Europa nos enseña el camino de la memoria histórica

Por Luis Hierro López

Con una dura condena al comunismo por sus asesinatos en masa, el Parlamento Europeo tomó una resolución en favor de la memoria histórica que va a marcar una época, dando vuelta la tendencia habitual de señalar al nazismo como principal factor de las horrendas violaciones de los derechos humanos en el siglo XX, pero olvidando las persecuciones sangrientas de las dictaduras soviéticas y de Mao.

La resolución del Parlamento, cuyos puntos principales reproducimos en esta edición de Correo, sostiene “que los regímenes nazi y comunista cometieron asesinatos en masa, genocidios y deportaciones y fueron los causantes de una pérdida de vidas humanas y de libertad en el siglo XX a una escala hasta entonces nunca vista en la historia de la humanidad; recuerda, asimismo, los atroces crímenes del Holocausto perpetrado por el régimen nazi; condena en los términos más enérgicos los actos de agresión, los crímenes contra la humanidad y las violaciones masivas de los derechos humanos perpetrados por los regímenes comunista, nazi y otros regímenes totalitarios”.

El Parlamento solicita a los estados miembros que adopten políticas expresas para fomentar “una cultura común de memoria histórica que rechace los crímenes de los regímenes fascistas y estalinistas, y de otros regímenes totalitarios y autoritarios del pasado”, así como se exhorta a condenar los movimientos negacionistas del Holocausto.

La novedad que supone la resolución es la equiparación de los crímenes comunistas con los provocados por el nazismo, lo que hasta ahora no se asumía institucionalmente. La fuerza de los partidos comunistas en Europa –y en el mundo– impidió hasta hace poco que hubiera una evaluación de este tipo, aunque la justicia histórica así lo exige desde hace tiempo.

Las dictaduras soviéticas y la china de Mao son las más sangrientas del siglo XX, superando en número de asesinatos y de atrocidades a Hitler. La mera cuantificación no alcanza para medir la entidad antihumanitaria de unos y otros, pero por lo menos es un criterio de acercamiento histórico. Desde “El libro negro del comunismo”, con autoría múltiple, a “Muertes por el gobierno”, de R.J. Rummel, hay una larga serie de investigaciones que concluyen en forma similar. Alcanza con repasar las informaciones que nos ofrece internet, con variedad de fuentes coincidentes, para saber que las dictaduras soviéticas provocaron millones y millones de víctimas, lo que la propaganda comunista logró ocultar hasta hace poco, pese a la caída, hace ya treinta años, del Muro de Berlín.

El ocultamiento ha sido posible por la acción perseverante de los partidos comunistas, cuyos dirigentes son expertos en repetir las mentiras. En Uruguay hasta ahora se defiende a la URSS. Cuando el ingeniero Martínez osó hace poco hacer una crítica al centralismo económico del régimen soviético, aunque sin animarse a condenar las violaciones sistemáticas a los derechos humanos, provocó airadas reacciones de sus socios comunistas. El dirigente Juan Castillo respondió sosteniendo que “hay que reconocerle a la URSS su aporte a la coexistencia pacífica (¿?) de millones de seres humanos”. Otra dirigente comunista, la directora de un programa del Mides Micaela Melgar, se puso más romántica y, en forma realmente patética, se animó a afirmar que “no existió en la historia de la humanidad un proyecto colectivo tan trascendente como la Unión Soviética. Para las ciencias, para las mujeres, para el desarrollo social, para las ideas basadas en la igualdad y para el freno del odio. La URSS, amores, nos salvó la vida”.

Sugiero que todos leamos con atención la resolución del Parlamento Europeo. Es una lección que debemos aprender y divulgar: la fuerza de la democracia radica en el convencimiento, en la verdad histórica, en las virtudes de la razón. Muchas veces esas condiciones son arrasadas por los fanatismos –sostenidos por personas muy dogmáticas como los dirigentes comunistas mencionados– pero más tarde o más temprano, la veracidad impondrá su vigencia.



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