El Líbano ante una oportunidad de oro
Viernes 5 de diciembre de 2025. Lectura: 5'
Por Eduardo Zalovich
Un país atrapado entre la oportunidad histórica y el abismo político.
En estos días se ha tensado el ambiente entre Hezbolá e Israel, lo cual podría conducir a la ruptura de la tregua. Los analistas en general piensan que no ocurrirá, por presión de Donald Trump y la debilidad del grupo chií. Pero nada es seguro en Oriente Medio. El motivo principal es la eliminación del comandante Tabatabai, jefe de su Estado Mayor, en un ataque israelí a su base en Beirut. Con esta acción, se privó al grupo terrorista de su principal autoridad, que venía impulsando la reorganización y que se oponía a toda sumisión al gobierno central.
La acción generó una fuerte condena por parte de Teherán y Beirut. Israel ha declarado que sus ataques “continuarán hasta garantizar que 60.000 evacuados de las comunidades del norte puedan regresar de modo seguro a sus hogares”. Los objetivos incluyen infraestructuras, depósitos de armas y combatientes. La situación es altamente volátil, con advertencias cruzadas y preocupación por una escalada mayor. Esta semana se concedió a periodistas extranjeros el acceso a un túnel chií cerca de la frontera con Israel, como parte de una gira de prensa organizada por el Ejército libanés para subrayar los esfuerzos para eliminar la presencia militar de Hezbolá en el sur. El túnel, ubicado en un antiguo bastión militar, contenía una sala médica, una cocina, un sistema de ventilación, tanques de agua, cableado eléctrico y alimentos enlatados.
El general Nicolas Thabet, que comanda el sector al sur del río Litani, acompañó la visita y enfatizó lo que está en juego. “No renunciaremos a nuestros objetivos, sean cuales sean las dificultades”, afirmó. “El Ejército está haciendo grandes sacrificios en una de las zonas más peligrosas de Oriente Medio”. La visita se produjo tras la muerte de Tabatabai. Oficiales libaneses afirmaron que el túnel es una de las “muchas antiguas posiciones que ahora están bajo control del Ejército”.
“El país de los cedros”
Líbano es un país fascinante y trágico a la vez. Descrito históricamente como “la Suiza de Oriente” por su solidez bancaria, las montañas nevadas y sus playas, hoy es una nación que lucha por su independencia real. Para entender su situación debemos conocer su ideología política básica: el confesionalismo. Es una nación heterogénea, un mosaico de 18 sectas religiosas reconocidas. El sistema político está diseñado para que ninguna tenga el poder absoluto, repartiendo los cargos por religión. De ese modo, el presidente debe ser un cristiano maronita; el primer ministro, un musulmán suní, y el presidente del Parlamento, un musulmán chií. Posee una extensión territorial de 10.450 km², similar al departamento de Rocha.
El símbolo del país es el cedro, un árbol cuyos bosques cubrían todo el Líbano en la Antigüedad. Posee grandes mezquitas e iglesias. Es el país árabe con mayor proporción de cristianos, aproximadamente el 45%. Su capital y mayor ciudad es Beirut. Un oficial israelí, destinado al departamento libanés, afirmó que “hoy el Líbano tiene un camino que se bifurca en dos senderos: uno conduce a la ruina y el otro al esplendor. No hay punto medio. O el flamante presidente centraliza el poder y crea un Estado moderno, o sigue sumergido en un feudalismo trágico”.
En los años 50 y principios de los 70, fue un próspero centro financiero y turístico. La edad de oro terminó cuando su importancia se derrumbó con la guerra civil de 1975-90, que destruyó el equilibrio político y sumió al país en continuos enfrentamientos. Un problema clave fue el ingreso en 1971 de los terroristas de Yaser Arafat, tras su sangrienta expulsión de Jordania; la intervención siria; los ataques de la OLP a Israel –hasta su expulsión en 1982– y, luego, la toma del sur libanés por parte de Hezbolá, organización yihadista satélite de Irán. Esta milicia continuó los ataques contra el Estado judío, ignorando sus terribles consecuencias para el Líbano.
Entre 1985 y 2000 se organizó en el sur del país la Fuerza del Sur, integrada por cristianos maronitas que se enfrentaron a los musulmanes. En mayo de 2000, Israel retiró por decisión unilateral todas sus tropas del país, confiando en que la Fuerza Interina de las Naciones Unidas para el Líbano (FINUL) evitaría futuros ataques contra su territorio. En la práctica, esta fuerza de la ONU no sirvió absolutamente para nada.
Comunidades y esperanza
El panorama religioso nacional está integrado de este modo:
- Cristianos (maronitas y ortodoxos): Antiguamente fueron mayoría, hoy su demografía ha bajado. Se identifican en particular con Francia.
- Suníes: tradicionalmente la clase comerciante urbana, con fuertes lazos con Arabia Saudí y el resto del mundo árabe suní.
- Chiíes: históricamente la clase más pobre y rural –en el sur–, hoy dominados militar y políticamente por el grupo Hezbolá, satélite de Irán.
- Drusos: una minoría pequeña pero muy cohesionada y feroz en las montañas, liderada por familias tradicionales, como los Joumblatt.
En la actualidad, el país vive una tremenda crisis política y social, con escasez de alimentos y falta de energía eléctrica, la situación más dura en su historia. Los libaneses viven con cuatro horas de luz diaria, el resto depende de generadores privados y reina la corrupción. La lira ha perdido el 90 % de su valor desde 2019. Los ahorros de toda la vida de muchísimos ciudadanos se evaporaron. Los bancos tienen el dinero secuestrado: nadie puede retirar sus dólares. La pobreza alcanza al 80%.
El gobierno libanés no ha logrado hasta hoy tomar el control total de su frontera sur, dominada por Hezbolá. Lograrlo le permitiría un futuro de paz y estabilidad, así como la independencia para defender sus intereses nacionales y no los extranjeros. Si dicho grupo, al que le es indiferente el pueblo libanés, mantiene su poder, seguirá provocando el infierno. Es la mentalidad del yihadismo. Del resultado de estas dos opciones depende el futuro del país: independencia y estabilidad… o división y catástrofe. El Líbano es un país de gente dura, culta y vital, atrapada en una realidad política y geográfica difícil. La debilidad chií abre ahora una oportunidad para que el Estado recupere su soberanía. Debería intentarlo ya, pese a los riesgos. No se le presentará una oportunidad mejor.
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