Edición Nº 1034 - Viernes 9 de mayo de 2025

El argumento (equivocado) para traicionar a Ucrania

Viernes 21 de marzo de 2025. Lectura: 7'

A propósito, Bret Stephens, columnista del Times expone y analiza el argumento usado como una defensa sofisticada del vapuleo que Donald Trump y JD Vance le hicieron a Volodímir Zelenski en el Despacho Oval.

Estados Unidos está gastando miles de millones en una guerra en Ucrania que no responde a nuestros intereses vitales y en la que no es posible ganar. La principal preocupación de la política exterior estadounidense es nuestra competencia estratégica con China. Pero nuestra hostilidad visceral hacia Rusia —principalmente a través de nuestra arrogante indiferencia ante las legítimas quejas de Moscú, nuestro apoyo ciego a Ucrania y nuestra hipócrita postura de no invadir otros países— no ha hecho más que consolidar la alianza de Vladimir Putin con Pekín y otros villanos en Pionyang y Teherán.

Esto es peor que contraproducente; es el riesgo de comenzar una Tercera Guerra Mundial. Al igual que Dwight Eisenhower en la Guerra de Corea, lo mejor que puede hacer Trump es terminar el conflicto con rapidez a través de un armisticio que preserve la independencia de Ucrania, pero que acepte que no podrá recuperar sus antiguas fronteras. Si los europeos quieren asumir desde ahora los riesgos de defender a Ucrania, es asunto suyo; ya es hora de que se tomen en serio su propia seguridad en lugar de depender de Estados Unidos, que apenas puede permitirse la subvención a la defensa debido a nuestra enorme deuda.

Mientras tanto, Estados Unidos espera que Ucrania le devuelva el apoyo que ya le prestó, principalmente en forma de minerales esenciales. Y seguiremos trabajando para separar a Moscú de la órbita de Pekín, entre otras cosas acogiendo de nuevo a los rusos en el Grupo de los Siete y otros consejos occidentales. En cuanto al tema moral: si Richard Nixon pudo hacer negocios con un monstruo como Mao Zedong, ¿por qué Trump no puede hacer negocios con Putin?

Ahora toca explicar por qué este argumento no funciona.

En primer lugar, los agravios de Putin a Occidente no comenzaron con el apoyo del gobierno de Joe Biden a Ucrania antes de la invasión de 2022, ni con el apoyo del gobierno de Barack Obama a la revolución del Maidán en Ucrania en 2014. No empezaron en 2005 —un periodo relativamente halagüeño de las relaciones entre Occidente y Rusia— cuando Putin calificó la caída de la Unión Soviética como “la mayor catástrofe geopolítica del siglo”. Ni siquiera se produjeron con la ampliación de la OTAN que, como le gusta señalar a Rahm Emanuel, no fue que la Alianza Atlántica se acercó al Este, sino que el Bloque del Este se acercó a Occidente por un temor bien fundado hacia Rusia.

Los agravios comenzaron en 1989, cuando Putin, que en ese entonces era un agente de la KGB en la República Democrática Alemana, presenció el colapso del poder soviético —su poder— a manos del poder del pueblo. El principio rector de los 25 años de dominio de Putin ha sido la restauración del primero a expensas del segundo. Lo ha hecho con la eliminación de la democracia, el asesinato de opositores, ciberataques a países vecinos, invasiones militares, la violación reiterada de acuerdos internacionales establecidos hace mucho tiempo y la injerencia ilegal en la política de los países occidentales.

Putin no es el defensor agraviado de los intereses históricos de Rusia. Es un agresor maligno que persigue una ambición profundamente personal. Una victoria en Ucrania no cumplirá esa ambición; la avivará.

En segundo lugar, al margen de que la guerra en Ucrania sea “ganable” en un sentido absoluto, Kiev ya ha demostrado que podría tener controlada una invasión rusa a gran escala durante tres años a pesar de los suministros inadecuados y tardíos del equipamiento militar de Occidente. Al hacerlo, los ucranianos han sido pioneros en tácticas que serán vitales para nuestra defensa en futuros combates, un regalo incluso más importante para nuestra seguridad que cualquier cantidad de minerales ucranianos. Y ha destruido un gran porcentaje del poder de combate ruso, lo que le ha dado a la OTAN un tiempo clave para rearmarse antes de la próxima embestida rusa.

