Entre lo histórico y lo anecdótico
Viernes 4 de julio de 2025. Lectura: 5'
Con esas palabras, el ex Presidente Julio María Sanguinetti tituló su habitual espacio en La Nación. Compartimos a continuación sus reflexiones.
Con más de un siglo de vida, Edgard Morin publicó un pequeño ensayo sobre la guerra de Rusia y Ucrania que comienza con el relato de las ciudades alemanas que vio destruidas cuando, luego de la resistencia, se había incorporado al Primer Ejército que comandaba el general Lattre de Tasigny. Narra lo que vio en Pforzheim, destruida por los aliados tres meses antes de la capitulación de una Alemania que ya estaba vencida. Fue un bombardeo de 377 aviones de la célebre R.A.F., heroína para quien, como nosotros, oía las noticias con la asombrada sensibilidad de un niño. Barrieron el 83% de los edificios y murieron 17.000 civiles. Confiesa que recién ahora después de la invasión a Ucrania, adquirió real conciencia de lo que fueron esos innecesarios bombardeos, como el de Dresde, el 13 y el 14 de febrero del mismo 1945, con Alemania absolutamente derrotada, en el que 1300 aviones británicos y americanos, arrojaron 2420 toneladas de bombas incendiarias y mataron a 25.000 personas.
Los horrores del nazismo en aquel momento desdibujaban, para él, judío y resistente, lo que hoy ve como el riesgo de una guerra que, como es lo usual, lleva a una radicalización de horrorosas consecuencias para todos. Alude luego a las cosas inesperadas, capaces de provocar un conflicto o bien decidirlo. Recuerda de 1914 el sorpresivo asesinato del archiduque de Austria, en Sarajevo, que desencadena aquella carnicería que se pensó duraría seis meses y se prolongó por cuatro horrorosos años. ¿Quién podía esperar, después de la también sorpresiva crisis de 1929, que las circunstancias llevarían al poder, en Alemania, a un pequeño partido extremista, del que ningún politólogo había previsto la victoria? Reflexiona que en 1941 parecía ser duradera la dominación de Alemania sobre Europa y previsible la derrota de Rusia, pero sorprendentemente la exitosa contraofensiva del general Zhúkov y el inesperado ataque japonés a Pearl Harbor cambiaron completamente el balance militar al entrar Estados Unidos abiertamente en el conflicto.
Hoy, en días en que parece escampar la tormenta de Medio Oriente, se ve claro cómo lo imprevisto puede cambiar drásticamente la situación. El mundo entero sabía que la horrorosa masacre del 7 de octubre de 2023 la había desencadenado Hamas cuando Irán advirtió que el Pacto de Abraham le estaba dando a Israel el reconocimiento de países como Marruecos o los Emiratos Árabes Unidos y se anunciaba la inminencia de un diálogo con la gran potencia sunita, la Arabia Saudita, su mayor enemigo. Lo que no esperábamos es que efectivamente termináramos en un conflicto con Estados Unidos bombardeando directamente al Irán en los puntos neurálgicos de su estructura de armamento nuclear. Las contradictorias declaraciones del presidente Trump hacían prever muchas cosas pero no esa ofensiva. Sin embargo, ocurrió y así cambió el panorama. A esta altura no sabemos el margen exacto de destrucción del plan iraní, pero está claro que Estados Unidos, en el tema nuclear, ya no va a mirar más para otro lado, como venía ocurriendo.
No podemos dejar de subrayar que los bombardeos norteamericanos han sido exclusivamente a instalaciones militares. No así los misiles iraníes, dirigidos a las ciudades de Israel. Quienes se preocupan por la presunta violación de la norma internacional por Estados Unidos deberían comenzar por asumir que aquellos fueron “actos” de guerra contra un país que ya los había instalado como objetivo. Y que los ataques iraníes se encuadran estrictamente en la definición de “crimen” porque van específicamente dirigidos a una población civil a la que se quiere aterrorizar y desmoralizar.
También Putin habrá tomado nota de que ya no es el único que genera temor en sus vecinos. Trump ha ido más allá de lo que pensaba la generalidad. Y hoy ya nadie puede descartar que su apoyo a Ucrania alcance otro escalón, más decisivo, recomponiendo así ese gran espacio occidental que había resquebrajado por su desmesura en el planteo comercial. El Trump de la bizarra gorrita de visera ya no es solo el poderoso animador de los dibujos humorísticos. Se le han visto los colmillos.
El foco israelí cambia ahora de nuevo hacia Gaza. Y ahí vienen a cuento las imágenes de Edgar Morin al fin de la guerra. Hamas está golpeada duramente en su estructura. Sus patrocinadores, Irán y el ubicuo Qatar, están en repliegue. Es el momento de un Israel magnánimo, que pueda pasar a otra etapa y comience a reconciliarse con la opinión mundial. Su imagen ha sufrido daño y alimentado ese estúpido, ignorante y prejuicioso antisemitismo que ha brotado en las universidades de Occidente y en círculos de esa izquierda frívola que vive el feminismo solo como emoción y olvida el principio al apoyar a los más reaccionarios patriarcalistas.
Es un valor reconocido que la fuerza de seguridad israelí es en términos de eficacia la mejor que se conoce. No es solo el ejército operando. Es el “escudo de hierro”. Es su legendario Mossad. La imprevisión en el ataque desde Gaza era la primera vez que ponía una nota de duda. La precisión de sus ataques a Irán, la acción de inteligencia desplegada, han vuelto a demostrar que aun con varios frentes abiertos Israel sigue siendo el de siempre.
Estamos en una tregua pero no en la paz. Se precisa que se pacifiquen los espíritus, ganar tiempo para que Israel pueda seguir avanzando en la estrategia que se paralizó el 7 de octubre. Salir de las anécdotas para torcer el curso de la historia y retomar el rumbo que no se puede perder: un Israel con las fronteras seguras que no ha podido disfrutar en 77 años; un pueblo palestino que, liberado de la dictadura terrorista, alcance lo que nunca tuvo, un espacio territorial propio donde vivir en paz.
Es notorio que el primer ministro israelí ya no comparte esa visión y que, empujado por sus socios religiosos, pretende recolonizar Cisjordania y guarda para Gaza planes poco confesados. Debería entender que los gobiernos norteamericanos están sometidos al escrutinio de una opinión pública que últimamente ha ido peligrosamente cambiando. Y que los que en el mundo entero hemos hecho de la existencia de Israel una causa histórica nos identificamos con el espíritu superior que animó a quienes lo fundaron. Preservar esos valores esenciales de libertad y tolerancia sigue siendo su destino.
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