Edición Nº 1032 - Viernes 25 de abril de 2025

El modelo de país o el “país modelo”

Edición Nº 1000 - Viernes 26 de julio de 2024. Lectura: 5'

Por Julio María Sanguinetti

En el memorable diario de viaje que comenzó a escribir Don Pepe cuando se embarcó para Europa, luego de su segunda presidencia, escribió que su afición a los estudios filosóficos y científicos solo la había relegado por “la indignación que le producían los vejámenes y crímenes de que eran víctimas las clases desheredadas de mi país”. Añadiendo: “si hubiera nacido hijo de un país constituido y libre habría sido un hombre completamente distinto al que soy”.

En línea con esta meditación, un año después, desde París, escribió su célebre frase: “yo pienso en lo que podríamos hacer para construir un pequeño país modelo”.

Ese fue su gran empeño a su retorno y bien podemos decir que ese sueño fue alcanzado, pese a las enormes resistencias que tuvo. Terminado el ciclo de las guerras civiles en 1904, el país se avocó a grandes reformas, con una mirada humanista. La abolición de la pena de muerte y el divorcio por sola voluntad de la mujer, fueron el emblema de ese país. Él se abre camino con dificultades y grandes resistencias, pero siguió avanzando. Pensemos solamente que la ley de 8 horas, promovida por Batlle en su primer gobierno, no se pudo aprobar ni en ese período ni el subsiguiente de Williman, ni aun en el segundo mandato de don Pepe. Recién el gobierno de Viera alcanzará esa reforma fundamental en la protección de los trabajadores. Paralelamente, los grandes bancos oficiales, el República y el de Seguros, marcarán la otra dimensión de ese Estado que se iba construyendo. Mientras que Eduardo Acevedo fundaba la Facultad de Veterinaria con profesores norteamericanos y la de Agronomía con alemanes, expresiones de ese país que miraba al mundo.

En todo caso, la democracia uruguaya alcanzó un sistema para su época ejemplar, el “pequeño país modelo”.

No es del caso seguir enumerado lo que configuró ese llamado Estado batllista. Ni socialista, ni juez y gendarme indiferente a las responsabilidades sociales. Lo cuestionaban los liberales conservadores, por lo que juzgaban excesiva presencia del Estado. También los socialistas porque la libertad comercial y la propiedad privada lo definían como burgués.

Ese modelo de Estado pretendieron cambiar en 1959 los nacionalistas, por vez primera en el gobierno luego de casi un siglo de oposición. Reconozco que racionalizaron algún aspecto, pero la estructura quedó incólume.

El otro intento, violento, vino luego, cuando se lanzó una revolución, bajo la inspiración guevarista, que procuraba derruir la democracia liberal. Comenzó tímidamente en 1963 pero termino siendo una real guerra civil, que inauguró un período de desestabilización culminado en el golpe de Estado de 1973. Nada excusa a los militares golpistas, pero solo esa irreal historiografía hoy dominante puede intentar la explicación de esa caída sin el desafío guerrillero anterior.

Llegaron luego los militares. Los más extremistas también soñaron con otra refundación. Alejados los demagogos políticos y reducida la burocracia estatal, nacería otro Estado. Ya sabemos que terminó en un trágico fracaso y que en 1985 vivimos un proceso de restauración de las clásicas estructuras, que volvieron a ser un ideal cuando se perdieron.

Desde entones gobernamos batllistas, nacionalistas y socialistas, pero las bases estructurales siguen siendo las mismas. Por supuesto, el país ha mejorado sustancialmente en su infraestructura, desde la vial hasta la comercial; ha vitalizado su economía con grandes transformaciones como la forestación, la industria digital, lo puertos renovados y las zonas francas; ha avanzado en su expectativa de vida, que al final de cuentas es lo que resume el progreso de una sociedad. Hoy un uruguayo al nacer tiene una expectativa de 78 años, cuando en 1985 era de 72 y en el 2000 de 75.

El país tiene un modelo ya histórico de estructura institucional y social. Y si él fue comparativamente destacado en los años 20, hoy, más allá de todos los ruidos, también lo es. Quienes nos miran desde afuera lo tienen claro, especialmente los vecinos. Los que estamos aquí adentro no tanto, porque las inevitables dificultades de la vida nos alejan de ese sueño imposible de la felicidad perpetua. Estamos en la tierra y no en el Nirvana.

La cuestión entonces no es inventarse, demagógicamente, un nuevo “modelo” de país sino lograr que esta república democrática, este país “constituido y libre” del que hablaba don Pepe, logre preservarse en medio de una revolución que ha cambiado desde el modo de comunicarnos los seres humanos hasta la misma riqueza, hoy más inmaterial que nunca. El desafío, entonces, lo podemos definir, a cuenta de un inventario mayor, en algunos aspectos fundamentales: 1) educación permanente para un mundo digital, preservando los valores republicanos; 2) incorporación a las actividades productivas, de un proceso de innovación permanente; 3) resguardar las clásicas instituciones sociales, adaptándolas a la actual demografía nacional; 4) ampliación constante de nuestro comercio exterior, sin condicionamientos políticos, 5) afirmación del Estado democrático frente a los desafíos que le plantean poderes como el delito internacional o los populismos agresivos.

Fácil es decirlo, difícil llevarlo a la práctica. Lo que sí está claro es que si nos resignamos a que las gremiales de la educación paralicen todo cambio, a que el PIT-CNT imagine que podemos vivir más y jubilarnos antes y mejor, a que sigamos mirando la economía de mercado con sospecha y con odio al capital extranjero, a que los regímenes fracasados como Cuba puedan seguir alimentando un sueño absurdo, a que despreciemos los equilibrios económicos en nombre de un solidarismo social impracticable, ahí sí que al país se le van caer las bases de su “modelo”.

Fuimos un “pequeño país modelo”. Aun con limitaciones y rezagos, en muchos aspectos lo seguimos siendo. Pero todo se puede perder si no entendemos que el mundo cambió. Ni sueños de utopías fracasadas ni refundaciones: reformismo, siempre reformismo. Ya Darwin nos contó que los animales que sobrevivieron no fueron los más fuertes sino lo que mejor se adaptaron a la evolución. No los dinosaurios y sí los sapiens.



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