El Frente Amplio frente al espejo
Edición Nº 1056 - Viernes 10 de octubre de 2025. Lectura: 3'
Por Luis Hierro López
Las pujas sindicales, muchas de ellas desmedidas, le hacen mucho daño al país y complican al gobierno. Pero es lo que el Frente Amplio ha sembrado.
Cuando Mujica terminó el discurso inaugural de asunción del mando, el 1º de marzo de 2010, utilizó una sentencia que parecía, en ese momento, estar destinada a generar una nueva época, aunque los hechos fueron más tenaces y la promesa de “educación, educación, educación” quedó pulverizada entre los tironeos sindicales.
Años después, el propio Mujica reconoció que no pudo hacer nada —nada menos que él, que ya se estaba convirtiendo en una leyenda— en materia educativa porque “los sindicatos no me llevaron la reforma”.
“Hay que juntarse y hacer mierda a esos gremios, no queda otra. Ojalá logremos sacarlos del camino”, le confesó posteriormente a los autores de un libro biográfico. En forma descarnada y rústica, el viejo líder definió uno de los dramas del Uruguay contemporáneo, muchos de cuyos esfuerzos de modernización quedaron descabezados o a mitad de camino ante la férrea oposición sindical.
Han pasado 15 años desde que Mujica anunciara sus propósitos al asumir la presidencia de la República, y da la impresión de que Uruguay sigue estancado en aquel instante, porque es muy poco lo que efectivamente hemos cambiado y mejorado, excepto las normas que sobre ocupación de los lugares de trabajo impuso, con éxito, la LUC. La reciente y salvaje huelga en el sector pesquero es una expresión típica de ese Uruguay del pasado que todavía sobrevive: tres meses de paralización de un sector industrial que genera buenos puestos de trabajo, con salarios interesantes y cuya real motivación aún no se ha develado, al punto de que sigue circulando como válida la interpretación de que el conflicto se ha desatado por enfrentamientos políticos entre dos sectores del Frente Amplio. Tres meses de huelga y el gobierno se quedó mirando de reojo, sin ninguna acción concreta ni responsable.
Lo mismo podría argumentarse respecto a las recientes movilizaciones en la industria láctea, así como en los frigoríficos. Los reclamos no parecen claros ni justos y se producen, precisamente, en áreas en las que, relativamente, la situación de los trabajadores es sensiblemente mejor que la del promedio de los asalariados, con ventajas y beneficios indudables respecto al promedio general de las retribuciones.
Similares comentarios podrían hacerse en torno a la situación del puerto, superada transitoriamente pero que pende como amenaza. La huelga portuaria, que provocó daños graves al país, se produce ante la incorporación de nuevas tecnologías de trabajo en beneficio de la competitividad, pero que supuestamente podrían, en el futuro, provocar una disminución de las fuentes de trabajo. Es decir, se paraliza el puerto ante una eventualidad futura, poniendo otra vez la carreta delante de los bueyes.
La situación de movilización y de protesta no es ajena al gobierno de la izquierda ni a la posición del ministro de Trabajo, un viejo dirigente comunista que no oculta su ideología clasista y que transmite señales contrarias a las empresas y a las inversiones. De esa forma, el Frente Amplio se mira en su propio espejo, reclamando por un lado las inversiones que son imprescindibles para el desarrollo del país y promoviendo, por el otro, un clima de enfrentamiento social e incertidumbre jurídica que claramente son antagónicos y contradictorios.
No son complicaciones que la sensata conducción económica del ministro Oddone ni el talante naturalmente componedor del presidente Orsi puedan resolver por sí mismos. Son contradicciones de fondo, de esas que no pueden maquillarse y que van a significar trancas y retrancas: el país seguirá jugando al empate y todo será más lento, más confuso, más “uruguayo”. Disfrutaremos de la penillanura suavemente ondulada y estaremos condenados a crecimientos económicos mediocres, viendo pasar por el costado eso que se llama progreso, innovación y cambio.
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