Edición Nº 1065 - Viernes 12 de diciembre de 2025

Byung-Chul Han, influencer del pesimismo cultural

Viernes 12 de diciembre de 2025. Lectura: 11'

Esta columna de Juan Pablo Sáenz fue publicada en pasado domingo 7 en la revista digital Seúl y estimamos de interés su publicación en CORREO. En la misma, Sáenz expresa que el nuevo libro del filósofo coreano-alemán lo confirma como un pensador reaccionario y superficial que critica a las redes sociales y el capitalismo mientras los imita y los usa en su propio beneficio.

Sobre Dios. Pensar con Simone Weil
Byung-Chul Han
Paidós, 2025
144 páginas, AR$27.699

En el paisaje saturado de la teoría contemporánea, los libros de Byung-Chul Han poseen una cualidad física inconfundible. Su pulcritud clínica, su brevedad anoréxica y la tipografía flotando en el espacio negativo de sus tapas no son accidentes editoriales: son una declaración estética de principios. Han ha dejado de ser un académico inserto en la tradición dialéctica alemana para convertirse en algo mucho más contemporáneo y vendible: es el sastre oficial del malestar occidental. Como un diseñador de modas que anticipa la temporada de ansiedad otoño-invierno, confecciona aforismos a medida para una clase intelectual fatigada, que anhela sentirse crítica sin pagar el peaje de la incomodidad que exige el pensamiento riguroso.

El libro funciona menos como un dispositivo de interpelación intelectual y más como un objeto de diseño, un accesorio de moda que señala la sofisticación y la angustia existencial de su propietario con la misma eficacia con la que una silla de diseño señala su gusto por el modernismo. La filosofía de Han se consume, se exhibe y, fundamentalmente, se siente, pero no se estudia con la fricción que demandaría un compendio de ideas estimulantes, escandalizantes o mínimamente interesantes.

Su última entrega, Sobre Dios. Pensar con Simone Weil no es una desviación de esta trayectoria, sino su apoteosis paródica. Acá, el filósofo surcoreano-alemán orquesta lo que denomina un «diálogo» con la mística y filósofa francesa Simone Weil (1909-1943), que combinó misticismo religioso, anarquismo, budismo, tradición cristiana y el ascetismo extremo que la llevó a la muerte. El lector avezado notará pronto que no asistimos a un intercambio dialógico, sino a una operación de ventriloquía intelectual. Han se apropia de la aplastante gravedad de Weil —una pensadora que llevó la coherencia entre vida y obra hasta la inmolación física— y la reduce a un repertorio de citas descontextualizadas, usadas como contrapunto nostálgico a sus bestias negras habituales: la dictadura digital, el régimen neoliberal (¡sic!) y «la sociedad del rendimiento». Lejos de ofrecer una teología política o una mística negativa que se apoye en Weil para desafiar al presente, Han nos entrega un producto de consumo perfectamente acabado, un kitsch teológico diseñado para proporcionar un alivio estético momentáneo. El libro critica la lógica de la mercancía y la superficialidad del like, pero lo hace operando —irónica y fatalmente— bajo esa misma lógica de seducción, inmediatez y superficialidad que pretende impugnar.

Weil es reducida aquí a una marioneta de lujo, un accesorio vintage de alta costura teórica destinado a otorgar gravedad a las quejas habituales de Byung-Chul Han sobre la modernidad tardía. Pero la filosofía de Weil no se escribió en la comodidad de un despacho climatizado: se forjó entre la suciedad y el ruido ensordecedor de las fábricas, dentro de las trincheras de la Guerra Civil Española y en un ayuno autoimpuesto en solidaridad con la Francia ocupada. Cuando Weil habla de dolor o desdicha, no está usando metáforas: está describiendo el calvario que tuvo que atravesar y sufrir en carne propia hasta llegar a su muy particular iluminación. Su pensamiento es pesado, sucio, incómodo y aterradoramente real.

Por el contrario, la aproximación de Han a estos conceptos es de una liviandad insoportable. Desde su posición de académico estrella, Han toma el concepto weiliano de, por ejemplo, «descreación» —un proceso violento, casi aniquilador, de vaciamiento del yo para permitir la entrada de la «gracia»—, y lo lija, lo pule y lo barniza hasta convertirlo en una inofensiva propuesta de higiene mental frente al burnout digital. En manos de Han, la «aniquilación mística del ego» de Weil deja de ser un drama teológico para convertirse en una suerte de contra-estrategia frente al hastío que su lector siente luego de maratonear una serie en Netflix.

