Apuntes para el día después
Viernes 29 de noviembre de 2024. Lectura: 7'
La elección del domingo pasado no debe ser vista como un simple traspié electoral, sino como una oportunidad para reflexionar profundamente sobre el rumbo político de nuestro país. Los resultados de la segunda vuelta muestran que el Frente Amplio logró capitalizar una serie de factores emocionales y culturales que, más allá de la muy bien valuada gestión del gobierno de Coalición, inclinaron la balanza a su favor.
Los resultados del balotaje fueron contundentes: el Frente Amplio obtuvo una ventaja de casi 100.000 votos, alcanzando un total de 1.175.650 votos frente a los 1.093.225 de la Coalición Republicana. Este margen de diferencia, de aproximadamente 4 puntos porcentuales, sorprendió a muchos observadores y marca un hecho histórico, ya que es la primera vez que el Frente Amplio logra revertir una desventaja inicial de la primera vuelta. En la primera instancia electoral, la Coalición Republicana había logrado imponerse también con un 4 % de diferencia, generando un lógico optimismo entre sus filas. Sin embargo, en la segunda vuelta, la dinámica cambió de manera inesperada, favoreciendo al Frente Amplio. Esto sugiere que hubo un componente emocional y cultural muy significativo en la decisión de los votantes.
Números más, números menos, la Coalición termina perdiendo de elección a elección unos 40.000 votos, mientras que el Frente Amplio gana 140.000. La Coalición pierde votos en todos los departamentos del interior y tiene un crecimiento muy leve en Montevideo y Canelones. Por el contrario, el frentismo crece en todo el país, y con gran margen en el área metropolitana. Es decir, el Frente no sólo logra “quitarle” votos a la Coalición sino que motiva a una masa mayor, por fuera de los votos de ésta última. Así de sencillo: si la “fuga” hubiese sido un improbable 0 %, la izquierda aún hubiese ganado por 2 puntos porcentuales.
Difícil es saber con exactitud de dónde provienen los votos. No obstante, al margen de las innumerables combinaciones, se pueden decir varias cosas. Los votos en blanco y anulados se mantuvieron estables entre octubre y noviembre, pese a que cinco partidos fuera del balotaje impulsaron el voto anulado a casi 90.000 votantes. En octubre hubo 53.847 votos anulados (2,20 %), mientras que en noviembre fueron 64.500 (2,64 %), cifras consistentes con los balotajes anteriores.
Algunos votantes en blanco en octubre, 33.718 que solo ratificaron plebiscitos (el Sí), sumados a los 31.160 votos en blanco totales, totalizaban 64.878. En noviembre, el voto en blanco fue de 38.478, indicando que unos 26.400 encontraron una opción partidaria para el balotaje. Podemos inferir que esos 26.400 votaron en noviembre por el “Sí”, y que la mayoría de los casi 90.000 de partidos anti sistémicos hicieron lo mismo, ignorando el llamado a anular. En total, unos 120.000 votantes que no apoyaron a ninguna fórmula en octubre se inclinaron en noviembre por la opción Orsi-Cosse. El resto se completa con los votos que la Coalición pierde, como ya dijimos. Insistimos: números más, números menos, por allí van las cifras…
Por fuera de lo meramente electoral, es importante destacar que la administración de la Coalición Republicana deja la vara alta. Los logros en la gestión económica, el combate a la delincuencia y la posición internacional del país fueron reconocidos por gran parte de la ciudadanía. Durante el período de gobierno de la Coalición, la economía se recuperó tras el impacto de la pandemia de COVID-19, con un crecimiento del PIB del 3,5% en 2024, y la tasa de desempleo cayó a niveles menores que en 2019, al tiempo que se recuperó el salario real. Además, el país logró atraer inversiones, consolidando su posición como un destino atractivo –y serio– en la región. Estos logros, sin embargo, no se tradujeron en una victoria electoral, en parte porque la narrativa del Frente Amplio supo apelar a una dimensión emocional que caló hondo en una parte importante del electorado.
