Edición Nº 1054 - Viernes 26 de setiembre de 2025

Afuera con las voces femeninas en Afganistán

Viernes 26 de setiembre de 2025. Lectura: 3'

En Afganistán, los talibanes no sólo censuran textos: intentan borrar a la mitad de su pueblo de la historia.

Cuando se le quita el espacio a las palabras de una mitad de la población, no solo se empobrecen los estantes de las bibliotecas: se mutila el alma de una nación. Eso es exactamente lo que ocurre hoy en Afganistán, donde los talibanes han decidido que los libros escritos por mujeres no merecen estar en las universidades. Es una prohibición que no es simbólica: es un acto de agresión institucional, de borrado sistemático, de castigo a la inteligencia por el solo hecho de haber nacido mujer.

A fines de agosto, el Ministerio de Educación Superior —acompañado por un panel de “eruditos y expertos religiosos”— emitió un decreto que marca que de los aproximadamente 680 títulos catalogados como “preocupantes”, 140 son obras escritas por mujeres. Ahora, esos libros están fuera del currículo universitario. Se vetaron asignaturas enteras, entre ellas “Género y Desarrollo”, “El Rol de la Mujer en la Comunicación” o “Sociología de la Mujer”; también se prohíben clases sobre derechos humanos o acoso sexual.

El argumento del régimen es que estas obras “atentan contra la Sharía” o la “política del sistema”, y que esos conocimientos podrían corromper la pureza moral que quieren imponer. Pero ese discurso es un disfraz. Las prohibiciones no son parte de una regulación responsable: son violencia intelectual, censura, exterminio simbólico. Son un mandato de silencio impuesto.

El horror cotidiano de invisibilizar voces

Las jóvenes universitarias quedan sin referentes literarios, sin modelos de pensamiento. Cuando sus reflexiones, sus historias, su ciencia desaparecen de los planes de estudio, pierden también la posibilidad de verse como creadoras, como parte de la construcción del saber.

Profesores y profesoras deben omitir textos, libros, trabajos que ya no se consideran “apropiados”. Se paraliza el diálogo intelectual, se reduce la educación a una versión monolítica y adoctrinada.

La calidad académica sufre un golpe brutal: vetar textos bien fundamentados, incluyendo manuales técnicos, no solo empobrece el contenido científico, sino que impide que la comunidad universitaria tenga acceso a perspectivas amplias y diversas.

Una regresión totalitaria

Estos gestos, prohibiciones y vetos no son nuevas vueltas de tuerca aisladas: forman parte de un patrón más oscuro. Desde la vuelta al poder en 2021, los talibanes han impuesto restricciones crecientes a la educación femenina más allá del sexto grado, cerrado cursos de partería —una ruta profesional clave para mujeres— y prohibido el empleo femenino en múltiples sectores.
Prohibir libros escritos por mujeres es destruir no sólo conocimiento sino memoria: derribar puentes generacionales, hacer que niñas y jóvenes crean que su voz no vale. Y esa destrucción no tiene vuelta atrás.

Protesta moral, resistencia necesaria

Es urgente decirlo: lo que ocurre en Afganistán no es solo un problema para las mujeres afganas, sino una afrenta a la idea misma de humanidad. Cuando un régimen borra las voces de la mitad de su población, no solo viola derechos sino que se declara enemigo del progreso intelectual y social.

Organizaciones internacionales de derechos humanos lo han denunciado como una violación flagrante de la educación, la libertad de pensamiento y el derecho humano básico de aprender y expresarse. Cada día que esa prohibición medra sin repulsa clara es un día más que se legitima la opresión.

La prohibición de los libros escritos por mujeres en las universidades de Afganistán no es un horror lejano: es una llamada de atención urgente para el mundo. Es la constatación de que el oscurantismo todavía tiene armas poderosas: vetos, silencios, sombras. Y que cada libro prohibido es una voz que se apaga.

Si la justicia global alguna vez quiere estar a la altura de sus ideales, debe reclamar con volumen, exigir sanción y apoyar la restauración del derecho humano más elemental: que las mujeres puedan enseñar, escribir, pensar, leer… como seres completos, no como sombras condenadas al silencio.



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