Esta instrumentalización alcanza cotas inéditas de cinismo cuando aborda el sufrimiento. Este autor, que siempre se nos presentó como el gran crítico de la «sociedad paliativa» y de la algofobia, nos ofrece, paradójicamente, una versión del dolor totalmente anestesiada. Escribe sobre el sufrimiento con la asepsia de quien observa una radiografía, nunca de quien padece la herida. Convierte el pathos desgarrador de Weil en un eslogan estético: «Sin dolor no hay realidad». Esta frase aislada en la página, como un haiku, está diseñada para ser subrayada, fotografiada y compartida en las mismas redes sociales que el autor desprecia.

Acá radica la ironía y falla del libro: Han estetiza el sufrimiento de Weil para vender libros. Transforma la experiencia radical de una mujer que buscaba desaparecer, que anhelaba ser “nadie, nada” para no obstaculizar la luz divina, en una marca personal, en un fetiche cultural. Y al hacerlo, perpetra exactamente aquello que critica del capitalismo: la mercantilización de lo sagrado. Weil se convierte en un commodity, una especia exótica importada directamente del momento más oscuro del siglo XX para dar sabor a la insípida sopa del presente.

La nueva jerga de la autenticidad

Al leer Sobre Dios uno se ve asaltado por un glosario que parece sacado de un saldo de liquidación teológica: alma, gracia, eternidad, silencio, salvación y un sinfín de etcéteras. El texto despliega estos términos no como categorías analíticas que deban ser definidas, disputadas o situadas históricamente, sino como talismanes lingüísticos. Son palabras-fetiche que irradian una falsa aura de trascendencia, creando una atmósfera de sacralidad artificial alrededor del texto. Cuando escribe que la inacción es “la pasividad activa del pensamiento” –haciendo un contraste negativo con el mandato de la “acción productiva” del capitalismo–, no nos está ofreciendo una proposición filosófica: nos está vendiendo una emoción. Nos está ofreciendo el consuelo de sentirnos profundos por el mero hecho de leer la frase, eximiéndonos de la tarea de comprender qué diablos significa eso en el contexto de una economía de la atención depredadora. Al envolver los problemas contemporáneos en este papel de regalo metafísico, los despolitiza: la alienación digital deja de ser un problema de diseño tecnológico, de propiedad de los datos o de legislación laboral, para convertirse en una «pérdida del alma» o un «olvido del ser». Esta elevación del tono transforma déficits sociales y tecnológicos concretos en tragedias metafísicas inmutables. Y el lector, seducido por la cadencia litúrgica de estas oraciones cortas y sentenciosas, cae en la trampa de confundir la estética de la palabra con la ética del concepto. Así, Han no escribe para ser entendido, sino para ser sentido.

Si la forma es el mensaje, el mensaje de Han es una paradoja irresoluble. Su mundo se divide en dos bloques monolíticos, enfrentados en una guerra estática y sin matices: de un lado el Pasado (el reino del silencio, la atención, el ritual, Dios, el aura) y del otro el Presente (el infierno del ruido, la distracción, el smartphone, los datos, la transparencia y la indefensión del individuo ante las corporaciones). Esta dicotomía simplista revela una carencia fundamental: la ausencia total de pensamiento dialéctico. Para ponerlo en términos marxistas (que es el andamiaje retórico preferido y cansino de Han), su crítica carece de materialismo: ignora que la tecnología no es un demonio metafísico que ha poseído nuestras almas, sino una fuerza productiva incrustada en un espacio de evolución socio-tecnológica muy específico. Al demonizar el smartphone como un objeto ontológicamente maligno —un «vampiro de la atención»—, incurre en una forma inversa de fetichismo de la mercancía. Le otorga al objeto tecnológico una agencia mágica y oculta las estructuras económicas y humanas que lo impulsan. Marx decía que hay que mirar detrás del velo de la mercancía para encontrar el trabajo humano y la explotación; Han mira detrás del iPhone y ve a Satanás. Su análisis, vendido como crítica política, es un pueril ejercicio de exorcismo cultural.

Los críticos de la modernidad como Benjamín veían en la tecnología un peligro alienante, es cierto, pero no dejaban de ser dialécticos: sabían que no había vuelta atrás. Entendían que el progreso tecnológico, con todo su poder (destructivo según ellos), también abría nuevas posibilidades políticas y perceptivas como la democratización de la imagen, el cine, el shock. Han, en cambio, es un reaccionario en el sentido literal de la palabra: quiere rebobinar la cinta de la historia hasta un tiempo pre-moderno imaginario donde las catedrales estaban llenas y el silencio dominaba los atardeceres.

El golpe de gracia, la ironía que devora al propio libro, reside en su formato. Han critica ferozmente la economía de la atención, la fragmentación de la experiencia y la superficialidad de la lectura digital. Sin embargo, ¿qué son estas notas sobre dios sino el producto perfecto para la era de Twitter? El libro es breve; sus sentencias aforísticas, contundentes y aislables. Han escribe en tuits glorificados. Su estructura fragmentaria no desafía al lector distraído: lo acomoda y lo arropa. No exige la paciencia monástica de leer a Hegel o a la propia Weil: ofrece píldoras de sabiduría instantánea listas para ser subrayadas y compartidas en Instagram.

