Los intereses y actitudes vergonzantes que apuntalan a Maduro en Venezuela
Viernes 13 de setiembre de 2024. Lectura: 5'
Lula y sus amigos de la región harían bien en no jugar con fuego: si Maduro se sale con la suya, la democracia se habrá perdido para todos, reflexiona el historiador italiano Loris Zanatta en una columna para Clarín que recomendamos a continuación.
Algo monstruoso está ocurriendo en Venezuela. Monstruoso y cínico. Todos saben que el Rey está desnudo pero pretenden que esté vestido de punta en blanco.
Todos sabemos, hasta las piedras lo saben, hasta los macacos de la selva, que Maduro robó, que las elecciones fueron una farsa, que es mucho si recogió un tercio de los votos. A pesar de la inhibición de la candidata más popular, de las trabas para votar en el exterior, de la propaganda con dinero público, de la violencia de los paramilitares.
Y sin embargo no, un mes después de las elecciones seguimos todos aquí pidiéndole que nos muestre los datos oficiales, fingiendo creer que los tiene pero que no los encuentra, fingiendo fingir que esperamos una decisión del tribunal constitucional, que los más crédulos de los fingidores creen que es independiente. Mientras tanto, el régimen amenaza, detiene, acosa, tortura, mata.
La ficción a la que se ven obligados los demócratas por luchar con sus propias manos, y en la que se revuelcan los enemigos de la democracia que en las manos tienen dinero y armas, oculta una cuestión política. Y tan bizantino es el teatro como simple lo que está en juego en la obra: ¿habrá todavía democracia en América Latina?
El régimen venezolano nunca ha sido una democracia participativa, siempre ha sido un populismo jesuita. Las imágenes de Maduro pidiendo perdón a Cristo por los pecados de su gobierno, los ministros poseídos expiando a golpes de pecho, además de hilarantes, explican más que muchas palabras.
Ser progresista es cultivar la conciencia individual y la libertad personal, ser humanista y pluralista. ¿O no? El chavismo es todo lo contrario. Es el fruto de una planta completamente distinta que da frutos muy diferentes: la primacía del pueblo sobre el individuo, de la devoción sobre la razón, de la unanimidad sobre la pluralidad.
Es un fascismo de izquierdas, un comunismo de derechas, el milésimo heredero del Estado confesional en eterna guerra contra la Ilustración: ein volk, ein Reich, ein Caudillo.
Hasta aquí Venezuela. Pero sucede que el chavismo hoy, como el castrismo ayer y el peronismo anteayer, han pretendido erigirse en modelos y exportarlos. Ahora bien, si un régimen que se ha erigido en modelo fracasa, huelga decir que no sólo es ese régimen el que termina en el banquillo sino también su modelo.
Al menos para los que piensan racionalmente, porque los devotos siempre estarán dispuestos a echarse a la hoguera por el Mesías. Y el fracaso del modelo chavista es estrepitoso. Más, es criminal. Tan criminal que se erige como la mejor muestra de lo que pretendía destruir: el liberalismo y el capitalismo.
No se trata sólo de Venezuela, entonces. No es casualidad que Brasil, Colombia y México sostengan la vela: como son amigos de Maduro, dice la vulgata, pueden convencerlo de que se haga a un lado. ¿Es eso lo que quieren? No lo creo hasta que lo vea.
De la amistad a la complicidad el trecho es mínimo. Dados los potenciales efectos en cadena del colapso venezolano, me temo que estén recitando la comedia, ganando tiempo mientras esperan que los venezolanos se resignen.
¿Fantasías? ¿Lo ha hecho Maduro demasiado sucio para salir indemne? Eso espero. Pero si los países aliados lo mantienen a flote y los militares en los que se apoya no se quiebran, ¿por qué habría de caer? Tiene todos los resortes del poder.
No sólo eso: de Moscú a Pekín, de Teherán a Ankara, ¡cuántos amigos! Ya ha ocurrido muchas veces que le ayudaran cuando el agua le subía a la garganta. Así pasa con los “modelos”, si caen arrastran a sus emuladores, hay que salvarlos aunque no lo merezcan. Cuba vive de eso desde hace décadas.
Sus salvavidas más eficaces han sido siempre los socialistas españoles y el Papa Francisco. El ex presidente Zapatero se ganó el odio de los venezolanos democráticos. Fingió ser árbitro pero jugó en el equipo de Maduro. Bergoglio le siguió el juego. Cada vez que parecía tener un pie en la tumba, le daba cuerda: una audiencia, una promesa de mediación.
“Estamos trabajando en ello entre bastidores”, decía el cardenal Parolin. Pero desde los bastidores, silencio sepulcral. Mientras, la oposición se desarmaba y Maduro seguía en la silla.
El caso del Papa hay que explicarlo, porque explica muchas cosas. El régimen chavista no es, desde luego, un modelo de régimen cristiano. El episcopado venezolano lo califica de “totalitario”. Sin embargo, tiene orígenes nacional-populares, el tipo de régimen que Bergoglio siempre celebró. Los jesuitas contribuyeron a su nacimiento. Sabe que es impopular.
Pero, ¿cuál es la alternativa? Si son las odiadas “clases coloniales”, mejor Maduro. De hecho, pasó menudo por encima de los obispos locales. ¿No le ocurrió también a la Iglesia argentina romper con el peronismo, sólo para dar marcha atrás? Para el Papa nunca ha sido cuestión de dictadura y democracia: en Venezuela ve el enfrentamiento que siempre le ha obsesionado entre el “pueblo fiel” y las “élites ilustradas”.
¿Entonces? El Papa silente y Lula ambivalente sopesan los pros y los contras. ¿Qué hacer con Maduro? ¿Darle más tiempo? ¿Dejarlo caer? A falta de un nuevo líder capaz de “reconquistar al pueblo” reviviendo los huecos esplendores del chavismo original, es probable que exijan “garantías” a María Corina Machado. Que le exijan a cambio de ayuda repartir el poder. Una trampa para quién sabe que los venezolanos esperan de ella una ruptura limpia con el pasado.
Pero Lula y sus amigos harían bien en no jugar con fuego: si Maduro se sale con la suya, la democracia habrá muerto para todos y lo que hoy cobra la “izquierda”, mañana lo reclamará la “derecha’”. Ya hemos pasado por eso. La historia nunca ha sido magistra vitae.
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