Edición Nº 1011 - Viernes 11 de octubre de 2024

La pérdida de identidad de la izquierda

"¿Qué es ser de izquierdas hoy día?", se cuestiona el catedrático español, identificado con la izquierda política, Juan Torres López, en un artículo publicado en su blog personal en donde realiza una interesante autocrítica.

He recibido diferentes comentarios sobre mi artículo anterior en el que analizaba la responsabilidad de la izquierda en el ascenso de la extrema derecha. Algunos de ellos, no publicados en la web, me dicen que soy demasiado crítico diciendo que la izquierda ha perdido identidad como defensora de valores universales. Para tratar de explicar mejor lo que quería decir, voy a desarrollar el ejemplo que mencionaba en el anterior artículo.

Como dije allí, al escribir en mi último libro sobre la responsabilidad de las izquierdas en el ascenso del neoliberalismo se me ocurrió contabilizar sus diferentes corrientes.

Constaté que los principales partidos de izquierda españoles se definen como tales asumiendo que, precisamente por el hecho de serlo, son también feministas y ecologistas. Se puede comprobar fácilmente en los documentos de sus respectivos congresos o asambleas.

Sin embargo, es también muy sencillo constatar que, cuando un partido o una persona dicen ser de izquierdas, no siempre piensan o defienden lo mismo, no tienen las mismas ideas, principios y comportamientos, ni proponen políticas homologables o luchan por conseguir los mismos objetivos.

Entre otras que seguramente se me hayan podido escapar, la izquierda tiene variedades tan diversas como la socialdemócrata, socialista, marxista, autogestionaria, comunista, leninista, trotskista, anarquista, radical, populista, nacionalista, independentista, revolucionaria, indigenista, anticolonial, anticapitalista... Total, como poco, 16.

Decir hoy día que alguien es feminista tampoco aclara mucho. Se puede ser, defender, sentirse o estar de acuerdo con feminismos de muy diferentes matices o concepciones: liberal, de mercado, radical, socialista, ecofeminista, cultural, de la diferencia, de la igualdad, comunitario, afrodescendiente, posfeminista, popular, lesbofeminista, queer, transfeminista, ciberfeminista, poscolonial, factual, anarcofeminista, provida, o científico, entre otras corrientes que quizá yo desconozca y haya dejado fuera. Hay economía feminista neoliberal y otra radicalmente contraria, por ejemplo. En total, pongamos, como poco, 21 formas de ser feminista.

No se quedan atrás los diferentes ecologismos. Hay, entre otros, liberal, conservacionista, ecomarxista, decrecentista, naturalista, tecnicista, estructuralista, radical, sociológico-político, gaianista, profundo, reformista, meliorativo, cosmético, equitativo, antiecológico, de los pobres, institucional, oficial, activista, conservacionista, ambientalista crítico, ecofeminista en general o de la supervivencia, ilustrado, social o materialista. Un total, como poco, de 27.

De ese cómputo y en función de las combinaciones posibles entre todas esas posibilidades o corrientes, se deduce que, en teoría, hay casi 10.000 formas posibles de ser de izquierdas (9.120, exactamente, tomando solamente en cuenta las 64 de partida que yo he registrado). Y eso, sin tener en cuenta que pueda haber diferencias según el orden o prioridad con que se asuma cada matiz. Es posible, por ejemplo, que quien se defina como anarquista, lesbofeminista y gaianista -por ese orden- se sienta diferente de quien lo haga como gaianista, lesbofeminista y anarquista.

¿Se puede decir, entonces, que hoy día existe una identidad de izquierdas que la gente normal y corriente pueda identificar como tal de modo preciso, inconfundible y perfectamente diferenciado de otras corrientes ideológicas?

Mi tesis es que esas 9.120 posibles maneras (como poco) de ser de izquierdas indican que éstas han perdido justamente su identidad común, provocando que el término «izquierda» deje ser un concepto con significado unívoco y perfectamente distinguible y apreciable, como debiera ser el que se proponga vertebrar un relato emancipador de todos los seres humanos.

Como he repetido muchas veces, la pérdida de esa identidad se ha producido porque todas esas 16+21+27= 64 diferentes expresiones de la izquierda (como poco) han renunciado a tener como señal de identidad lo que le es común. O lo que les debiera ser común, los ideales tradicionales vinculados a la liberación de los seres humanos: libertad, justicia, igualdad, paz, derechos humanos, bienestar, seguridad, soberanía, hermandad, cooperación, defensa de la vida... de las generaciones presentes y las futuras Han preferido mostrarse, cada una de ellas, como singulares y expresión de una particularidad, sea cual sea esta: el enfoque, una concreta atención prioritaria, su diferente grado de radicalidad, o cualquier otro rasgo distintivo.

Además, la causa de la pérdida de identidad común se produce, a mi juicio, porque esas 64 variedades y las 9.120 posibles formas (como poco) de combinarlas entre sí no se han constituido como expresiones de diversidad, un componente que, en su nivel óptimo, enriquece y acelera los procesos de cambio. Por el contrario, se han conformado como auténticos compartimentos estancos entre los cuales, en la mayoría de los casos, hay desunión, incomunicación, falta de entendimiento, animadversión, desprecio y, a veces, hasta piolets o fusiles para acabar unos con la vida de otros. Esto último, casi siempre, en masculino; todo hay que decirlo. Aunque los enfrentamientos no precisamente cordiales entre corrientes feministas también muestran que las mujeres no han sido capaces, todavía y por desgracia, de deshacerse ni de los modos típicos del viejo comportamiento patriarcal, ni del virus competitivo y fragmentador más moderno que esparce el neoliberalismo.

Las consecuencias son fácilmente deducibles: se desmorona el atractivo de la izquierda, su capacidad de seducir a la gente corriente y, en consecuencia, su poder o capacidad para poner en marcha procesos de transformación social profunda que sólo pueden darse hoy día, cuando el poder del capital está más concentrado que nunca, agrupando a amplísimas mayorías sociales en torno a ideales de una gran transversalidad o de especie.

No sé si a otras personas les pasa igual, pero a mí no sólo no me atrae nada, sino que me resisto a tener que elegir entre esas 9.120 posibilidades; no encuentro riqueza alguna en formar parte de alguno de esos cajones estancos. Si acaso, me interesa picotear, aprender, colaborar y llenarme de lo bueno que encuentre en todos esos matices. E incluso en otros que habitualmente no se consideran «de izquierdas» pero que promueven el respeto, la libertad, la justicia y la paz y ayudan tanto o más a mejorar en la práctica la vida de los seres humanos. Es por eso por lo que me parece que, quienes se consideran de izquierdas y principalmente sus dirigentes, deberían preguntarse qué es ser de esa condición hoy día. Yo no tengo clara la respuesta. He decidido rechazar las etiquetas y prefiero considerar que «los míos» no son los que llevan una u otra, sino las buenas personas y quienes, como he dicho, actúan con generosidad para mejorar las condiciones de vida de sus semejantes, sea cual sea el camino que hayan elegido para ello.




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