El mayor problema
Viernes 18 de octubre de 2024. Lectura: 4'
Por Julio María Sanguinetti
Según las encuestas, la mayor preocupación de los uruguayos es la seguridad y allá por cuarto o quinto lugar se encuentra la educación. Esto quiere decir que no se “siente” con un problema grave, porque la prestación del servicio luce razonable y en términos generales la nueva generación va alcanzando algunos escalones más que sus padres.
La cuestión es que en el medio se produjo un cambio civilizatorio y la formación curricular debe adecuar fines y procedimientos. No es fácil, en ningún sentido. Pero impostergable, cuando sabemos que el mercado laboral ha cambiado al punto de que la mitad de los empleos que hoy existen están en riesgo en las dos próximas décadas. Hace rato que se viene generando este cambio, simbolizado en la desaparición de los viejos cajeros y cobradores, otrora personajes fundamentales de la vida civil. Paralelamente, la educación alcanzó durante el gobierno del Frente una debacle de rendimiento y de deserción. De lo peor de América Latina, para vergüenza de quienes fuimos pioneros y vanguardia.
En ese contexto, nuestro país inició en este gobierno un proceso de Transformación, identificado genéricamente en el paradigma de la educación por contenidos. Naturalmente, es un comienzo. Frente a esto, nos encontramos con una oposición realmente desaforada que ha oscilado en descalificar el proceso por apenas “cosmético” o ser la encarnación maligna de una “ofensiva conservadora y neoliberal”, como han dicho las Asambleas Técnico Docentes. Consideran que vivimos una “crisis estructural y orgánica del capitalismo” cuando lo que ya se murió es el sistema colectivista y hasta China es hoy capitalista. De esa fantasía, arrancan para sostener que nuestro proceso lo único que pretende es formar “mano de obra barata”, afirmación temeraria, que se combina con la idea de que se quiere impedir una “opción de vida crítica y emancipadora”. Todo es una mezcolanza utópica, sostenida en una especie de espíritu de resistencia a una presunta opresión del sistema del que tendríamos que emanciparnos. O sea críticos y no integrados. Vivir para el enojo, el puño crispado, en una palabra lejos del empleo, hundidos en el resentimiento.
En ese espíritu no puede sorprender este paro de 48 horas, de un martes y un miércoles, lanzado a diez días de la elección, con una movilización a todo trapo, de proclama y contenido rabiosamente opositor. Los alumnos no importan. Son los rehenes, como antes fueron la carne de cañón. Con total desprecio de su imperiosa necesidad de formación, se vive de paro, de conflicto en conflicto en medio de una indisciplina que les va invalidando sus capacidades.
El paro no fue un éxito. Lindó el fracaso. Pero, si faltan la mitad de los profesores, aunque los dos tercios de los alumnos vayan, la actividad se distorsiona. Parar dos días en el medio de la semana es liquidar toda continuidad de la misma. La manifestación posterior fue otro fracaso de Fenapes, porque la cara la salvó una vez más el SUNCA con su capacidad de movilización. Bastó mirar desde la acera para advertirlo.
En otro terreno, también tuvimos ayer un paro magisterial en Montevideo, por la agresión de una madre de alumno a una maestra. Más allá del caso específico, es una norma sindical ya adoptada, que basta una agresión, cualquiera sea, para detener todo. Los niños quedan rehenes de cualquier madre o padre exaltados, como suele pasar ¿Puede la autoridad prevenirlo, armando un sistema universal y asfixiante de vigilancia, que seguramente va a generar más rechazo que apoyo? ¿Siempre vamos a seguir de ese modo? ¿No es posible generar conciencia por otros procedimientos que no sean tan negativos?
La Fenapes es hoy uno de los mayores problemas del desarrollo nacional. La visión flechada de la mayoría de sus activistas en la historia reciente, exculpando a los violentos, más su rechazo a todo proceso modernizador, le transforman en uno de los más pesados factores de retroceso. “Hay que reventarlos”, dijo un día nuestro colega Mujica, cansado de las arbitrarias paralizaciones. Aún sin tanta drasticidad, es evidente que la sociedad toda tiene que superar ese factor de parálisis que al primero que congela es al Frente Amplio, al que ni le deja empezar a razonar.
El próximo gobierno tendrá que acelerar la marcha en el cambio. Seguramente los tendrá en contra, pero hay que animarse a decir, desde ya, que los cambios no se pueden detener. A la inversa, hay que profundizarlos.
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