El cambio en paz
Viernes 21 de febrero de 2025. Lectura: 6'
Por Julio María Sanguinetti
Estamos celebrando los 40 años del retorno de la democracia y el comienzo del período más largo de estabilidad institucional del país. Nada más ni nada menos.
Nos correspondió asumir la presidencia de la República en 1985, con el Dr. Enrique Tarigo como Vicepresidente, un republicano integral y el ciudadano más leal de los leales a sus principios y códigos. Junto a él pudimos cumplir la mayor ambición expresada en nuestro discurso inaugural: entregar el mando a un presidente electo por el pueblo como culminación del “cambio en paz” que fue nuestro emblema.
Si pudimos traspasar la banda presidencial al Dr. Lacalle Herrera con ese sentimiento de plenitud fue por el concurso de un pueblo que acompañó el proceso con lucidez y patriotismo. Estaban en Montevideo el ex dictador General Álvarez y el líder tupamaro Raúl Sendic y no hubo una piedra en la ventana de sus casas ni un acto de represalia que tuviéramos que lamentar. El mismo pueblo que en 1980 le dijo No al proyecto de la dictadura y nos instaló a nosotros en la responsabilidad de conducir la transición, es el que -en abril de 1989-, al ratificar la ley de caducidad punitiva del Estado, reveló lo que era su voluntad de paz.
Entre esos dos pronunciamientos electorales, que aportan legitimidad soberana al proceso, transcurre la década de la transición, cinco años para la salida y cinco años de gobierno para consolidarla.
El plebiscito de 1980, al rechazar la propuesta constitucional que, bajo la promesa de una salida institucional quería imponer una democracia condicionada, abrió un camino de diálogo. Así vino la elección interna de 1982, en que las fuerzas opositoras de ambos partidos tradicionales reafirmaron sus mayorías y así ocurrió el Acto del Obelisco, idea de Jorge Batlle llevada adelante por los dos partidos tradicionales, que de hecho desproscribieron al Frente Amplio al sentar a su lado a toda su dirigencia, provocando la ira del dictador y su entorno.
Antes se había frustrado un intento de diálogo con los mandos militares, en mayo de 1983, en el Parque Hotel. Los debates se hacían difíciles en la prensa, especialmente con los semanarios opositores, Opinar y Correo de los Viernes, batllistas; La Democracia, wilsonista; Opción, democracia cristiana. El 16 de julio se reúne la Convención Colorada para homenajear a Luis Batlle Berres y a su término, bastó que nuestro querido “negro” Pozzolo dijera “vamos a 18 de Julio” para que saliéramos en manifestación hasta el Obelisco, ganándonos denuestos y amenazas.
El 23 de agosto fuimos a Santa Cruz de la Sierra a un Seminario que Enrique Iglesias (luego notabilísimo Canciller) había organizado para que nos viéramos con Wilson. He relatado más de una vez los detalles anecdóticos. Lo sustancial es que quedaron definidas las dos estrategias. Wilson creía que golpeando al gobierno, finalmente caería. Nosotros pensábamos que de ese modo fortalecíamos a los “duros” del régimen, cuando crecía en las Fuerzas Armadas la voluntad de buscar un entendimiento honorable. En esta posición emergía la figura del general Hugo Medina, un soldado de palabra, que resultó fundamental para salir y luego superar las tensiones que vivimos. Le informé que en esa estrategia estábamos los colorados, los cívicos y el General Seregni, que aún preso se comunicaba con nosotros por nuestro amigo Hugo Batalla. Wilson estaba convencido de que el Frente no se atrevería a ir a un pacto solo con los colorados. Estaba equivocado y por eso quedó marginado de una elección en que debió estar, aunque siempre noblemente reconoció que le habíamos dicho toda la verdad, sin engaños ni cartas escondidas. De allí la confianza recíproca con la que actuamos.
Vivimos entonces meses de tensiones, propuestas, mandobles militares, desencuentros políticos, hasta que el 3 de agosto, en el Club Naval, pactamos con los comandantes militares poner fecha y hora al fin de la dictadura: 24 de noviembre la elección, 1º de marzo el traspaso. Estábamos a solo cuatro meses del acto. Habíamos llegado hasta allí con zozobras. Wilson había vuelto, quedó preso pero ordenó a su partido ir a la elección y así fue, con la fórmula de Alberto Zumarán y Gonzalo Aguirre, dos grandes ciudadanos a los que les debo un enorme agradecimiento, cuando reconocieron sin reticencias nuestra victoria electoral y luego, ya Wilson en libertad, colaboraron en la difícil tarea de llevar adelante el gobierno.
Adolecimos enormes dificultades, como una crisis bancaria que estaba a punto de estallar el 1º de marzo y que soslayó un formidable equipo económico con Ricardo Zerbino y Luis Mosca en Economía; Ricardo Pascale como Presidente del Banco Central; Federico Slinger en el Banco República; y Ariel Davrieux en Planeamiento. Naturalmente, la bomba explosiva era el tema militar, que la gente veía estallar todo el tiempo en Argentina, con “carapintadas” desafiando al gobierno democrático de Alfonsín y de ahí su sabiduría para entender el valor del “cambio en paz” que llevábamos adelante en Uruguay. Por eso es que, ya en el año electoral, con toda la pasión del caso, la ciudadanía ratificó la ley de caducidad, drenando la presión que los generales sentían abajo suyo en una oficialidad que se sentía discriminada cuando se amnistiaba a los guerrilleros y se pretendían abrir las cárceles para ellos. Infortunadamente, quedó el triste remanente de la incógnita de los ciudadanos desaparecidos y hoy también es de lamentar que perforada judicialmente la ley de caducidad estén presos militares por entonces sólo Alférez o Tenientes 2os, sin ninguna responsabilidad, que han caído en la volteada junto a quienes efectivamente cometieron los crímenes.
Podríamos seguir escribiendo sobre las relaciones internacionales en la época, sobre nuestros esfuerzos para la libertad de los mercados, por empeños tan transformadores como el plan forestal o la ley de zonas francas u obras sociales como los centros CAIF, una economía que creció el 20% y un salario real el 29% pero hoy importa hablar de la democracia. De 40 años en que hemos gobernado los tres partidos porque pudo encontrarse una salida en paz a los años de dictadura y luego llevar adelante un gobierno de transición que alcanzó su principal meta.
Eso es lo que hoy importa y personalmente reiterar mi gratitud a la ciudadanía uruguaya, a todos los dirigentes políticos que he mencionado y a muchos otros, imposibles de reseñar en su totalidad, como la Doctora Adela Reta o Hugo Fernández Faingold, Ministros de gran jerarquía, o Miguel Semino, Secretario de la Presidencia, que marcaron la impronta colorada y batllista. Pero el hecho central es que sin Tarigo, Seregni, Chiarino y el General Medina no hubiéramos salido de la dictadura como salimos y sin Wilson no hubiéramos llegado al final del período como llegamos. A todos ellos, nuestro homenaje.
Que así conste.
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