Wilson Sanabria, un caudillo
Había sido operado de urgencia de un tumor cerebral a fin del año pasado. Una intervención oportuna y un tratamiento de quimioterapia le permitieron llegar hasta el martes pasado. Al diagnosticársele un nuevo tumor y programarse una nueva operación en San Pablo, decidió poner fin a su vida. Es una decisión dura y dramática, pero profundamente respetable; corajuda, como fueron todos los actos de su vida.
Hijo de una modesta y sacrificada familia del medio rural carolino, a fuerza de trabajo y esfuerzo, se desarrolló en la lechería hasta llegar a ser un muy importante productor. Paralelamente, fue añadiendo otros emprendimientos comerciales y alcanzando una posición que, lejos de envanecerle, le hacía prodigarse en las causas de solidaridad.
Así desarrolló también una brillante carrera política, basada en su carisma personal, su dedicación a la gente y su coherencia. Era un batllista auténtico, un colorado de ley, amigo de sus amigos, que nunca defraudó a quienes depositaron en él su confianza. Se prodigaba en buscar solución a cualquier problema que afectara a un amigo o a la comunidad y difícilmente se entregaba ante las dificultades.
Desde la restauración democrática, fue figura fundamental en el coloradismo de Maldonado y, a partir de allí, en todo el Partido Colorado. Diputado por Maldonado y luego Senador en tres períodos, acompañó con su vigor y su entusiasmo nuestras campañas presidenciales de 1984 y 1994. En los últimos años, siguió batallando en la primera línea, alentando a la nueva generación: a Germán Cardoso, a Francisco Sanabria y a Eduardo Elinger.
En el Parlamento se destacó por su personalidad. Sin fulgores académicos, su inteligencia natural y conocimiento de la realidad le hacían un polemista formidable, aun en asuntos económicos, reservados habitualmente a los técnicos. Era de los pocos legisladores que podía ser un referente en esos debates siempre tan difíciles. Transitaba con respeto y amistad entre todas las bancadas, donde resultaba un formidable articulador de soluciones políticas, en tiempos en que los gobiernos colorados no contaban con mayorías propias y se hacía imprescindible la inteligente labor política.
Como todos los hombres de éxito, especialmente cuando han salido de abajo, tuvo que soportar más de una vez los ataques de la envidia. Nunca lo detuvieron y siguió adelante, con su optimismo de siempre, ese talante que siempre le acompañó. Nunca lo vimos decaer ante una situación difícil; su entusiasmo le hacía superar escollos y encomendarse al esfuerzo en la esperanza de salir adelante.
Hombre leal, franco, en ocasiones frontal, no sabía de dobleces. Amigo de sus amigos, brindó confianza y recibió confianza. Así transitó y así se aleja de la vida, dejando un hondo sentimiento en quienes compartimos con él innúmeras luchas, siempre solidarios más allá del éxito o el fracaso, convencidos de que por encima de todo lo que importan son las causas.
Su velorio y sepelio, en su pueblo de San Carlos, fueron una sentida expresión de pesar. Miles de ciudadanos le acompañaron. Gente sencilla, gente de pueblo, dieron en ese acto la dimensión popular de este dirigente de la entraña batllista. Un gran ciudadano.
J. M. S.
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