El peso del cargo: cuando la emoción desdibuja al Estado
Viernes 27 de junio de 2025. Lectura: 3'
Por Laura Méndez
Cuando una persona asume un cargo ministerial, lo que se le confía no es solamente una función administrativa, sino también una representación simbólica: pasa a ser parte del rostro institucional de la República. Por eso, cada gesto -incluso los más mínimos- trasciende lo individual. Ya no se habla, baila o canta a título personal. Se representa al Estado.
En 2008, María Julia Muñoz, entonces ministra de Salud Pública, fue filmada bailando sobre una mesa durante una misión oficial en Israel. Reiteró sus dotes artísticas en 2015, ya como ministra de Educación y Cultura, al ponerse a bailar alegremente durante un acto oficial por los 200 años de la Biblioteca Nacional. En ese mismo momento, la crisis educativa se agudizaba y los docentes estaban en huelga general, pese a que el gobierno había decretado la esencialidad de los servicios, prohibiendo la realización de paros.
Días atrás, en el histórico bar Fun Fun de la Ciudad Vieja, la ministra de Defensa Nacional, Sandra Lazo, cantó a dúo con Nelson Pino el tango “La última curda”, en una noche cargada de simbolismo popular.
Las tres escenas mencionadas tienen algo en común: fueron protagonizadas por mujeres en pleno ejercicio de funciones de Estado.
Y aunque algunos intenten relativizar esos gestos como ´humanos´ o ´espontáneos´, no se puede perder de vista una distinción esencial: no se trata de ciudadanas comunes en un momento de ocio. En distintos momentos de sus vidas fueron designadas como secretarias de Estado. Y por lo tanto, cuando se representa al Estado, el Estado no baila, el Estado no canta, y el Estado no se emociona.
En estos casos, la espontaneidad no es necesariamente una virtud cuando se ejerce poder. Quienes ocupan cargos de gobierno tienen derecho a la vida privada, al disfrute, al descanso. Pero deben ser conscientes de que el peso del cargo implica una renuncia parcial a lo íntimo y a lo expresivo en público, porque cada gesto suyo se convierte en un mensaje institucional. Un mensaje que comunica.
El gobierno tiene límites que no son autoritarios ni represivos, sino necesarios para resguardar la forma republicana.
El mundo observa a través de las redes sociales.
Uruguay es un país que valora la sobriedad institucional. Lo ha hecho históricamente. No por rigidez, sino por respeto. Y es un valor que no deberíamos perder. Porque en un tiempo donde todo tiende al espectáculo, tal vez cuidar la forma sea una de las últimas maneras de preservar la legitimidad de fondo.
La ministra Lazo, en su rol de secretaria de Estado, es una prolongación del Presidente de la República e integra el Estado.
Y el Estado, como institución, no canta.
El Estado negocia, dialoga, ordena y administra.
Cuando se viste la banda invisible del Estado, la contención sigue siendo parte del respeto que se le debe al cargo. Y al país.
El tiempo en el gobierno es breve. Cinco años parecen mucho… hasta que empiezan a contarse desde adentro. Cada palabra, cada gesto, cada actividad queda grabada en la memoria pública. Esperemos que a la secretaria de Estado no se la recuerde por estrofas de tango, sino por una buena gestión.
“¡Ya sé, no me digás!, ¡tenés razón!
La vida es una herida absurda
Y es todo, todo tan fugaz
Que es una curda, nada más
Mi confesión.”
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