Edición Nº 1052 - Viernes 12 de setiembre de 2025

La valoración de Uruguay

Edición Nº 1049 - Viernes 22 de agosto de 2025. Lectura: 3'

Por Luis Hierro López

Nuestro país ha alcanzado, a lo largo de los tiempos, un sólido prestigio internacional por tener una democracia estable, una justicia independiente, altos niveles de transparencia y una redistribución de la riqueza que ha sido durante décadas, la mejor de América. Ese valor intangible nos hace más soberanos y fuertes, pero no debemos dormirnos en los laureles.

Mi permanencia en el exterior durante cuatro años y medio me ha permitido tomar distancia de las polémicas cotidianas y reforzar mi convicción sobre las virtudes que tiene nuestro país, tan elogiado afuera y tan menospreciado —a veces— adentro. Tuve la oportunidad de entrevistarme o conversar con centenares de personalidades peruanas y de otros países, autoridades, gobernantes, periodistas, intelectuales, profesores de las universidades, empresarios y dirigentes sociales. Por unanimidad admiran a Uruguay, lo ubican como pionero de la región y creen que nuestro sistema político, con partidos sólidos y prestigiosos; nuestra trama social con una clase media extendida que evita las grandes diferencias sociales; el apego a la ley y a la justicia; la alternancia pacífica y democrática de los partidos en el poder y, finalmente, el sentido liberal y tolerante de nuestra historia; son todos factores de una civilización política asentada y superior a las instituciones de muchas naciones de América Latina, manchadas por la corrupción, el populismo o el autoritarismo.

Esa realidad que trasmiten quienes admiran a Uruguay, se ve respaldada por las mediciones internacionales que hacen diversos organismos para comparar las condiciones económicas, sociales e institucionales. En gobernabilidad, transparencia, distribución de la riqueza, equidad de condiciones al nacimiento, libertad de prensa y libertades cívicas —y otras condicionantes— Uruguay siempre aparece en los primeros lugares, al nivel de los más avanzados países europeos y muchas veces por arriba de Estados Unidos.

En esa larga construcción de una República con identidad y prestigio han contribuido, obviamente, todos los partidos. Ese reconocimiento internacional no se logra de un día para otro, ni siquiera en el período de un gobierno. Se trata de la “acumulación positiva” a la que hace referencia el presidente Orsi, destacando los logros de gobiernos de distinto signo. Si bien en esa proyección hacia afuera hay una preponderancia de la acción de los gobiernos colorados y blancos por el peso de sus historias, también el Frente Amplio ha influido, primero por descarte, al no haber aplicado durante sus primeros 15 años de gobierno el programa prometido de hacer “temblar las raíces de los árboles”. Por el contrario, se mantuvieron las orientaciones macroeconómicas generales y eso es, precisamente, lo que elogian desde el exterior. Segundo aporte, la influencia de la imagen y la leyenda de Mujica, quién, traspasando fronteras ideológicas y resistencias por su pasado, promovió el reconocimiento a nuestro país.

Ahora se trata de mantener ese prestigio legítimamente ganado y en ello le corresponde, sin duda, principal responsabilidad al gobierno, que debe ser el primero en expresar la defensa de la legalidad y de la transparencia. No es momento de emitir un juicio definitivo, pero hubo en ese sentido señales preocupantes. Y en materia de posicionamiento internacional, las autoridades no deberían dejarse llevar por las presiones partidistas de la militancia frenteamplista ni por intereses ideológicos. Cambiar sustantivamente los vínculos con Israel o romper la tradicional equidistancia con Argentina y Brasil, siguiendo los lineamientos de un Lula que ha perdido el rumbo, pueden ser ejemplos de ese tipo, en los cuales la política fue más de partido que de Estado.

Lo que está en juego es, nada menos, esa intangible conquista que durante décadas hemos logrado, una de las principales tradiciones democráticas del Uruguay. Ser respetados y admirados en el mundo vale tanto o más que nuestro “riesgo país”, nuestro manejo de la gobernabilidad, el respeto a los derechos humanos o el cuidado y la responsabilidad para cuidar nuestras finanzas. Es todo ello junto.



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