Los trenes perdidos
Edición Nº 1062 - Viernes 21 de noviembre de 2025. Lectura: 4'
Por Luis Hierro López
La alianza estratégica entre Argentina y Estados Unidos tiene inmediata influencia en el Mercosur, que se enfrenta a una nueva trama de incertidumbre y de convulsión. A Uruguay se le estrecha el escenario comercial, pero aún quedan rendijas que debe aprovechar.
Milei y Trump no preparan un Tratado de Libre Comercio clásico, negociado por técnicos y transado durante un largo tiempo, sino que se trata de una conclusión política al “estilo Trump” y también al “estilo Milei”, en la que prevalecen más las decisiones estratégicas que las cuestiones comerciales.
Aunque aún no se conoce en detalle lo acordado, se hace evidente que el Mercosur atravesará una de sus pruebas más difíciles, si no la definitiva, porque el presidente Milei pateó el tablero, desafía abiertamente la posición de Lula y amenaza con ni siquiera hacer presencia protocolar en la cumbre de diciembre. Mientras Brasil espera que Europa se ordene y firme el TLC con el Mercosur a fin de año, Argentina se lanza por su cuenta y logra el acceso privilegiado a uno de los mercados más dinámicos del mundo.
Lo que ocurre hoy con el Mercosur le da razón a Uruguay, que venía exigiendo la flexibilización para permitir negociaciones por fuera del bloque. Si eso se hubiera hecho ordenadamente, no estaríamos hoy al borde de la ruptura violenta. Pero cuando Uruguay inició conversaciones con China durante el gobierno de Lacalle, el propio Lula, en persona, bloqueó las negociaciones y exigió que las mismas se hicieran de bloque a bloque, perjudicándonos. Esas actitudes no son nuevas en la relación de los “hermanos mayores” con nuestro país.
Lo de Argentina puede ser bueno para Uruguay, con algunas incógnitas. Siempre es bueno que Argentina crezca y se estabilice, pero en el punto concreto de las exportaciones argentinas a Estados Unidos, nuestro país puede sufrir una merma de sus colocaciones de carne y de algunos otros rubros. Tampoco ha sido buena hasta ahora la relación entre los gobiernos como para que Uruguay aspire a colgarse de alguna manera al tren argentino. Milei ha tenido gestos de buena voluntad, pero la cancillería uruguaya había impuesto, hasta ahora, una especie de distanciamiento ideológico, mostrando con exuberancia su preferencia por el Brasil de Lula. Ahora se ha reaccionado con una visita del canciller Lubetkin a su par argentino. Mejor tarde que nunca, pero da la impresión de que la primera y más urgente tarea de la cancillería uruguaya era aceitar desde el principio de su gestión la vinculación con Argentina y Brasil, equilibradamente. Eso no ocurrió y ahora se intenta corregir ese rumbo, pero con un retraso de meses y con la sinceridad y la buena fe un poco deterioradas.
Por otro lado, no es factible que Uruguay mejore su posición con Estados Unidos. Ese tren —para reiterar las expresiones manejadas entonces por el presidente Vázquez— ya empezamos a perderlo cuando el excanciller Gargano impuso, en 2006, el cepo ideológico a las negociaciones, sujetando la iniciativa del presidente, quien fue desautorizado en los hechos. Hasta el enemigo acérrimo de Estados Unidos, Vietnam, tenía ya un TLC con Estados Unidos, pero aquí creímos ser más “valientes” y más “soberanos” al negarnos a cualquier apertura. Un grave error histórico de la coalición de izquierdas. Hoy sería muy difícil iniciar conversaciones sobre esos temas, porque es evidente que Trump impone condiciones políticas de adhesión y de compromiso que angostan totalmente las posibilidades comerciales. Uruguay tiene una fuerte vinculación con China —que hoy no puede desmontar— y eso impediría que nuestro país obtenga preferencias como las que viene logrando Argentina.
Nos queda el Tratado con Europa. ¿Nos queda? Lo sabremos a fin de año y, tras dos décadas de negociaciones, da la impresión de que el acuerdo está cerca, aunque alcanzaría con que unos cientos de tractores franceses copen las carreteras para que los compromisos y las buenas intenciones se pulvericen.
Aun cuando el Mercosur y Europa ratifiquen el Tratado, Uruguay debería seguir bregando por ingresar al Transpacífico, el Acuerdo Amplio y Progresivo de Asociación Transpacífico (CPTPP), integrado por economías de enorme impulso. El gobierno de Lacalle solicitó formalmente el ingreso a ese bloque en diciembre de 2022 y encargó al vicecanciller Nicolás Albertoni que desarrollara personalmente las negociaciones, y hay constancias de los avances obtenidos hasta el cambio de gobierno. Japón habría interpuesto en ese momento algunos reparos por entender que no convendría que Uruguay actuara solo, sin el paraguas del Mercosur, pero ese requisito puede quedar muy desdibujado ante la realidad, tras el posicionamiento de Argentina.
Incomprensiblemente, el gobierno del Frente Amplio puso paños fríos al ingreso de Uruguay al CPTPP, cuando el camino ya estaba abierto. No se fundamentó claramente el desinterés. Es posible que la reciente gira de la subsecretaria Valeria Csukasi —una técnica de valor— por los países del sudeste asiático haya reavivado esa perspectiva, pero el acceso al Transpacífico requiere decisión política y perseverancia. No se trata de cerrar las puertas, como hizo el excanciller Gargano, sino de golpearlas con fuerza y con paciencia hasta que se abran las rendijas. Queremos creer que la Cancillería está más empeñada en estos aspectos comerciales y en impulsar los verdaderos intereses del país que en dedicarse a los eventos propagandísticos, como intentar traer a trabajadores palestinos para realizar tareas agrícolas o establecer como prioridad el polémico homenaje a Ho Chi Minh.
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