El eco de los reyes holgazanes
Viernes 7 de noviembre de 2025. Lectura: 2'
Por Juan Carlos Nogueira
Cuando la autoridad se diluye, el poder busca a quien lo ejerza.
La caída de la dinastía merovingia (751 d. C.) no fue un hecho súbito, sino el resultado de un largo proceso de decadencia política, fragmentación territorial y ascenso del poder nobiliario, especialmente de los maior domus (mayordomos del palacio).
Estos funcionarios se convirtieron en los verdaderos administradores del Estado, ocupando el vacío de poder que caracterizó a los últimos merovingios. Aquellos rois fainéants "reyes holgazanes" quedaron reducidos a meras figuras decorativas.
La defensa del reino dependía más del prestigio militar de líderes como Carlos Martel que de la autoridad del monarca. Tras la batalla de Poitiers (732), la figura heroica de Martel eclipsó por completo al rey merovingio.
Su hijo Pipino, "el Breve" por su estatura y padre de Carlomagno, depuso al último merovingio, Childerico III, y se coronó rey de los francos en 751.
Toda esta introducción histórica ilustra un principio político atemporal: los gobiernos en los que la conducción efectiva se debilita o se dispersa tienden a generar vacíos de poder que otros actores no tardan en ocupar. En palabras del papa Zacarías, al justificar la entronización de Pipino: "Es mejor que reine quien tiene el poder, no quien solo ostenta el título" .
Estas palabras cobran especial vigencia hoy, cuando la figura del presidente parece opacada por la de su secretario y prosecretario.
A diferencia de la lenta decadencia merovingia, que se extendió por más de un siglo y medio, la administración actual ha enfrentado un rápido desgaste político y comunicacional. Según la encuestadora Factum, un 33 % de los uruguayos desaprueba la gestión del presidente Orsi (relevamiento realizado entre el 23 de septiembre y el 12 de octubre de 2025), cifra que podría haberse modificado tras la conferencia de prensa del 22 de octubre, en la que se anunció la rescisión del contrato con el astillero Cardama para la construcción de dos OPV, acto en el que el protagonismo recayó principalmente en sus secretarios.
La historia enseña que, cuando la autoridad formal se debilita, otros actores dentro del propio poder tienden a ocupar el espacio vacío. Así como los mayordomos del palacio fueron ganando ascendencia en tiempos de los merovingios, también hoy ciertos funcionarios parecen asumir un rol político cada vez más visible.
No se trata de pronosticar destinos ni de repetir la historia, pero las analogías son inevitables: toda época tiene sus Childericos y sus Pipinos, y el desenlace dependerá de quién ejerza realmente el poder y quién se limite a representarlo.
Resulta, por lo tanto, relevante reflexionar sobre la importancia de preservar el equilibrio institucional y la autoridad del presidente como depositario del mandato popular.
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