Al margen del fondo

Por Julio María Sanguinetti

Está claro que en la cuestión de los presos de Guantánamo estamos —una vez más— en un gran frangollo generado por el propio Presidente de la República, con sus idas y venidas, aclarando lo aclarado una y otra vez, en cada ocasión con un retoque que se dirige a calmar a su izquierda o a contemplar el compromiso asumido con los EEUU.

El martes, en Radio Espectador, se mostró enojado por cómo la oposición comentaba sus dichos, cuando nada estaba definido. El hecho, sin embargo, es que la “boleta” que se iba a pasar fue una expresión de su autoría. Nadie inventó que había un precio para el proclamado gesto humanitario, que se contradecía en el mismo momento en que se invocaba. Del mismo modo, los dos años de permanencia de los refugiados (o como queramos llamarles) salió de sus palabras, retocadas luego en su audición al definir ese lapso como un “gesto de buena voluntad de ellos”. Obviamente, este compromiso no tiene el menor asidero legal porque alguien que no está requerido en el país ni en ningún otro, se puede ir el día que quiera. Lo contrario supondría transformar al Uruguay en carceleros de los EE.UU. por comisión, al retener a alguien que tiene la plena libertad de circulación.

Al margen de estas referencias, el Presidente alude a su vieja condición de preso y fustiga a los críticos de sus actos y dichos porque son “gente que nunca estuvo presa por comerse un garrón”. Respetuosamente digamos que si hay alguien que no debiera invocar esa condición de presidiario es el propio Presidente, porque cuando él estuvo preso, no se “comió un garrón”. Fue bien procesado y condenado por la Justicia ordinaria, dentro de la democracia, por pertenecer a una organización que por medio de la violencia aspiraba a sustituir el sistema democrático, organización que asaltó bancos, secuestró Embajadores y mató a quien se le ocurrió sentenciar.

Lo mismo ocurre con la “consulta a Cuba”, notoriamente explicitada para seguir contemplando a la desconcertada masa frentista, formada históricamente en el odio a los EE.UU. y que le cuesta entender estos “favores” al coloso del Norte. Fue el Presidente quien hizo pública esta consulta, aunque ahora diga que simplemente le “informó”, no cambiando demasiado las cosas en la medida que no tenía por qué “informar” a quien no es parte en el asunto.

Más allá del fondo de la cuestión, que se analiza por aparte en esta edición de CORREO, debe dejarse claramente definido que el frangollo, las confusiones conceptuales y las contradicciones han sido exclusividad de los dichos del Presidente de la República. Que nos van dejando, paso a paso, al nivel de una republiqueta.



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