El artiguismo posible
Viernes 12 de diciembre de 2025. Lectura: 4'
Por Luis Hierro López
El libro del historiador Padrón Favre sobre Frutos Rivera es irrebatible y debería concluir para siempre las polémicas en torno a la figura del héroe.
Oscar Padrón Favre es seguramente el historiador más dedicado a estudiar la vida y la trayectoria de Rivera. Son incontables sus publicaciones sobre Durazno, la cuestión indígena, la cultura del interior y las hazañas de Frutos. A ese bagaje agrega, en este tomo de más de 600 páginas, el dominio extraordinario de los documentos, muchos de los cuales son reproducidos para fundamentar sus interpretaciones.
El autor define desde el título su análisis: Rivera personaliza el artiguismo posible, el artiguismo que se pudo aplicar a través de la personalidad ricamente política y pragmática de don Frutos.
Padrón Favre no se distrae especulando respecto a la relación entre Artigas y Rivera y, en cambio, describe con enorme detalle y precisión las políticas de tierras, de poblamiento y defensa del territorio, de autonomía respecto a Buenos Aires y de afianzamiento, en definitiva, de Uruguay como nación independiente.
Para mantener la política fijada por Artigas, Rivera le impuso a Lecor y a las autoridades de la Cisplatina la condición de que se mantuviera el criterio de reparto de tierras, que fue intensificado durante la primera presidencia de Frutos a través de la incansable acción del ministro Lucas Obes, quien fue el principal asesor jurídico y administrativo del caudillo, “el compañero de acción política más leal y lúcido que tuvo Frutos”.
Al igual que Artigas, Rivera no confiaba en Buenos Aires, cuyos dirigentes pusieron precio a su cabeza y lo persiguieron para fusilarlo. Refiriéndose a las leyes de 1825, Padrón sostiene que “siempre hemos tenido la impresión de que las mismas no lo entusiasmaron mucho a Frutos, aunque tampoco se opuso ni conocemos documentos donde las cuestionara”. Era razonable que, en esa medida, Rivera tuviera una concepción del territorio mirando hacia Brasil, no para obedecerlo sino para detenerlo, como quedó claro en Rincón, Sarandí y la invasión de las Misiones.
En ese contexto se inscribe su impulso decidido y constante hacia las ciudades fronterizas, como Bella Unión, Salto, Tacuarembó y la actual Río Branco. Tras invadir las Misiones y a su retorno, Rivera se quedó en el Cuareim —Brasil quería que bajara hasta el Arapey— y en los hechos fijó la frontera. Como interpretaba el historiador Pivel Devoto, los caudillos y los pueblos que los seguían hicieron mucho más por fijar los límites que los “doctores” de Montevideo.
El vínculo con Lavalleja no fue fácil, porque este conspiraba permanentemente contra Frutos. Pero eso no impidió actos de acercamiento político por parte de Rivera, como los que tuvo con muchos de sus adversarios. En 1827, al invitarlo a que lo acompañara en la campaña de las Misiones, Rivera le escribe a don Juan Antonio y le pide que “se deje usted de sus manías y que uniformemos nuestros esfuerzos e ideas, y restauramos a la patria lo que ella ha perdido por nuestras rencillas”. Había un tono de crítica en la misiva, pero también un reconocimiento a su propia participación en “nuestras rencillas”.
Ese gesto y muchos otros similares que tuvo a lo largo de su lucha de décadas son expresivos de una personalidad cordial y generosa. Frutos nunca dio lugar a los rencores y ponía límites a sus rencillas en favor del interés general, como lo hizo al aceptar, sin rebelarse como podría haberlo hecho, el destierro que le impuso el gobierno de Montevideo.
Según el autor, Rivera era un hombre actualizado en sus lecturas e informaciones internacionales, según surge de varias de sus misivas con Lucas Obes, quien lo había suscripto a “los periódicos principales de Europa para que de ellos sepamos cómo va el mundo”. Frutos se hacía tiempo para leer esos periódicos con avidez.
De ese intercambio de cartas surge claramente que “el gran sistema” que Rivera promovía era el liberal republicano, el mismo que puso en práctica desde la presidencia, respetando las libertades y los derechos. Como dice Padrón, “tenía un espíritu democrático, dado que reconocía en el apoyo popular una poderosa fuerza. Siendo militar, nunca creyó que la sociedad debía ser gobernada como un cuartel”.
La obra de Padrón Favre daría para comentarios más extensos, imposibles de resumir en esta nota. Alcanza con decir que se trata de un libro muy importante, tanto por su valor documental como por la fidelidad del relato.
Es oportuno señalar que esta publicación se produce en momentos en que han aparecido a la vida pública dos grupos históricos de reivindicación de Rivera, que reúnen a centenares de estudiosos y simpatizantes, quienes intercambian análisis y documentos para divulgarlos en reuniones populares o en las redes. Es una especie de renacer riverista que le hace mucho bien a la República.
|
|
 |
ADM: Orsi apuesta a la sensatez, sí, ¿pero el resto del oficialismo?
|
La interpelación a la ministra Lazo: del anuncio rimbombante a la contradicción
|
Sanguinetti doctorado en Córdoba
|
Una celebración de historia, identidad y proyección
|
El Partido Colorado invita a la ciudadanía a acompañar la celebración de los 90 años del Presidente Sanguinetti.
|
El diagnóstico de KPMG para 2026
|
Caso cerrado
|
El artiguismo posible Luis Hierro López
|
Un sistema nacional de inteligencia moderno y democrático: una reforma más que necesaria Santiago Torres
|
La comunicación presidencial y el costo político de la improvisación Juan Carlos Nogueira
|
La persecución de los dos liceales judíos: ¿última perla del collar o la crónica de una muerte anunciada? Jonás Bergstein
|
La feria vecinal, esa dosis de buena vibra Susana Toricez
|
Un Nobel para la lucha democrática de Venezuela
|
Los latinoamericanos que devendrán potencias mundiales en 2050
|
Giro en Miami: qué significa la victoria de Eileen Higgins
|
Byung-Chul Han, influencer del pesimismo cultural
|
Frases Célebres 1065
|
Así si, Así no
|
|