El gran Uruguay
Viernes 28 de marzo de 2025. Lectura: 3'
Por Julio María Sanguinetti
Como buen colorado y batllista no practicamos nunca el patrioterismo, el nacionalismo fanático o el victimismo de país pequeño. Nuestro internacionalismo, desde el origen de la República, nos ha dado siempre la confianza de sentirnos igual a los que por sus dimensiones podrían deslumbrarnos o atemorizarnos. Tanto con Brasil como con Argentina, convivimos en paz, luego del largo parto de nuestra independencia. Ese proceso nos dio ese sentimiento y la idea de que somos un gran país, especialmente cuando a principios del siglo XX se vivieron las grandes transformaciones sociales que nos caracterizan. El “pequeño país modelo” que decía don Pepe. Sin complejos ni sueños de grandeza.
Eso es lo que sentimos ayer en el acto en que el Partido Colorado conmemoró los 40 años del retorno democrático con un encuentro en que participaron el Presidente de la República y todos los ex Presidentes. Que esta reunión se realizara en la sede de un partido político de la oposición es tan impensable en el mundo que las agencias internacionales han difundido profusamente la noticia y las imágenes del episodio.
El valor simbólico de la convocatoria es muy importante. Aunque el día a día nos aporta noticias desgraciadas y la ramplonería crece en el mundo político, estas instancias cambian el escenario y muestran el resplandor de las instituciones. Hoy, aun en los grandes países, los presidentes ni se saludan. Lo hemos visto en los EE.UU., en Argentina. Por eso es que este país ofrezca esa imagen es particularmente relevante.
Para nuestro partido, el tema es muy relevante por las enormes responsabilidades que asumimos en aquel proceso. Hoy todo luce natural, como que un día nos levantamos y había democracia. La realidad nos habla de un histórico referéndum en 1980 y cinco años de idas y vueltas para que en marzo de 1985 pudiera nacer un gobierno democrático. Pasaron elecciones internas, fracaso de las conversaciones del Parque Hotel, acto del Obelisco, en un contexto de agresiones a la oposición que incluyó el trágico episodio de la muerte del Dr. Roslik. En toda esa historia, los dirigentes colorados asumimos roles relevantes y riesgosos, especialmente cuando la estrategia del Partido Nacional nos separó y el Pacto del Club Naval se formalizó junto al Frente Amplio y la Unión Cívica. Una enorme gratitud le debemos por ese desenlace tanto al General Seregni como al Dr. Juan Vicente Chiarino. También a Don Juan Pivel Devoto, que si no nos acompañó en esa instancia fue un socio activo en todo el proceso. Luego vino el gobierno de la transición y allí aparece el espíritu patriótico de Wilson Ferreira Aldunate, que luego de pagar un injusto precio a su estrategia, ofreció la tan mentada “gobernabilidad”, que nos permitió llevar adelante el prometido “cambio en paz”.
Son todas historias de grandeza personal. Y así hay que decirlo. Como la del General Hugo Medina, que enfrentó las resistencias del General Álvarez y hasta hoy es cuestionado por los nostálgicos de la dictadura.
Naturalmente, si hoy celebramos los 40 años es porque lo que vino después lo legitimó y le atribuyó un valor histórico que no lo tendría si la historia hubiera sido otra. Esa es la ley del tiempo. Lo clásico solo adquiere esa condición cuando traspasa su época y perdura. Es el caso, por eso es que en los anales de nuestra República el 1º de marzo de 1985 es una fecha memorable.
Fue un momento del mejor Uruguay. El de la grandeza. El de la dignidad republicana.
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