Y lo que es más importante, el objetivo de ayudar a Ucrania ahora no es recuperar Crimea, sino darle al gobierno ucraniano la capacidad de negociar el fin de la guerra desde una posición fuerte con el fin de garantizar que Rusia no tenga la tentación de reiniciar la guerra cuando recupere su poderío militar. Detener el envío de armas a Ucrania logra lo contrario: hace que un futuro conflicto sea más probable, no menos.

En tercer lugar, la cercanía de Putin a China no es un subproducto de la guerra en Ucrania. En todo caso, lo cierto es lo contrario: fue después de que anunciara su acuerdo de asociación “sin límites” con el líder de China, Xi Jinping, el 4 de febrero de 2022, cuando se sintió lo suficientemente seguro como para invadir Ucrania 20 días después. Esa asociación, que se había gestado durante años, se reafirmó hace solo unos días, a pesar de los esfuerzos transparentes de Trump por apaciguar a Putin. La razón es sencilla: cualesquiera que sean las debilidades a largo plazo de Rusia frente a China, Putin y Xi son aves de un mismo plumaje ideológico, empeñados en derrocar el orden internacional liberal liderado por Estados Unidos en favor de un orden autocrático revanchista.

Eso significa que el alejamiento de Ucrania por parte del gobierno de Trump no reforzará nuestra posición frente a China: solo le demostrará a Xi que, al final, la agresión se paga y Estados Unidos termina por plegarse. Esto no hará nada por separar a Moscú de Pekín; al contrario, profundizará su alianza y fomentará otros desafíos fundamentales al orden mundial, quizá ayudando conjuntamente a Irán a obtener armas nucleares, una receta mucho más segura para la Tercera Guerra Mundial que el apoyo continuado a Ucrania.

¿Cómo le suena eso a Marco Rubio, secretario de Estado estadounidense, o a Mike Waltz, asesor de seguridad nacional?

En cuarto lugar, la traición a Ucrania significa el probable fin de la OTAN. El propósito original de la alianza, según la famosa formulación de lord Ismay, su primer secretario general, era mantener a los estadounidenses en Europa, a los rusos afuera y a los alemanes subyugados. Con Trump, es algo parecido a lo contrario: Estados Unidos afuera, Rusia adentro y (el tipo equivocado de) alemanes empoderados.

Esta no es una fórmula para lograr que Europa asuma una mayor parte de la carga de la defensa común. Es una invitación al pandemónium. Algunos Estados europeos intentarán preservar una apariencia del antiguo orden liberal, otros se convertirán en clientes de Putin y otros darán rienda suelta a su política exterior de maneras impredecibles. Una de las fatuidades no menores del romance de JD Vance con Alternativa para Alemania es que el partido es antiestadounidense: su líder, Alice Weidel, ha comparado la posición de Alemania respecto a Estados Unidos con la de un esclavo.

En quinto lugar, la idea de que no podemos permitirnos apoyar a Ucrania da risa; nuestra ayuda es una fracción minúscula del presupuesto federal, y Ucrania podría financiar sus propias compras de armas si Estados Unidos y Europa le dieran pleno acceso a los fondos congelados de Rusia. La pregunta más importante es esta: ¿cuánto más tendremos que gastar por décadas para defendernos de un eje Rusia-China-Irán-Corea del Norte que se sienta envalentonado por un final ventajoso de la guerra en Ucrania?

Por último, es extraño pensar que una multitud del movimiento MAGA, que por lo demás despotrica contra los progresistas por no creer en la bondad y el excepcionalismo de Estados Unidos, tenga una visión tan ingenua de los motivos de nuestros adversarios, o una visión tan cínicamente impenitente de los usos del poder estadounidense. Nuestros soldados no asaltaron las playas de Normandía para obtener ganancias de los viñedos franceses o del carbón alemán. Lo hicieron para asegurar un mundo más libre en el que Estados Unidos pudiera prosperar honorablemente a costa de nadie más.

A menudo se atribuye a Winston Churchill alguna versión de la frase de que Estados Unidos siempre hace lo correcto, solo después de agotar todas las alternativas disponibles. En el gobierno de Trump, esa idea nunca ha parecido estar tan en duda.



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