El debate del Ceibal

Por Julio María Sanguinetti

Los resultados de la investigación encargada por el Plan Ceibal al Instituto de Economia han generado un bienvenido debate. Sus conclusiones han sido claras en que no hay impacto pedagógico en la enseñanza de matemática y de idioma español, y que se observa que “falta la integración de la herramienta a la clase”. El estudio también subraya la insuficiente preparación de los maestros para vincular la herramienta a los aprendizajes.

Mucha gente ha mostrado sorpresa ante la comprobación de que el uso de la laptop no ha mejorado el aprendizaje, o sea que, pedagógicamente hablando, es un fracaso. En cambio, el director del Plan Ceibal, ingeniero Miguel Brechner, dice que la idea no era una mejora pedagógica sino la dismunición de la brecha digital y la conectividad en todas las escuelas del país para, a partir de allí, ver cómo se trasladaba la herramienta a la educación. “Que un niño sepa sacar fotos, tocar música o tener una cantidad de derechos que antes no tenía, ¿no es un resultado? ¿Cuál es el resultado que todos están buscando? ¿Que mejore matemáticas? La transformación de la matemática y la lectura va a llevar tiempo”, señaló [http://www.elpais.com.uy/informacion/autoridades-piden-ceibal-mejore-resultados.html] el ingeniero Brechner.

El Plan lleva ya seis años y se señala que la inversión en ese lapso ha sido de 280 millones de dólares. Su presupuesto actual es de 45 millones al año.

Esta es la pregunta, entonces. ¿El costo se equivale con el beneficio? Es obvio que se trata de una herramienta, pero una herramienta para aprender, no simplemente para sacar fotos o buscar entretenimientos. ¿Mejora en algo el interés de los niños en los temas a estudio o termina siendo más bien un factor de distracción?

En la materia no caben los planeos dogmáticos. Las gremiales de docentes se opusieron desde el principio, por la obvia razón de que el Ceibal fue una idea nacida en los EE.UU. de la mano del especialista Nicholas Negroponte, hermano nada menos que de un Director de la CIA, lo que en ese ámbito es descalificante (culpable por portación de apellido). En el otro extremo, no se puede reducir el plan a una simple aproximación al manejo de la herramienta, o —dicho de otro modo— que se actúa por la herramienta misma y ésta termina siendo un juguete.

La pregunta de fondo, entonces, va por otro lado. El dinero gastado, ¿es lo mejor que se pudo hacer? ¿No hubiera sido mejor el sistema que se venía implantando, de aulas digitales en cada establecimiento, a cargo de alguien especializado que enseñaba para todos (alumnos y docentes)? ¿No es eso lo que ocurre en la mayoría de los países avanzados en educación? ¿No se pensó que todo debía empezar por darle “ceibalitas” a los maestros y adiestrarlos para su manejo pedagógico, al servicio de aprendizajes? Hoy mismo, en los institutos normales o, en general, de formación docente, ¿se está formando a maestros y profesores para esos fines o simplemente esperamos que vayan aprendiendo sobre la marcha? ¿ Se está haciendo un esfuerzo parecido en la enseñanza del inglés o ese otro lenguaje está desplazado frente al informático? Después de seis años, ¿seguiremos en lo mismo? No hacemos afirmaciones tajantes ni definitivas; planteamos dudas razonables para corregir la definición de las prioridades y afinar el uso de los recursos.

Repartir diccionarios y no aplicarlos al mejor manejo del idioma, en la clase respectiva, o en la de literatura, historia y geografía, es perder el tiempo y el dinero. Distribuir computadoras al barrer, sin aprovecharlas específicamente en programas especialmente preparados para mejorar el rendimiento en las materias sustantivas, es un desperdicio parecido. Ni los libros ni las computadores se hicieron para andar con ellos abajo del brazo.

A la altura en que estamos, no se trata de retroceder, sino de asumir, con menos arrogancia, las insuficiencias del plan y trabajar para que, al cumplir los diez años, se note alguna mejoría en algo. El uso de la herramienta por la herramienta misma, no es suficiente. El país está en una crisis educativa, en una formidable confusión de fines y medios y no está para añadirle polémicas paralelas que no hacen al fondo. Las autoridades de la educación, aún ofendidas porque el mentado Plan Ceibal se instaló en el LATU sin tomarlas en cuenta, deberían de verdad —no de la boca para afuera, como hasta ahora— dedicarse a mejorar el uso de la tecnología informática en los centros de enseñanza. Y no seguir aumentando exponencialmente el gasto, cuando en cambio falta dinero para instalar las prometidas 350 escuelas de tiempo completo y comenzar ese proceso del horario pleno en la secundaria.

Cuando todo es prioridad, nada es prioridad y ese es el debate de fondo: adecuar mejor los medios a los verdaderos fines del sistema educativo.



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