Edición Nº 1066 - Viernes 19 de diciembre de 2025

El algoritmo no vota, pero condiciona: jóvenes, redes sociales, violencia digital y democracia

Viernes 19 de diciembre de 2025. Lectura: 3'

Por Angelina Rios

La democracia contemporánea ya no se juega únicamente en las instituciones, los partidos o las urnas. Una parte creciente de la conversación pública —y de la formación de opinión pública— ocurre en espacios digitales gobernados por lógicas que no responden al interés democrático, sino a algoritmos diseñados para captar atención.

Para una parte significativa de los jóvenes, la política ya no se presenta como debate programático o intercambio de ideas, sino como fragmentos breves, consignas agresivas, ironías virales y enfrentamientos constantes. La violencia simbólica se ha convertido en un lenguaje habitual de la conversación digital, y eso tiene efectos políticos concretos.

El algoritmo no es neutral. Aprende qué genera reacción y amplifica lo que produce enojo, burla o indignación. En ese proceso, la violencia discursiva se vuelve rentable. Los mensajes más extremos circulan más; los matices, menos. La política deja de ser deliberación para convertirse en combate permanente.

Este fenómeno no es abstracto ni lejano. En la región existen ejemplos recientes y contundentes. En Argentina, un dirigente sin estructura partidaria tradicional, sin aparato territorial y sin historia orgánica, logró llegar a la Presidencia impulsado casi exclusivamente por su desempeño en redes sociales. Un discurso disruptivo, confrontativo y muchas veces violento encontró en el ecosistema digital un canal ideal para crecer.

No se trata de juzgar una opción política en particular, sino de comprender el mecanismo. Las redes no solo amplifican mensajes: reconfiguran las reglas del acceso al poder. Permiten que figuras por fuera de los partidos tradicionales construyan liderazgo sin mediaciones institucionales, pero también sin los controles, responsabilidades y procesos de formación que esas mediaciones implicaban.

En Uruguay, donde los partidos políticos siguen siendo actores centrales de la vida democrática, esta experiencia regional funciona como advertencia. No porque el sistema sea idéntico, sino porque las condiciones tecnológicas y culturales son cada vez más similares. La violencia digital no queda confinada a las pantallas: se traslada al clima político, a la confianza institucional y a la forma en que se percibe al adversario.

Para los jóvenes, este contexto plantea un doble desafío. Por un lado, son los principales usuarios de redes y, por tanto, los más expuestos a dinámicas algorítmicas que premian el enfrentamiento. Por otro, son quienes están construyendo su primera relación con la política en un entorno donde la agresión parece sinónimo de autenticidad y la descalificación reemplaza al argumento.

El riesgo para la democracia no es solo la desinformación, sino la normalización de la violencia como forma de participación política. Cuando el insulto se vuelve moneda corriente y el adversario es percibido como enemigo, el acto de votar pierde profundidad y se transforma en un gesto reactivo, emocional, inmediato.

Por eso, el debate sobre redes, algoritmos y elecciones no puede limitarse a la tecnología. Es un debate político, cultural y ético. Implica preguntarse qué tipo de conversación pública estamos dispuestos a tolerar y qué responsabilidad asumen partidos, líderes y Estado frente a este escenario.

El algoritmo no vota. Pero condiciona. Amplifica la violencia, ordena el conflicto y moldea percepciones. En una elección, eso importa. Y mucho.

Defender la democracia, tanto en nuestro país como en todo el mundo, implica también animarse a debatir sobre cómo se protege la misma en el mundo digital.

En ese escenario, el desafío no es censurar ni prohibir, sino discutir reglas, responsabilidades y límites. La política no puede seguir mirando hacia otro lado mientras el algoritmo ordena la conversación pública sin control democrático. El Parlamento, como ámbito natural de esa discusión, tiene un rol que no puede eludir.

José Batlle y Ordóñez advertía que un gobernante no debía limitarse a administrar el poder, sino a hacer sentir que la democracia era una verdad viva y que las elecciones existían por una razón profunda. En tiempos donde la política se ve atravesada por algoritmos, violencia digital y emociones amplificadas, esa advertencia conserva plena vigencia. La democracia se defiende votando, pero también cuidando el modo en que se construye la voluntad de votar.



Por buen camino
Fin de año
Julio María Sanguinetti
Plazoleta Vicepresidente Jorge Sapelli
Un cumpleaños y la política en su mejor versión
Aguas contaminadas y prioridades extraviadas
Cuando la Cancillería llega tarde y habla a medias
Uruguay frena: la economía desacelera y plantea interrogantes para 2026
El portland de ANCAP: un negocio ruinoso sostenido por ideología
El peso de la historia
Luis Hierro López
Cuando dialogar se convierte en falta disciplinaria
Santiago Torres
La JUTEP y el desgaste de su credibilidad
Elena Grauert
Purgas en el MGAP
Tomás Laguna
El algoritmo no vota, pero condiciona: jóvenes, redes sociales, violencia digital y democracia
Angelina Rios
El Uruguay que se desvanece
Juan Carlos Nogueira
Cuando se perjudica a quienes se pretende proteger
Ruth Furtenbach
Déficit de vivienda: entre el dolor social y el fracaso de la función del suelo
Alicia Quagliata
Vecinos de Montevideo, como usted y como yo
Susana Toricez
¿Qué piensan los Estados Parte del Mercosur y cuál es su proyección?
Alvaro Valverde Urrutia
Chile tras las urnas
El día en que Australia perdió la ilusión de inmunidad
Rodrigo Paz y el giro estructural: del anuncio histórico al impacto inmediato
Trump y la retórica de la Pax Americana
Frases Célebres 1066
Así si, Así no
Inicio - Con Firma - Ediciones Anteriores - Staff Facebook
Copyright © 2024 Correo de los Viernes.