Por estas horas, se suele coincidir en que uno de los factores que explica esta derrota es la falta de un relato emotivo que movilizara al electorado de la Coalición. El Frente Amplio no solo se benefició del carisma de personajes como Mujica, que apeló a recursos emocionales de manera clara, sino también de una construcción cultural a lo largo de los años que lo posiciona como la “opción moral” (los buenos) de la política uruguaya. Esto es un punto que la Coalición Republicana debe analizar con detenimiento: no basta con hacer una buena gestión, también es necesario conectar con el corazón de la gente, transmitir una visión del país que inspire y movilice.
Desde el punto de vista de la comunicación política, la campaña de la Coalición fue correcta en cuanto a la presentación de logros concretos, pero careció de un elemento fundamental: la capacidad de motivar a sus votantes más allá de los datos y los indicadores económicos. Aunque lejos está de explicar el resultado, la elección de la fórmula presidencial, con Valeria Ripoll como candidata a la vicepresidencia, generó tensiones dentro del Partido Nacional, que siguen saliendo a la luz. La figura de Ripoll, aunque buscaba representar un cambio generacional y una apertura hacia sectores tradicionalmente distantes del Partido Nacional, terminó siendo un factor de división, con desatinadas críticas internas. Además, de cara a noviembre, faltó por parte de la fórmula presidencial una comunicación efectiva que mostrara a la Coalición como un proyecto colectivo, capaz de representar a todos sus integrantes.
Por otro lado, el contexto político también jugó un papel importante en la definición de los resultados. La presencia de una reforma de la seguridad social, ampliamente rechazada en el plebiscito de octubre, se convirtió en un factor movilizador para el electorado frentista y para aquellos votantes que habían apoyado a partidos menores en la primera vuelta. Este plebiscito se convirtió en una herramienta clave para movilizar a sectores que, en otras circunstancias, podrían haber permanecido indiferentes.
A pesar del resultado, la Coalición Republicana tiene una base sólida sobre la cual construir su futuro. La experiencia en el gobierno, la capacidad de gestión demostrada y la unidad lograda durante gran parte del período son activos que no deben desperdiciarse. Es fundamental que los partidos que la integran continúen trabajando juntos, fortaleciendo la coordinación y construyendo una alternativa clara y coherente para las próximas elecciones. Para lograr esto, será crucial que se aprenda de los errores cometidos en la campaña. La falta de una visión que unificara a todos los socios de la Coalición, así como la ausencia de una narrativa emocional potente, fueron puntos débiles que deberán ser abordados de cara al futuro.
El Frente Amplio, por su parte, se enfrenta ahora al desafío de gobernar un país que está en marcha, con una economía en crecimiento y una población que espera resultados concretos. Ya no le alcanzará con las pomposas reflexiones de Mujica, el discurso demagógico ni promesas vagas; deberá demostrar que es capaz de estar a la altura de la vara que ha dejado la Coalición Republicana. La expectativa de la ciudadanía es alta, y el próximo gobierno tendrá que demostrar que puede gestionar con eficiencia y responsabilidad. A su favor, el nuevo presidente Yamandú Orsi hereda un país ordenado y creciendo, pero también enfrenta presiones internas dentro de su propia coalición, especialmente por parte de los sectores sindicales y del Partido Comunista, que ya han manifestado su intención de revisar algunas de las políticas que la Coalición Republicana dejó implementadas.
En conclusión, no se trata del fin de un proyecto, el de la Coalición, sino un punto de inflexión. Si logra aprender de los errores cometidos, fortalecer su unidad y conectar con las aspiraciones más profundas de la sociedad uruguaya, las posibilidades de volver al gobierno en 2029 son más que reales. La Coalición tiene el reto de mantenerse viva y activa, porque Uruguay necesita una oposición fuerte y una alternativa clara para el futuro. La alternancia es una señal de la salud democrática del país, y la Coalición tiene la responsabilidad de seguir representando a una parte significativa de los uruguayos que creen en un proyecto basado en la libertad, la responsabilidad y el desarrollo económico sostenible. Es momento de renovar el compromiso, aprender de los errores y construir un camino que, más que cifras y gestión, también inspire y conecte con el corazón de la gente.
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