Por Julio María Sanguinetti
Desgraciadamente, ningún pueblo está inmunizado contra el racismo, la xenofobia o la búsqueda de chivos expiatorios para exorcizar sus complejos psicológicos o angustias. Por cierto, hay sociedades más proclives a ese contagio, por su historia y hasta su geografía, porque no es lo mismo un pueblo montañés, relativamente aislado, que un pueblo costero, abierto al ir y venir de gente de otros lados.
Nuestro país tiene, felizmente, una buena tradición. Su aporte inmigratorio en la configuración de la nacionalidad le dio una visión amplia y tolerante. El Estado democrático, desde la raíz fundacional artiguista, nos previno para esa amalgama y si hubo históricamente conflictos con algunos indígenas como los charrúas, la mayoría guaraní está en nuestra amalgama. De igual modo que el mundo de origen africano, que celebramos en sus maravillosos candombes y en la calidad de su gente. Si "el Negro Jefe" comandó la proeza de Maracaná, la celebración popular mayor, está claro que la simbología de la igualdad está asumida.
Sin embargo, eso no impide el rebrote. Como tampoco la resurrección de prejuicios siempre latentes, tal el caso del antisemitismo, o antijudaísmo para ser más precisos. El Uruguay con orgullo ostenta una larga tradición de acogida de gente llegada de lejos, huyendo de sus desgracias, guerras o miserias. Así, libaneses, judíos, armenios, valdenses, integran nuestra sociedad de pleno derecho, junto a los gallegos o italianos inmigrantes, que se superpusieron a la vieja sociedad hispano-criolla. En el caso judío, además, los horrores de la 2° Guerra Mundial llevaron al Uruguay a asumir un rol protagónico en el nacimiento del Estado de Israel.
Ya hemos hablado del tema. Vivimos la paradoja de que luego de la matanza más cruel ocurrida desde el Holocausto, el 7 de octubre pasado, hoy se vive la mayor ola de antijudaísmo desde el nazismo. Israel fue el agredido, pero al tener que defenderse de un enemigo terrorista que desprecia la vida y usa de escudo a su propia gente, ha herido a la población civil y ello ha ambientado una absurda acusación de genocidio. Los agresores sí dicen que Israel debe desaparecer. Israel, agredido, solo reclama fronteras seguras y si su gobierno puede ser muy discutido, como lo es adentro de su mismo país, no podemos por ello ignorar los derechos y valores permanentes que representa.
El hecho es que primero fue un monstruoso "cabezudo" con estrella de David, luego la proscripción de un profesor en la Universidad por ser "sionista" y ahora nos encontramos con una agravio colectivo a un jugador de básquetbol de raza negra. La primera vez se dijo que era circunstancial, propio de una competencia apasionada, como también lo fue la reacción del deportista, pero el tema persistió y se agravó: ver a una tribuna entera gritando "negro cagón" con una furia destructiva, nos sacudió. Ya no es un mal momento, ni cosa del deporte. Es algo muy profundo y debe enfrentarse con toda claridad. No se trata solo de sanciones sino generar una real conciencia colectiva.
Los uruguayos tenemos claro cómo se usa la palabra "negro". En todas las familias hay alguien al que así llamamos. Cuando Cavani saludo a un "negrito" amigo, cariñosamente, estaba en el trato habitual. Cuando ya le añadidos a "negro" un adjetivo peyorativo está claro de lo que se trata. Lo mismo con el judío, al que se le agravia condenando al "sionismo", circunloquio maligno para esconder el insulto a todo un pueblo.
No son solamente las asociaciones deportivas las que tienen que reaccionar. Normalmente lo hacen sin mucho empeño, más bien tratando de sacarse de encima un tema que les perturba la actividad. Son las autoridades públicas, los Fiscales, los Jueces, que tienen en sus manos textos claramente condenatorios de todo acto discriminatorio quienes deben actuar y sancionar. Y los dirigentes políticos y muy especialmente los medios para contribuir y avivar la conciencia ciudadana.
Estamos en elecciones internas y luego de dos semanas ya en campaña nacional. Naturalmente el tema se hace excluyente, pese a la lejanía que ha mostrado el grueso de la ciudadanía. Sin embargo, hay que persistir en este tema que no es solo un par de anécdotas. Hay que claramente identificar públicamente a los responsables. Desde el Estado de Derecho hay que estigmatizar legalmente a los que quieren estigmatizar espuriamente. Si no se es claro y no hay sanción moral se está dejando expandir el mal. Así de simple. Y de importante. Callarse es complicidad.