ADM: Orsi apuesta a la sensatez, sí, ¿pero el resto del oficialismo?
Edición Nº 1065 - Viernes 12 de diciembre de 2025. Lectura: 5'
Orsi se apropia de sus futuros tropiezos, reconoce fortalezas heredadas y reivindica al sector privado, pero enfrenta ostensibles resistencias internas que comprometen su hoja de ruta.
El presidente Yamandú Orsi llegó al tradicional almuerzo de ADM con la decisión clara de fijar el tono de su gobierno antes de que lo fijaran otros por él. Y lo hizo con una jugada políticamente inteligente: adelantarse a los próximos “porrazos”, reivindicándolos como parte de un estilo personal al que —dicho como un gran mérito— no piensa renunciar. Al apropiarse de la categoría, mantiene el control del relato y evita quedar a la defensiva. Es una señal de astucia: hacer del defecto una virtud. Sin embargo, más allá del ardid discursivo, esperamos que el presidente advierta que en el futuro debe esforzarse en ser menos “espontáneo” en sus comunicaciones públicas, porque acá no se trata del ciudadano Yamandú Orsi —que puede hablar como se le de la real gana— sino del primer mandatario, cuyas palabras no lo comprometen sólo a él sino al Estado todo. La diferencia es abismal. Abrigamos la esperanza de que en el fondo inescrutable de su conciencia así lo reconozca.
El otro acierto estuvo en reconocer las fortalezas económicas heredadas. Fue un gesto que lo distingue: pudo haber insistido en una lectura exclusivamente crítica, ignorando que todos los gobiernos reciben luces y sombras de sus predecesores. Usando sus propias palabras, “ni un desastre, ni un paraíso”. Pero sus observaciones sobre la situación fiscal —válidas— se saltaron a la torera la pandemia y la sequía, circunstancias que fueron no sólo extraordinarias sino objetivamente imprevisibles, pero ni siquiera las consideró como factores atenuantes. En suma, sensatez política pero al estilo “frenteamplista”: Allegro ma non troppo...
Quizá lo más llamativo de su intervención fue la promesa de abandonar “la lógica del parche” para pasar a “la lógica del proyecto”, sea lo que fuere que ello significa en su magín. En ese plan, anunció —genéricamente— reformas estructurales y una mirada de largo aliento, algo que el país necesita sin dudas. Sin embargo, por ahora esa intención es más declamación que hoja de ruta. No se visualizan todavía iniciativas concretas que marquen ese giro copernicano. Antes bien, la dinámica diaria del gobierno muestra señales opuestas, atrapada en urgencias y tironeos internos. Ojalá nos equivoquemos, pero en la ocasión vale recordar aquel viejo adagio que dio título a una célebre comedia de Lope de Vega: “Obras son amores y no buenas razones”.
En materia educativa, el discurso dejó —para variar— interpretaciones encontradas. Orsi valoró al sistema educativo como motor de igualdad y movilidad social. Imposible no coincidir con esa valoración. Pero, por eso mismo y sin dejar de justipreciar la ampliación del Bono Escolar, no podemos evitar señalar la contradicción entre aquella afirmación valorativa y, a un tiempo, haber convertido al sistema público en la primera víctima de la “consolidación fiscal”. Tampoco es consistente con aquella valoración el viraje emprendido por las autoridades de la ANEP que parece encaminado a desmontar los intentos de reforma ensayados en el período anterior, privilegiando la colusión objetiva con los sindicatos de la educación, invariablemente alineados con posiciones retardatarias y ferozmente corporativas. Allí se ubica una de las mayores contradicciones: se celebra la voluntad de cambio, pero se empodera a quienes históricamente lo han bloqueado.
En materia de seguridad pública, el presidente propuso una postura distinta a la tradicional división entre “mano dura” y políticas sociales. También sostuvo que “un enemigo complejo exige un Estado inteligente” y que combatir el crimen organizado “no se hace gritando más fuerte”, sino atacando “donde duele: en la plata, en la logística y en el territorio”.
Todo ello es compartible de cabo a rabo, digámoslo sin vacilaciones. El “pequeño” gran problema —análogo al de la educación— es que el ministro Carlos Negro no contribuye a despejar dudas. Su notoria escasa sintonía con la Policía, sus declaraciones contradictorias y la sensación de que no se embarra los zapatos, abonan esa valoración. Tanto como el anuncio ministerial de un plan de seguridad para aplicar recién en febrero de 2026 (¡a un año de iniciado el gobierno!), confirmando que el Frente Amplio no tenía diseñado un camino en la materia antes de acceder al gobierno y recién ahora pareciera tenerlo, porque recién sabremos de su eficacia concreta a partir de febrero...
Otro capítulo relevante del discurso fue la defensa explícita del sector privado como aliado del desarrollo, un mensaje necesario en un contexto de desconfianza latente. Orsi recogió incluso el reclamo empresarial de que “el Estado no estorbe”. Pero la práctica gubernamental, hasta ahora, no va en esa dirección, más allá de los discursos del presidente y del ministro Oddone, que estimamos sinceros. El anuncio del ministro Juan Castillo, avanzando en la idea de un proyecto que obligue a las empresas a preavisar antes de cerrar y despedir trabajadores, sugiere más intervención, no menos. Es cierto que el presidente matizó el anuncio de Castillo: “se traducirá en un proyecto de ley o no”. Pero la sola intención revela una tensión interna entre el espíritu proinversión privada que Orsi intenta transmitir y la pulsión regulatoria de una parte de su coalición.
En lo global, corresponde ponderar que tono del presidente fue positivo, moderado, casi conciliador. Buscó ocupar el centro político-ideológico, ese terreno desde el cual se construye gobernabilidad y donde se encuentran, históricamente, las soluciones duraderas. El problema no reside en sus palabras ni en sus intenciones, sino en su fuerza política y sus aliados sindicales —especialmente esos que el expresidente Sanguietti denominó “sindicatos suicidas”— y “sociales” en general. El núcleo militante del Frente Amplio y de esos aliados ostensiblemente no comparte ese talante; antes bien, se sitúa en la orilla opuesta: más estatismo, más confrontación y menos disposición al acuerdo con quienes no parecen percibir como adversarios sino como enemigos a los cuales hay que contener y acorralar.
En suma, el discurso del presidente Orsi mostró claridad y buena intención. Pero la interrogante es si podrá gobernar desde ese centro en el que aspira a ubicarse cuando muchos de los que lo rodean empujan hacia uno de los bordes. Entre el presidente que habló en ADM y el entramado político que lo sostiene hay, todavía, una tensión no resuelta. El éxito de su proyecto dependerá, en última instancia, de cuál de esas dos fuerzas prevalezca.
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