A propósito del primer viaje oficial al exterior del Presidente Orsi
Edición Nº 1031 - Viernes 11 de abril de 2025. Lectura: 6'
El primer viaje internacional de un presidente suele ser un gesto muy elocuente, casi un manifiesto de prioridades. La pasada administración de Luis Lacalle Pou, por ejemplo, fue clara al preferir la región inmediata, con Argentina y Brasil, para afianzar el Mercosur y empezar a ejercer su papel con un pie bien firme en nuestra zona de influencia. De la misma manera, muchos antes que él procuraron dar su primera señal geopolítica a los socios principales, sean nuestros grandes vecinos o los centros del comercio internacional.
En cambio, Yamandú Orsi, en su flamante condición de Presidente, eligió partir a Panamá, un país sumamente respetable, pero cuya relevancia económica, política y cultural para Uruguay dista de ser la mayor dentro de la región. Lo imprevisto no es la visita al istmo centroamericano en sí misma, sino que se haga antes de afianzar vínculos con Buenos Aires o Brasilia, vecinos con los que compartimos una historia, un mercado y una realidad diaria. Todos podemos entender que la política exterior tiene mil variables y que no siempre hay que seguir la misma liturgia, pero cuando la regla general es priorizar a quienes son nuestra primera frontera comercial y cultural, uno no puede dejar de notar la singularidad de la decisión.
Sigamos: la segunda escena internacional importante del gobierno de Orsi fue la Cumbre de la CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños). Allí, el Presidente concurrió sumándose al slogan “Unidos por la Patria Grande” . Lo mismo que, en su momento, hicieron los gobiernos de la izquierda regional más ortodoxa. Vale recordar que la CELAC, surgida en 2010-2011 como una contracara de la OEA, excluye a Canadá y Estados Unidos, e incluye a un puñado de dictaduras de izquierda, como Cuba, Nicaragua y el régimen de Maduro en Venezuela.
No es que Uruguay no deba participar de la CELAC. El propio Lacalle Pou asistió a cumbres de este bloque, aprovechando el espacio para confrontar, por ejemplo, con la dictadura cubana. Como se recordará, en una de esas reuniones el expresidente exhortó a no tener una “mirada hemipléjica” y reclamó la presencia real de la democracia y los derechos humanos en las discusiones regionales. Fue aquel recordado choque donde Miguel Díaz-Canel le respondió, e incluso se enojó con la referencia de Lacalle a la falta de libertades en la isla.
Con Orsi, la línea se ve diferente: no parece haber intenciones de subrayar la incoherencia de que la CELAC hable de “derechos humanos” a la vez que en su seno campan regímenes con presos políticos, censura y falta de libertades fundamentales. Orsi, más bien, pretende “no confrontar” con Maduro ni con Díaz-Canel, asumiendo la posición que por décadas tuvo la izquierda continental de mirar para otro lado respecto a los atropellos internos de esos países. Efectivamente, Orsi reitera la histórica ambigüedad del Frente Amplio ante los regímenes de cuño marxista-leninista: su discurso en la CELAC, que se centró en la integración, no tuvo una sola alusión a la situación interna de Venezuela o Cuba. En cambio, sí criticó el supuesto “bloqueo” estadounidense a Cuba.
Mientras Orsi hace guiños al castrochavismo, la CELAC se encuentra en un estado de latencia. Su eficacia real es más que discutible. El bloque no cuenta con una cláusula democrática ni con mecanismos de resolución de conflictos internos. Por ejemplo, la crisis política de Nicaragua —que derivó en la prisión de opositores y la expulsión de religiosos— se dio sin que la CELAC pudiera articular algo más allá de declaraciones tímidas. El grueso de los mandatarios “progres” se niegan a denunciar ese y otros atropellos de la izquierda autoritaria.
Reiteramos: que vaya a la CELAC, si. Uruguay no debe aislarse de ningún foro. Pero no podemos fingir que la CELAC es una especie de panacea. Se la presentó, en su fundación, como la alternativa a la OEA y un baluarte contra la “dominación imperialista”. Once años después, su músculo diplomático no pasa de publicar declaraciones de buenos deseos. Hoy día no todos asisten siquiera a las cumbres. México fue un impulsor en tiempos de López Obrador, para reforzar su liderazgo. Brasil, con Bolsonaro, se autoexcluyó. Ahora vuelve con Lula. Mientras, EE. UU. y Canadá ni figuran, pues fueron excluidos a propósito. Y con la nueva y lamentable “guerra arancelaria” que lanzó Trump en su retorno a la Casa Blanca, tampoco parece haber mucho que la CELAC pueda hacer, salvo un pataleo retórico.
La ironía es que Orsi, en la campaña, se desgañitaba sobre la necesidad de “abrir la economía” y “mejorar el comercio”, criticando a la administración anterior por no lograr tratados con China ni con la Unión Europea. Pero en su primer gran movimiento internacional, se abraza a un foro que descarta expresamente a Estados Unidos y Canadá, dos gigantes del consumo, y en el que la mayoría de sus miembros se enzarzan en discursos anti-mercado. La contradicción salta a la vista.
También es llamativa la primacía dada a Panamá en su primer viaje, país que, si bien es un hub logístico y financiero, no reviste un peso ni remotamente similar al de Brasil o Argentina para Uruguay. ¿No habría sido más lógico que su “debut” fuese con los mencionados Estados? El gobierno se escuda en que “la agenda internacional tiene muchas aristas”, pero la lectura política es clara: la prioridad está en mostrarse “comprometido” con la región, pero la región se define ideológicamente.
Hoy, lamentablemente, la señal es más ideológica que comercial. De esta forma, la política exterior del gobierno Orsi arranca priorizando foros que excluyen a Estados Unidos y Canadá, arrimándose a países con regímenes autoritarios de izquierda, y confirmándose con “consensos” que no exigen a Maduro ni a Díaz-Canel un ápice de apertura democrática.
Mientras la mayoría de los uruguayos reclama mayor inserción global y la obtención de acuerdos concretos con grandes mercados, el gobierno se embarca en un revival del “regionalismo posthegemónico” de hace quince años, cuando Chávez y Lula intentaban contrarrestar a Washington y hacer la “Patria Grande”. El tiempo demostró la ineficacia de tantas cumbres grandilocuentes. Los problemas estructurales —pobreza, migración, crimen transnacional— siguen intactos, como también la presencia de dictaduras que no rinden cuentas.
Concluyendo, la diplomacia de Orsi parece, en sus primeros compases, dominada por la vieja pulsión ideológica de la izquierda regional: un antiimperialismo retórico, una condescendencia al bloque bolivariano y la ilusión de la “integración” sin Estados Unidos. Ojalá el presidente rectifique pronto, o al menos equilibre esta deriva para no aislar a Uruguay de los espacios donde se toman las decisiones globales de peso. Porque, en un mundo en crisis, su primer viaje y su exaltación de la CELAC en nada ayuda a las aspiraciones de inserción económica.
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