La persecución de los dos liceales judíos: ¿última perla del collar o la crónica de una muerte anunciada?
Viernes 12 de diciembre de 2025. Lectura: 4'
Por Jonás Bergstein
El caso de los dos adolescentes perseguidos por ser judíos interpela a un país que acumula advertencias sin respuestas efectivas.
A esta altura los hechos resultan bastante conocidos. Dos estudiantes de liceo, de 13 y 14 años, habían salido a tomar un helado. Era el fin de cursos, y celebraban el cumpleaños de uno de ellos. A la salida de la heladería, otros dos muchachos, algo mayores y más corpulentos, advirtieron —al parecer por el uniforme de los estudiantes— que los dos liceales eran judíos. Sin decir agua va, los empezaron a insultar: “Judíos de m…., corran porque se la vamos a dar”. No solamente los persiguieron: uno de ellos los perseguía con una baldosa en la mano, no fuera cosa que la golpiza no causara daños mayores. Quiso el destino que la madre de uno de ellos, de manera completamente fortuita, se topara con los malhechores. Sin pensarlo dos veces, ahora era ella quien perseguía a estos últimos. Los perseguidores se desbandaron. Pero la historia tendría un giro de tuerca. Aprestándose para ingresar a su casa, la madre divisó a la distancia a uno de los malvivientes, que sin pelos en la lengua le dijo: “Ya sabemos dónde vivís”. Esa noche, la madre y los liceales terminaron declarando en la policía.
El episodio tuvo lugar un martes 25 de noviembre, unas dos semanas atrás.
La pregunta cae por su peso: ¿los responsables de la persecución habrán de ser formalizados, o por el contrario esta persecución se sumará a la larga saga de actos de antisemitismo que terminan en la mayor de las nadas, anquilosados en un estante de la Fiscalía?
Porque el episodio que hoy nos convoca no ha sido el primero. Desgraciadamente, tememos que tampoco haya de ser el último. La saga de actos de odio que los uruguayos hemos vivido en estos dos últimos años —más precisamente: a partir del 7 de octubre de 2023— es mucho más larga de lo que uno quisiera: el monstruo diabólico del 8M —al decir de una de las funcionarias que había intervenido en el caso, “arte callejero” (sic; sobre gustos no hay nada escrito)—, la proscripción de Spectorowsky en la Facultad de Ciencias, las pintadas en el cementerio judío, las mismas pintadas en el local de la B’nai B’rith, las expresiones odiosas vertidas por Parodistas Caballeros en la exhibición de El mercader de Venecia en el marco del Carnaval, la concentración de un conjunto de personas ante una escuela judía, las referencias raciales efectuadas por la profesora María Noel Sosa en la Facultad de Información y Comunicación de la UdelaR —y su penosa exculpación por la decana, invocando la libertad de expresión—. Hasta donde nos consta, ninguna de ellas se tradujo en una investigación a fondo, mucho menos en una formalización (con una única excepción: las imágenes de Mariana Wainstein —por entonces directora de Cultura del MEC— subidas a las redes por un docente grado 5, bajo la leyenda: “NAZI”).
Algunas preguntas caen por su peso.
La primera: ¿qué estamos esperando, que caiga la primera víctima y haya que lamentar un David Fremd II?
La sabiduría popular viene como anillo al dedo: no aguardemos al incendio para crear el cuerpo de bomberos.
La segunda: ¿cómo se explica esa proliferación de actos antisemitas en nuestro medio? Acá y en todo el mundo, las expresiones de antisemitismo no afloran de la nada, sino que florecen cuando el contexto les es propicio (y en cierta forma lo fomenta), a saber:
(i) la moda del antisemitismo en el mundo —único tema en el cual en Uruguay la izquierda ha optado por emular lo que está pasando en EE. UU.—;
(ii) la ausencia de una verdadera condena de estos episodios —sin medias tintas— desde la cúpula del gobierno y desde la coalición oficialista;
(iii) el paciente trabajo del mundo islámico durante años (con Irán, Hezbollah, Venezuela y Qatar a la cabeza), cuya prédica parece haber calado hondo en la FEUU, UdelaR, PIT-CNT y afines; y
(iv) por último, la crisis del Derecho, el inmovilismo de nuestra Fiscalía y el deterioro de nuestra democracia.
El lector desprevenido podría pensar que estas cuestiones solo competen a los colectivos aludidos. Se equivoca.
Por eso, el combate contra el antisemitismo no puede ni debe ser acometido únicamente por los judíos, sino por todos. Y por eso mismo también, tal como decía Don Justino Jiménez de Aréchaga, ese combate impone a la sociedad la urgente necesidad de activar todas sus defensas ante la amenaza que él representa. El Derecho no puede permanecer ajeno a ese combate. Si la legislación antidiscriminatoria dejara de aplicarse —tal como creemos que es el estado actual del tema— habremos infringido un daño irreparable a la democracia uruguaya.
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