La filosofía como ansiolítico

Al despojar al libro de su revestimiento estético, su fetichismo místico y su impostura reaccionaria, nos queda entre manos un vacío que no tiene nada de místico. El libro no aporta una sola idea que no sea un lugar común de la teología negativa (Dios como silencio, Dios como nada) diluido para el consumo masivo. No ofrece una sola herramienta que nos permita comprender la mutación del capitalismo más allá de la repetición ad nauseam de que «estamos cansados».

Lo que este vendedor de libros nos ofrece no es conocimiento, sino un estado de ánimo. Su intención no es crítica; es terapéutica. Estamos ante la filosofía como ansiolítico. En un mundo frenético, hiperconectado y brutalmente competitivo, leer a Han funciona como una microdosis de validación moral. El texto no desafía al lector, no pone en crisis sus convicciones ni le obliga a confrontar su propia complicidad con los sistemas que critica. Al contrario: lo absuelve. Le dice exactamente lo que quiere oír: que su malestar no es culpa suya sino de un sistema demoníaco y vulgar del que él o ella, gracias a este libro, se ha distanciado espiritualmente. Aquí yace la trampa del sentimentalismo disfrazado de teoría crítica. La verdadera crítica duele: desmonta, incomoda y exige un arduo trabajo intelectual para reconstruir la realidad bajo nuevas categorías. El sentimentalismo, en cambio, busca la emoción inmediata. Byung-Chul Han sustituye el análisis de las contradicciones de la sociedad de la información por el requiem de un mundo perdido. En este sentido, nos ofrece una negación absoluta de la complejidad. Reduce la maraña tecnológica, económica y espiritual de nuestro tiempo a fábulas morales de buenos y malos, de silencios puros y ruidos profanos.

Al final, el libro opera como un placebo epistémico: tiene la forma del pensamiento, el sabor del pensamiento y el envase del pensamiento, pero carece de su principio activo. Nos hace sentir que hemos comprendido algo profundo sobre Dios y la tecnología, cuando en realidad solo hemos consumido una emoción empaquetada, lista para ser olvidada en cuanto volvamos a desbloquear la pantalla del celular.

Byung-Chul Han no es un filósofo —alguien por definición controvertido, molesto y peligroso para el statu quo— sino el primer gran influencer del pesimismo cultural. Al igual que los creadores de contenido que saturan las redes, opera bajo la lógica de la marca personal: repetición de eslóganes, estética cuidada y una producción frenética de contenido que, en el fondo, es siempre el mismo. Su éxito global no se debe a que su pensamiento sea una “amenaza para el neoliberalismo”, sino a que es su complemento perfecto. El sistema necesita a alguien que le diga, con palabras hermosas y cultas, pero vacías, que todo está mal, para así convertir ese malestar en un producto editorial de superventas

Al cerrar el libro, el lector puede quedarse un momento en silencio, tal vez conmovido por la belleza de alguna frase prestada de Simone Weil. Pero ese silencio no es el silencio atronador de la descreación mística; es simplemente la pausa necesaria antes de volver a entrar en el ruido, con la conciencia tranquila de quien ha consumido su dosis de profundidad. El libro volverá a la estantería, inmaculado y perfecto, un monumento fúnebre al pensamiento crítico que yace, ahora sí, en paz.



ADM: Orsi apuesta a la sensatez, sí, ¿pero el resto del oficialismo?
La interpelación a la ministra Lazo: del anuncio rimbombante a la contradicción
Sanguinetti doctorado en Córdoba
Una celebración de historia, identidad y proyección
El Partido Colorado invita a la ciudadanía a acompañar la celebración de los 90 años del Presidente Sanguinetti.
El diagnóstico de KPMG para 2026
Caso cerrado
El artiguismo posible
Luis Hierro López
Un sistema nacional de inteligencia moderno y democrático: una reforma más que necesaria
Santiago Torres
La comunicación presidencial y el costo político de la improvisación
Juan Carlos Nogueira
La persecución de los dos liceales judíos: ¿última perla del collar o la crónica de una muerte anunciada?
Jonás Bergstein
La feria vecinal, esa dosis de buena vibra
Susana Toricez
Un Nobel para la lucha democrática de Venezuela
Los latinoamericanos que devendrán potencias mundiales en 2050
Giro en Miami: qué significa la victoria de Eileen Higgins
Byung-Chul Han, influencer del pesimismo cultural
Frases Célebres 1065
Así si, Así no
Inicio - Con Firma - Ediciones Anteriores - Staff Facebook
Copyright © 2024 Correo de los Viernes.