferentes y privilegia relaciones bilaterales. Brasil busca liderazgo global, Argentina se acerca a EE. UU. por necesidad y convicción política, Uruguay quiere más apertura con o sin el bloque, y Paraguay se adapta sin confrontar.
Este desajuste pone en cuestión el futuro del Mercosur como herramienta de integración. Sin una visión compartida sobre desarrollo industrial, infraestructura común, digitalización o inserción global, el bloque corre el riesgo de convertirse en un espacio meramente aduanero, sin poder negociador ni valor estratégico.
Lo que está en juego no es solo la firma o no de un acuerdo comercial. El Mercosur necesita una revisión estructural: institucionalizar mecanismos de toma de decisiones más flexibles, permitir acuerdos bilaterales compatibles con el bloque y avanzar hacia una integración productiva que respete las asimetrías internas.
Más allá de las negociaciones con la Unión Europea, Asia o Estados Unidos, lo urgente es recuperar el sentido de integración económica. De lo contrario, el Mercosur corre el riesgo de ser apenas un nombre con historia, pero sin futuro.
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