El mundo universitario
Viernes 20 de junio de 2025. Lectura: 4'
Por Julio María Sanguinetti
Cuando asumimos la presidencia en 1984 estaba abierto el debate sobre la constitucionalidad de la autorización otorgada a la Universidad Católica por la dictadura. La convalidación genérica de los decretos-leyes de ese período, incluyó la que había producido esa autorización, no obstante lo cual muchas voces respetables -y la propia Universidad de la República- reclamaban su derogación o por lo menos un nuevo debate legal.
Quienes cuestionaban esa norma alegaban que la Constitución en realidad otorgaba un monopolio a la Universidad de la República y, aun sin que se hiciera tan explícito, les rechinaba que esa situación se cambiara para abrir el sistema a una institución vinculada a la Iglesia Católica.
Convencido de que era positivo para todos, defendimos el respeto a las normas ya sancionadas y que, en consecuencia, en marzo desde 1985 estuvieran ya funcionando la Universidad Católica. Quienes entendemos que laicidad no es intolerancia, no tenemos ningún prurito de recelo sobre las instituciones religiosas en la educación, de larga y fecunda historia en el país. Por otra parte, pensábamos que la diversidad universitaria le haría bien a nuestra Universidad mayor, que seguiría siéndolo, pero que tendría ahora el testigo comparativo de nuevas instituciones que aportaban una sana emulación. Naturalmente, también creíamos en la constitucionalidad de la solución y así fue que empezó su actividad esa primera institución privada.
En 1995, con el Ministro Lichtensztejn, ex Rector de la Universidad antes y después de la dictadura, reglamentamos la instalación de universidades privadas mediante un meditado decreto que redactó el Profesor Cajarville. Él preveía un severo control por un Consejo que incluía también a la Universidad de la República, para ser el celoso custodio de que el sistema no se desvirtuara con autorizaciones otorgadas sin el necesario rigor en la evaluación cualitativa de las solicitudes.
Desde entonces se ha funcionado sobre esas bases y hoy tenemos una Universidad con 40 años de actuación y otras cuatro ya con más de 20. Ello llevó a que el gobierno anterior dictara un decreto estableciendo una autorización definitiva a las Universidades privadas y la eliminación de una serie de requisitos y autorizaciones excesivamente minuciosas que venían de los tiempos en que se procuraba -como fue siempre la intención- de que no se multiplicaran Universidades sin la jerarquía de tales.
El nuevo gobierno ha derogado ese decreto y no ha sido ello por cierto una buena señal, más allá de que -además- no se hubiera hecho una consulta al Consejo . Hoy el sistema universitario tiene un nivel y una diversidad que le ha fortalecido. Como también la descentralización que apoyamos decididamente cuando se abrió la Universidad de la República en Salto con un edificio especialmente construido. La creación de la Facultad de Ciencias fue también otro esfuerzo extraordinario y -en un plano paralelo- el PEDECIBA aportó un canal de formación científica de alto nivel.
Si recordamos que en ese año 1995 planteábamos con el Codicen que presidía Germán Rama una gran reforma educativa en el sistema escolar y liceal, se tiene idea de lo que fueron los cambios en aquel momento.
Mirando todo en perspectiva, nadie puede dudar del valor de esas reformas y que así como en primaria las escuelas de tiempo completo o los Centros Regionales de Formación Docente (CERP) en Secundaria vinieron para quedarse, también las Universidades privadas se constituyeron ya en un sistema consolidado.
Pensamos que, derogado el decreto, se abrirá un espacio de diálogo en la búsqueda de caminos intermedios que permitan alcanzar los resultados procurados, o sea facilitar la evolución de las instituciones privadas sin que ello signifique una piedra libre para cualquier cambio. Su seriedad está acreditada ya por los años de su actuación. El fortalecimiento del sistema es incuestionable, como también lo es que la Universidad de la República se sintió desafiada y también llevó adelante procesos de transformación acordes con lo que son las instituciones modernas.
Sería muy malo que entráramos en un camino de hostilidad del gobierno a las universidades privadas. Quienes somos hijos de la Universidad pública pensamos que le han hecho a ella un gran bien, al inducirla a cambios que eran imprescindibles. Y que hoy todos los actores deben actuar con la madurez necesaria para no encerrarse en un sí y un no. El país puede decir con orgullo que ha procesado un cambio estructural sin traumas ni conflictos. Razón de más para hoy asumirlo como algo irreversible, cuya constante evolución hay que asegurar y no detener.
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